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Amanecer en mi cama en Londres, sola, empezó a sentirse extraño

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Amanecer en mi cama en Londres, sola, empezó a sentirse extraño. Miré a mi derecha, como si me faltase una parte de mí. Creo que me enamoré demasiado. ¿Estaba volando muy rápido? ¿Me quemaría con el sol por aceptar de una vez por todas que Greg es lo que necesito?

—¿Nina?

Me di la vuelta en la cama, hacia la entrada de mi habitación. Ethan me había llamado, casi susurrado, antes de entrar y escabullirse dentro de mis sábanas. Me reí divertida cuando me abrazó fuerte, como si fuese su osito de peluche.

Al menos tuvo la decencia de usar pantalones de pijama, ya que he escuchado por Madison que él suele merodear sus sábanas en ropa interior. Le encanta hacerla sufrir con sus mejillas rojas, el muy osado.

—Oh, Nina, te extrañé tanto. ¿Por qué no nos llamaste, insensible rubia? —me reprochó cuando se distanció, recostándose a mi lado.

—Ocurrió un problema con mi móvil, lo siento, Ethan —mentí, sintiéndome mal por hacerlo—. También quise hablarles, en especial por Maddie...

Apenas entré por la puerta de nuestro apartamento, me sentí culpable por la forma en que Madison me miró. Por un par de días, quizá sí parecía que la abandoné justo después que me confesara que su padre hizo lo mismo. Por suerte ella entendió cuando le conté que tuve problemas en Italia, fallas técnicas, poca señal y cualquier otra excusa para evitar mencionar que fui parte de una persecución y que la no muerte de mi hermano podría ser el problema.

—Sí, ella en serio la pasó mal, Nina. No vuelvas a hacerlo, ¿quieres? La próxima vez, por favor, aunque sea intenta enviar una jodida lechuza, o un cuervo, no lo sé, ¿no había forma de hacer señales de humo, mujer? —protestó Ethan, frunciéndome el ceño.

Me reí de su cara de frustración antes que este se acercara. Dejó un tierno beso en mi frente, regresándome un poco el alivio de estar a salvo en mi dulce Londres.

Ethan me contó lo importante que me perdí estás semanas, al parecer Madison lo forzó a ver todas las pelis de Harry Potter de inicio a fin en una maratón de dos días. Su raro negocio del sexo seguía igual, no me quiso mencionar mucho al respecto. Pronto cambió el tema a mi viaje, y lo más importante: ¿Qué ocurrió con Greg?

—Por favor, cariño —suplicó desesperado—, dime que obtuviste algo de satisfacción.

Sonreí con mucha picardía, fue fácil para mi vecino leer mi mirada. Sus ojos verdes brillaron emocionados, mientras él mismo intentaba contener su sonrisa de asombro.

—¡No! —jadeó Ethan—, ¡¿Sí?!

—Oh sí, no más bloqueos —admití satisfecha.

—¡Joder! ¡Qué bueno! Cristo, Nina. Me tenías preocupado. Te juro que, si me decías que Greg no pudo darte un orgasmo, yo me habría prestado voluntario. Si no lo hice antes fue porque —chasqueó la lengua, todo galante—, te hubieses enamorado de mí con una primera vez, princesa, y ya sabes que tú y yo...

NO JUEGUES CON EL PERVERSO ABOGADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora