E P Í L O G O

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[Un mes después]

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[Un mes después]

Intenté leer la primera media hora sola en casa. Ningún libro o archivo en mi computadora pudo llamarme la atención para distraer mi cabeza de lo que estaba ocurriendo. No debería estar nerviosa. Pero mi corazón latía demasiado rápido y mis dedos no dejaban de revisar mi móvil en busca de mensajes o llamadas perdidas de mi esposo.

—Esto es ridículo, él estará bien —jadeé entre dientes, reprochando mi conducta.

Dejé el celular a un lado y regresé la mirada a los diseños que tenía en la pantalla de mi laptop. Cuando Greg me dijo que pensaba salir con Colin a dar una vuelta casi me da un mini infarto. Hace semanas que él había aceptado salir al parque, por un café, visitar a nuestros amigos. Greg finalmente parecía acoplarse y todos estábamos felices por ello.

Sin embargo, esta inesperada salida, con solo mis dos hombres lejos de casa, me tenía preocupada. Greg apenas se había llevado lo necesario para cuidar de Colin. Una mochila con un par de pañales, un biberón, una muda de ropa y ya. ¿Qué ocurriría si mi niño necesitaba su osito de peluche, u otro cambio de ropa, o tenía más hambre y necesitaba más leche? Greg apenas pensó en eso. ¡Dios! Mi hijo...

—Nina, cálmate, carajo. Ellos están bien. Ellos están bien —repetí ansiosa, inhalando hondo, manejando mi respiración.

Mi móvil vibró, haciéndome respingar de mi asiento. Lo tomé rápido, revisando que era un mensaje de Madison. "Ya está todo listo, Nina. Nos vemos en dos horas. No lo han olvidado, ¿verdad?" leí impaciente. Revisé los mensajes anteriores para saber qué había olvidado. No me costó nada dar con el mensaje donde Maddie nos invitaba a su casa hoy. Y Greg ni siquiera había llegado. Diablos.

"Estaremos ahí, descuida, Maddie." Le respondí, enviándole un par de caritas felices antes de dejar mi teléfono a un lado.

Todo estaba en tanto silencio que pensé sinceramente en llenar la soledad con música, pero entonces no sabría cuándo Greg llegase a casa. Mi adrenalina drenándome la paz me volvería loca. Me quedé sentada en la silla detrás del escritorio, con la nuca apoyada en el borde del respaldo, observando el techo por más de veinte minutos.

No sabía por quién preocuparme más, si por mi hijo o mi esposo. Estaba tratando de decidirlo cuando escuché el ruido de la cerradura de la puerta principal. Ni siquiera fingí serenidad, salí corriendo fuera del estudio hacia las escaleras.

Bajé despacio, escalón a escalón, me detuve a la mitad cuando la puerta se abrió y mi guapo marido entró maniobrando el ramo de tulipanes rojos, la bandeja con cafés y la bolsa de papel de la misma cafetería. Colin iba colgado a su pecho dentro del portabebés azul, su cabecita iba apoyada en el pecho de Greg, llevaba el chupón en su boca y parecía que él sí venía agotado de sus dos horas fuera.

—Hola, nena —me saludó Greg, con una sonrisa creciendo en su boca mientras yo bajaba el resto de escalones.

Me incliné hacia él, tratando de no aplastar a nuestro bebé, le di un beso en su boca con el que murió toda mi tensión. Le dije un hola susurrado en sus labios, ayudándolo con el exceso de cosas que traía en sus manos para que cerrase la puerta.

NO JUEGUES CON EL PERVERSO ABOGADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora