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Transcurrieron unas dos semanas y yo me sentía como pez en el agua en mi nuevo puesto de trabajo. Era una jefatura importante, nunca había tenido esta responsabilidad antes, por lo que me lo estaba tomando con calma. Mantenía mi puerta abierta para que cualquiera pudiese entrar y darme sugerencias e ideas. Después de todo, prefería tener aliados que enemigos.

Estaba revisando los planos y detalles para iniciar el proyecto que tenía mayor relevancia. El palacio en La Toscana. Lo que menos esperé fue ver a mi hermana Chleo entrando abruptamente a mi oficina.

—¡Nina! —jadeó abrumada, casi corriendo hacia mi escritorio.

Alcé la mirada, sorprendida. El cabello rubio y lacio de Chleo se movía con cada paso que se acercaba, con una mano en su vientre hinchado, debido a su embarazo, y una expresión de puro pavor en sus finos rasgos.

—¿Chleo? ¿Cómo me hallaste?

Me puse en pie, y ella casi se estrelló contra mí para abrazarme.

—Hablé a tu casa, tu amiga me dio tu dirección...

—¿Y qué sucede? Chleo, estás temblando.

La tomé de sus hombros delgados y la acompañé hacia los sillones coloridos en medio de mi oficina. Chleo empezó a llorar y yo me moví rápido para servirle un poco de agua.

—Hermanita, ¿qué sucede? —pregunté consternada.

Los grandes ojos vidriosos de mi hermana más pequeña mostraron un dolor que me atenazó la garganta. ¿Qué sucedió?

—Es Scott, Nina. Acabo de enterarme —confesó entre hipidos y sollozos—, la policía lo ha arrestado. Papi no quería decirme nada, todos dicen que no me hará bien...

Se llevó una mano a su prominente bombo, y no pude estar más que de acuerdo. Ella tiene unos cuatro meses de embarazo, esta crisis nerviosa no le hará nada bien a su bebé. La abracé, pasando mi mano por su cabello, consolándola.

—Cálmate, Chleo. Ellos tienen razón, necesitas estar tranquila... ahora, por favor —le pedí, tratando de mantenerme serena—, dime lo que sabes de Scott.

Mi hermanita se limpió las mejillas rojas, sorbiendo por su nariz. Haló aire con grandes bocanadas hasta tranquilizar su desenfreno.

—Papi le contó a Brett que recibió una llamada de la policía. Habían capturado a Scott huyendo de Londres, es el único sospechoso por la muerte de unos comerciantes italianos. Nina, tienes que ayudarlo.

Perdí los colores del rostro. ¡Cristo! ¿Scott un asesino? No. Imposible. Chleo tiene razón, necesito ayudarlo.

—¿Y qué ha dicho padre? —pregunté curiosa, recuperando la cordura— ¿Él no piensa ayudarlo?

Perdí las esperanzas al ver la derrota en el semblante de Chleo. Por supuesto que Lord Thomas Wallace jamás haría algo así. Goza de una fama por ser un hombre intachable y pulcro, pero yo conozco el lodo que ocultan las suelas de sus zapatos.

NO JUEGUES CON EL PERVERSO ABOGADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora