Capítulo XXIII

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La dedicatoria va a 

@MiSolNatsume  

@mihashicastillo  

@mari_garcias  

@ananekochan3  

@NaomiRyusaki  

@Jansenith  

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La Temporada de Oro dio inicio sin que Kuroko supiera si le entusiasmaba ir o no. Si no fuera porque era la única forma de ver a su familia le habría pedido a su esposo que presentara su ausencia ante los anfitriones, Kagami hubiera asistido a ellos si quería, pero le pediría que le dejara quedarse en el castillo.

Sabía que hubiera sido una falta de respeto, pero confiaba en que podían hacer creer a los anfitriones que estaba mal de salud o que le había dado una indigestión.

Tras echarle un vistazo a todos los sobres de distintas familias que habían llegado al castillo, Kagami había decidido, entre el montón de invitaciones que se le presentaron, asistir a seis bailes.

Le parecía un poco duro tener que rechazar una montaña entera de ellas, pero por otro lado sintió un gran alivio al saber que no tendría que estar fuera del castillo muchos días seguidos.

Se enteró de Kagami que Lord Midorima y sus otros amigos también asistirían a los mismos bailes que él y cuando se lo dijo inmediatamente pensó en Lord Himuro, el amigo de su esposo que acababa de venir de otro país. Éste había vuelto a su casa el mismo día en que llegaron de la casa de Lord Midorima, alegando a que su madre también le había echado de menos y que quería pasar con ella el tiempo que le quedaba antes de estar sumergido en los bailes de la Temporada de Oro.

Nada más volver al castillo, Kagami había vuelto a la rutina habitual, se levantaba temprano, imposibilitando de nuevo que Kuroko pudiera despertar a su lado, y se iba a la ciudad para ocuparse de sus obligaciones.

Kuroko miró una vez más en el espejo la marca que tenía en el cuello, sabía que a estas alturas ya debía de estar acostumbrado a las marcas que su esposo dejaba por todo su cuerpo cuando hacían el amor, pero de alguna forma desde que le había dicho, en la casa de Lord Midorima, que le amaba, éste había comenzado a aumentar el número de marcas que le regalaba.

Las adoraba, eran la prueba de que pertenecía a su esposo, eran la prueba de que Kagami y él se amaban y nunca se cansaba de mirarlas cada vez que se encontraba desnudo.

Riko terminó de prepararlo, dejando el cepillo de lado tras terminar de peinar su pelo, y luego bajaron para comenzar con las actividades. Se sintió un poco extraño el tener que volver a ocuparse de la casa después de haber pasado un tiempo en casa de Takao, donde no había tenido que hacerlo, pero se dijo que era su deber mantener el hogar de su esposo y suyo en buenas condiciones.

Cuando las hubo terminado decidió que retomaría los partidos con el balón que hacía con los niños, así que fue al patio de la casa y, tras llamarles a todos, empezaron a jugar.

No sabía exactamente cómo habían terminado jugando en el suelo dando volteretas de allí para allá, pero supo que hacía mucho tiempo cuando al agacharse para cargar a uno de los niños se dio cuenta de que, no solo estaban cubiertos de tierra por todas partes, sino que también lo estaba él mismo, toda su ropa estaba manchada de un intenso marrón que solo se le podía atribuir a la tierra en la que habían estado restregándose.

Tú que decías confiar en mí (Saga Gaia's Tales II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora