Capítulo LXXXII

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La dedicatoria va a 

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Kagami tiraba de las riendas una y otra vez, dando instrucciones a su caballo de acelerar aun más, aunque eso fuera imposible porque hacía mucho que éste había alcanzado la máxima velocidad, pero quizás debido a las lágrimas agolpadas en sus ojos, o la desesperación latente en su pecho, o el arrepentimiento que le destrozaba una y otra vez, no conseguía darse cuenta de nada de lo que sucedía, demasiado ensimismado en su dolor y pena para hacerlo.

Se frotó los ojos con fuerza cuando las lágrimas comenzaron a hacer que viera nublado, diciéndose que no era momento de derrumbarse, al menos no hasta que llegara e intentara arreglar las cosas.

Se llenó de ansiedad al ver la silueta de la casa a lo lejos y apresuró el paso, rezando en su interior para que no fuera muy tarde.

El caballo ni siquiera se había detenido cuando saltó desde lo alto para caer al suelo y comenzó a correr hacia la puerta de entrada, siendo detenido por algunos mozos de cuadra que en poco tiempo consiguió alejar.

—No podemos dejarle entrar Milord— dijo uno de ellos levantándose del suelo, lugar al que había ido a parar cuando Kagami le había empujado—. Tenemos órdenes de no dejarle entrar en la casa.

—Necesito ver a mi esposo— habló ignorándoles—. Sólo quiero hablar con él, no voy a hacer nada más.

—No podemos dejarle hacerlo.

Hubiera seguido luchando para librarse de ellos de no ser por la aparición de Kise, que atravesaba la puerta de entrada con Aomine a su lado, los dos mirándole sorprendidos.

—Deteneos— ordenó el dueño de la casa, mirando a los mozos hasta que éstos obedecieron y se retiraron, luego dirigió su mirada hacia Kagami—. Hacía mucho tiempo que no te veía en este estado, Kagami.

El aludido respiró hondo.

—Necesito ver a Kuroko, es importante.

—Lo siento, pero no creo que sea apropiado— dijo él con una mirada apenada—. Tu esposo no se ha recuperado completamente de la caída que sufrió, por eso no es recomendable hacerle pasar por emociones fuertes.

—No voy a hacer nada malo— explicó—. Simplemente necesito hablar con él, necesito que sepa que lo siento, que...

—Ya sabéis la verdad— intervino Kise, mirándole con una expresión asombrada—. Ya sabéis que él es inocente— Kagami no respondió, pero su silencio y expresión fueron suficientes para que supiera que estaba en lo correcto, y el color rojo de sus ojos, así como el dolor abrumador que había en ellos hicieron que se diera cuenta de otra cosa—. También sabéis lo del bebé.

Tú que decías confiar en mí (Saga Gaia's Tales II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora