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Comimos paninos por la tarde, hicimos un picnic improvisado en el prado verde del jardín trasero, al otro extremo de la alberca

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Comimos paninos por la tarde, hicimos un picnic improvisado en el prado verde del jardín trasero, al otro extremo de la alberca. Fue interesante, como todo fluía tan natural con ella. Pero claro, Nina no tardó mucho tiempo en regresar al tema de la cocina, a ese infame "quizás".

Quizás ninguna chica me había dicho un te amo antes. De mi parte no recordaba ninguno.

No solía conseguirlos cuando buscaba sexo casual entre extrañas. Y claro en mi relación más larga, con Danielle, tampoco llegamos a ese punto. Al menos nunca la escuché decirlo en voz alta. Ni a ella, o alguna novia anterior.

Creo que al final me dediqué tanto en ser un buen abogado, que descuidé mi vida personal. Quería que mi abuelo me reconociera, al igual que mi papá. Así que opté por las leyes, en lugar de seguir mis ideas. Resultó que fui un mediocre al principio, ahora sé que mi desapego al estudio era un avistamiento de mi histrionismo.

—¿Y no te fue difícil? —preguntó Nina, cuando le conté el asco de estudiante que fui.

Ella y yo nos dedicábamos a tomar el sol. Nina se había acostado de forma horizontal sobre el mantel de picnic, usando mi pecho para apoyar su cabeza. Mis dedos seguían jugando con las hebras doradas de su cabello, mientras con mi otra mano sujetaba mi nuca.

Nina ladeó su rostro para verme debajo de sus oscuras gafas circulares de sol. Se ve hermosa. Incluso frunciéndome el ceño, llena de confusión.

—Me refiero que, no tomabas pastillas, Greg, y tampoco conocías qué ocurría en tu cabeza...

—Bueno, en ese entonces yo no era un obseso por el sexo, Nina —le recordé tranquilo—. Y pensé que solo tenía deficiencia de atención. Por eso me esforcé el doble en estudiar y ser el mejor. Sin saberlo, que mis profesores empezaran a alabar mi desempeño me motivó a buscar más halagos. Cuando mi abuelo notó cómo había mejorado, empezó a enseñarme por su cuenta, fui su mejor pupilo. Y se sintió bien, tenía la atención sobre mí.

Soy algo adicto a ello, mucho más que un narcisista. Y creo que mi abuelo lo supo a su tiempo, es un hombre inteligente, manipulador como ninguno. Obvio me persuadió de hacer cosas poco éticas para ganar casos y así obtener su admiración, comprar jurado, comprar testigos, cualquier cosa. En aquellos días, yo era tan maleable que terminé aprendiendo los trucos de mi abuelo, practicándolos en otros.

De alguna forma él contribuyó a mantener mi histrionismo a bajo relieve apenas perceptible para el ojo conocedor, y a la vez me dio las herramientas necesarias para auto sabotearme cuando ya no tuve su atención.

—Pero... ¿eran las leyes lo que en realidad te gustaba, Greg?

—Joder no —reí en un aliento—. Antes era tedioso leer tanto, y sobre todo aburrido. Me bastó un regaño de mi papá, dijo que las leyes no eran para todos y obvio no para mí. Me pidió que dejase la carrera y buscase algo más ligero. Sentí que me dijo idiota, aunque no con esas palabras. Así que lo envié al diablo y me dediqué a cambiar su opinión acerca de mí...

NO JUEGUES CON EL PERVERSO ABOGADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora