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Cuando Greg estacionó el deportivo frente a un bar, la puesta de sol ya estaba cerca de tocar el horizonte sobre las olas del mar

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Cuando Greg estacionó el deportivo frente a un bar, la puesta de sol ya estaba cerca de tocar el horizonte sobre las olas del mar. Me encantaría apreciar este sitio con más calma, y sin mi corazón queriendo escapar de mi garganta. Pero estábamos siendo perseguidos, suficiente para inquietarme.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunté con vacilo.

—Vamos por un trago, nena.

Greg me guiñó. Dejó los móviles apagados dentro de la guantera del auto y entonces salimos hacia la cálida tarde. Tomé su mano y entramos al bonito lugar, muy de acorde con el resto de la ciudad sobre el risco. Este sitio es hermoso.

Eh! Ragazzo! Greg! —soltó una voz masculina y muy carrasposa—. Il piccolo bambino non è più piccolo, eh?

Un anciano con panza grande y algo calvo se acercó a nosotros. Abrazó a Greg con mucho afecto, manteniendo una esplendorosa sonrisa en su rostro bronceado. Tenía muchas arrugas, y un bigote espeso tan gris como el poco cabello sobre sus sienes.

—Gino —sonrió Greg, sereno—. Qué bueno, verte. Ella es Nina.

El hombre me observó con admiración, antes de tenderme su mano. Pensé que la estrecharía en un apretón. Pero me haló hacia él para darle un abrazo quiebra costillas, antes de besarme ambas mejillas.

Bella, bella, ragazza, Nina. Ma che cosa posso fare per voi? —preguntó ansioso— Una birra? Si?

Hizo la seña de empinarse algo a la boca, pero Greg sacudió su cabeza con fervor.

—No. Gino. No podemos quedarnos. Ho bisogno di un favore. Tu auto, lo necesito. ¿Quieres hacer un cambio?

Greg alzó las llaves del Mercedes, iluminando la sonrisa de Gino. El hombretón mayor, sacó una ronca carcajada del pecho, antes de buscar sus propias llaves en su pantalón de tela.

—Cuida mi auto —le dijo con fuerte acento italiano—. Es una obra de arte, Greg.

—Lo mismo digo, Gino.

Ellos intercambiaron llaves, y después de una efusiva despedida, dejamos el bar por la puerta trasera. Salimos a un callejón que colindaba con otro local, al final de la oscura calle, ambos nos fijamos en un viejo Fiat 600* con varias partes oxidadas por la escasa pintura que le quedaba, debió ser naranja, o blanco.

—Vamos, Nina. No hay que perder tiempo —murmuró Greg, llevándome hacia el cacharro de Gino.

Greg abrió la puerta del pasajero, esta chilló como si no conociera lo que el aceite significaba. Miré hacia Greg con una ceja alzada.

—¿Este auto es su obra de arte?

Él asintió con fervor.

—De la prehistoria, sí —se burló serio—. ¿Cómo crees que los rupestres llegaron a Italia?

NO JUEGUES CON EL PERVERSO ABOGADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora