Capítulo LXIII

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Kise se despertó con pereza, desperezándose lentamente y con cuidado para evitar hacer mucho movimiento y despertar a Tyrone, que dormía a su lado.

Se frotó los ojos varias veces para hacer desaparecer el sueño, en los últimos días había estado mucho más cansado, era normal debido a su avanzado embarazo, pero eso se convertía en un problema cuando Tyrone despertaba y necesitaba de su atención, pero todavía se encontraba cansado, entonces debía hacer uso de toda su fuerza de voluntad para poder seguir el ritmo de su hijo.

Retiró la manta de su cuerpo, sintiendo el frío aire de inicios de invierno golpear sus piernas haciendo que se estremeciera, pensó en volver a introducirse en las sábanas y descansar un poco más, al menos hasta que el niño requiriera su atención, así que se dio la vuelta para poder acomodarse de nuevo y se quedó congelado por la escena frente a él.

Removió las mantas retirándolas de su lado y tirándolas al suelo, pero nada, miró a su alrededor para ver si se había despertado antes y había comenzado a dibujar como hacía a veces, pero tampoco era el caso, así que salió corriendo de la cama, ignorando el frío y el dolor de sus pies, hacia los aposentos que eran de Tyrone pero que había dejado de ocupar desde que se fuera Aomine, y tampoco lo encontró.

Lo último que intentó fue bajar corriendo a las cocinas en busca de Yutaka, y a pesar de que en su camino hacia allí atrajo las miradas de todos los nobles con los que encontraba por el atuendo poco decente que llevaba, no le dio importancia, no deteniéndose hasta que estuvo frente a su doncel de compañía, el cual se acercó apresuradamente al verle correr.

—Por lo dioses Milord, qué hace corriendo y en esas ropas— exclamó desatando el mantón que llevaba en sus hombros para colocarlo alrededor del rubio y poder cubrirle—. Va a enfermarse.

—Eso no importa ahora— negó cogiendo sus manos—. Dime que Tyrone está contigo, dime que se despertó y vino en busca de ti.

—Lo siento, pero no— negó—. Usted me ordenó jamás sacar a Tyrone de los aposentos sin su permiso, me prohibió llevarlo a cualquier lado sin su consentimiento, no podría haberlo traído conmigo sin consultárselo.

Con esas palabras Kise sintió que el alma se le caía a los pies, el miedo comenzando a invadirle y las lágrimas amenazando con bajar por sus mejillas. Comenzó a hiperventilar, sintiéndose desorientado y perdiendo las fuerzas en las extremidades.

Tú que decías confiar en mí (Saga Gaia's Tales II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora