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“La vida continua”: Esa es la peor frase pegajosa motivacional, porque en la zona gris donde estoy, no quiero malditas palabras de aliento

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“La vida continua”: Esa es la peor frase pegajosa motivacional, porque en la zona gris donde estoy, no quiero malditas palabras de aliento. Quiero golpear al siguiente que me lo diga, “supéralo”. Lo odio.

El asunto es… no me puedo golpear a mí misma. Bueno, sí puedo, pero mi madurez, mi inteligencia y mi sentido común son más fuertes. Desde hace días que no dejo de repetirme el mismo discurso: “Cosas malas pasan, solo acéptalo. No estás maldita, aunque así parezca. La vida continua, Nina, supéralo”. Me odio.

—¿Nina, estás bien?

Alcé la mirada de mi regazo, relajé la expresión de enojo con que observaba la caja de regalo en mis piernas. Estaba en el hospital, esperando por información sobre mi hermana Chleo. El parto se adelantó unas semanas, y no me quedó de otra más que traer el obsequio conmigo.

Mi hermana, Irina, estaba frente a mí, tendiéndome un jugo enlatado. Seguía mirándome con esa expresión de desconcierto, cautelosa.

Ella tenía mucho parecido a nuestra hermanita menor, mismos ojos grandes y verdosos, cabello lacio y rubio, mucho más claro que el de Scott o el mío. Frente ancha, y los pómulos de madre. A diferencia de la delgadez de Chleo, Irina poseía tantas curvas como yo, caderas anchas.

Yo era casi tres años mayor que ella, meses más, meses menos. Pero aun así fue la suficiente distancia para marcar una división en la familia. Claro que, nunca sentí el apropiado rencor hacia mis hermanas. Supongo que siempre fui consciente que “no es culpa del jugador, sino del juego”. Fueron las cartas que el destino me dio, y me tocaba a mí, decidir qué hacer con ellas. Mi opción siempre ha sido la misma: superarlo antes que me mate.

—Estoy bien, hermanita. Gracias por el jugo.

Destapé la lata, y bebí un poco del almibarado líquido. Me sorprendió cómo los sabores de las cosas tienden a sentirse diferente con cada estado de ánimo. En mi depresión interna, esto tenía un sabor soso a suero para niños.

Irina cabeceó con cautela, tomando asiento en la silla vacía a mi par. Estábamos solas, nuestros padres acababan de dejar la sala de espera en busca de noticias sobre Chleo. Sería un parto de emergencia, todos estábamos de los nervios por ella y la bebé.

—Sabes, Nina… —murmuró ella, acicalando sus mechones rubios detrás de su oreja— sé que no debería decirte esto, papi me pidió que no te lo mencionase…

Esa advertencia susurrada, cayó sobre mi cabeza como un globo repleto de inseguridades. Giré mi cabeza hacia Irina, aguardando porque terminase de darse ánimos en silencio para soltar la sopa. Esto es algo que Chleo y ella tienen en sus genes, si presienten que algo está mal tienden a hablarlo conmigo, o con Scott. Solo qué sin él, me toca ser la hermana mayor.

—¿Qué es, Irina?

—Lo escuché hablando con alguien por teléfono, cuando fui a la máquina de refrescos. Hablaba con Calum, Nina —admitió consternada, exhalando con pesadez—. Me pidió que no te lo dijese, quería que fuera una bonita sorpresa para ti. Pero no sé cómo lo sería si tú no quieres verlo ni en pintura.

NO JUEGUES CON EL PERVERSO ABOGADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora