Un simple granjero

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Hace mucho, mucho tiempo, en un lugar lejano tanto en tiempo y distancia, pero real como tú o como yo existió una aldea llamada Pan Do. Esta aldea era muy grande, casi una ciudad.

Cuenta la historia un barco en el año mil quinientos treinta y dos se acercó a la isla de los perros atraído por los pájaros de las costas.

Aquel barco estaba repleto de pandas pero esta no era solo su carga, también había un príncipe y su corte que lo seguían con toda pleitesía brindándole absoluta dedicación.

El príncipe Pan Do vio de tal belleza aquellas costas, de tal encanto el bosque que alcanzaba a otear y de tal paz aquellas arenas que deseo no volver nunca más a su nación siempre llenas de intriga y guerras. Conmovido por aquello decidió quedarse con sus sirvientes y cortesanos fundando el reinado de Pan Do.

Aquel reinado tenía dos urbes, una con un monasterio muy grande (la principal) y la otra una villa de agricultores que igualmente tenía un palacio de vacaciones del príncipe, que a su muerte oficiara de templo secundario.

Se aislaron de su tierra natal y de cualquier extranjero con grandes murallas, conservando así su idioma, sus costumbres y sus festividades convirtiéndose en un refugio de bonanza. En esa tierra idílica de paz y amor nació Qwon. Este pequeño había nacido para agricultor y no más, pero fuera por su gran curiosidad y vivaz mente la que llevo acercarse a los monjes y a estos aceptarlo entre ellos como su ayudante.

En el monasterio servía en sus jardines, en la higiene de sus pisos y en muchas tareas más que hacia diligente y gustoso a pesar de su corta edad.

Qwon era pequeño, ocho años cuando el profesor Chen (maestro de los escribas) decidió adoptarlo como su discípulo, con este aprendió caligrafía, las arte de Pan Ku, el arte marcial del templo, el arte milenario de la cocina además de a identificar hierbas propia del arte como a hacer tintas.

Así pasaron el tiempo y cumplió finalmente los once años de edad cuando fue mandado a unas tareas a un bosque cercano de la ciudad y unos extranjeros cambiaron su destino para siempre.

La isla de todos los perros se llamaba Orinoco y en ella habitan muchas razas diferentes. En el gran desierto que se hallaba al este de Pan Do, un lugar apartado de todo Smidur (y Orinoco) estaba habitado por serpientes y lagartos. Esta raza de Draconianos era muy conflictiva pero estos, juntos con sus intrigas nunca llegaban a Pan Do, volvamos entonces a aquel día que extranjeros nunca vistos arribaron a aquellas tierras.

Esa tarde mientras estaba buscando hierbas en el Bosque Oscuro, llamado así por los frondoso de la copa de sus árboles cuando vio que pasaba por el cielo sobre un claro en el bosque un barco de metal que me recordaba a una rueda de carro. Muy curioso se acerco a ver esa extraña cosa sin miedo alguno en el corazón.

Luego de que esta se posara en el suelo sosteniéndose con cuatro patas de grueso metal vio que una quilla aparecía por el costado haciendo esta un puente entre la rueda y el suelo. Se abrió entonces una puerta (frente a la quila) y por esta bajaron unos lampiños, muy altos para su raza, rubios de claros ojos celestes y de largos pelos, de piel blanquísima de semblante tranquilo. Su ropa era de seda pegada bien al cuerpo, de color azul con una raya celeste y un pequeño adorno de metal en el pecho frente al corazón; pero esto no fue lo más extraño de todo, sino era que en vez de seis dedos como teníamos todo en nuestras tierras, tenían cinco.

Al verlo que los observaba estático y curioso, bajaron para que el más alto de los tres bajo y me hablo.

- Hola pequeño, soy Ashtar, no te asustes vine en paz.- Dijo con una sonrisa y haciendo extraño gesto con la mano.

- No estoy asustado señor.- Le respondí tranquilamente.

- ¿En qué lugar estamos? – Me pregunto con un rostro lleno de paz y sabiduría que infundia su presencia.

- Están en las tierras de Pan Do, en la isla de Orinoco en el imperio de Smidur.

- Caramba niño, cuantas cosas sabes y dime, serias capaz de hacernos un favor, te recompensaremos.

- Haz bien sin mirar a quien, dicen en el templo. Si esta en mi poder ayudarlos los ayudare. -Respondío sin dudar.

- Mira, debes guardar un tesoro, es algo como un secreto, pero que solamente lo llevaras pero no lo conocerás.

- No comprendo señor como podre guardar un secreto si no lo conozco.

- Es que ese secreto lo guardaremos dentro de ti.- Lo dicho me hizo dudar de las intenciones de los extranjeros que bajaran de la rueda.

- Mejor no quiero tener su secreto, mejor busquen a alguien más. – Y los saludo despidiéndose.

- No hay nadie más cerca y debemos hacerlo, no te preocupes, no te dolerá.

Entonces note que estaba paralizado, que ya no podía moverse, sus músculos estaban duros como roca (sensación muy incómoda para el), apenas podía respirar. Ashtar y sus compañeros sacaron de la rueda una tabla de metal que flotaba y lo pusieron en ella llevándolo dentro del extraña rueda voladora. Lo siguiente que recuerda es que era de noche y estaba acostado apoyado en un árbol. Supongo que el regalo que me dieran fue la mayor comprensión que comenzó a tener sobre todo pero a coste de levantarse a la noche, luego de conciliar el sueño, gritando entre horribles pesadillas. El tiempo lo hizo madurar y ya no grite más pero aunque no recordara aquellos malos sueños lo que le inquietaba tenía la sensación siempre de que algo muy espantoso me había ocurrido.

Las aventuras de Qwon - #Wattys2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora