Capítulo LXXXIV

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La comitiva real llegó una mañana fría, demasiado para la primavera que estaban teniendo, Kuroko fue rodeado por los brazos de Furihata incluso antes de que se diera cuenta y éste le repitió una y otra vez lo mucho que lo sentía.

No había llorado, o al menos había evitado hacerlo en todo lo posible, pero cuando estuvieron solos en sus aposentos, hablando sobre lo ocurrido, no pudo sino dejar salir de nuevo su llanto, recordando lo vacío que se sentía.

Para cuando terminó, se sentía un poco mejor, no porque el dolor hubiera menguado, sino porque el amor y apoyo que sentía de sus amigos, madre y hermana fue lo suficientemente acogedor como para hacerle ver que no todo estaba perdido.

Todos trataron de mantener una tarde amena, evitando en todo lo posible hablar de lo ocurrido y enfocándose en las cosas positivas que había, como jugar con los hijos de Kise y Aomine que, de nuevo, Kuroko había cargado en sus brazos y tanto los gemelos como Tyrone mostraron una sonrisa de felicidad al ver que su tío se encontraba mejor, sobre todo Aki, quien no se había despegado de su lado ni un instante, llorando cada vez que alguien intentaba separarlo del doncel.

Todo hubiera seguido igual si, a media tarde, mientras estaban sentados en los jardines laterales de la casa, el sonido peculiar de un caballo no hubiera llamado la atención de todo el mundo, reconociendo de inmediato la silueta del protegido de Kagami, quien venía montando el mismo, acercándose a ellos.

Kuroko fue el primero en reaccionar, levantándose de su silla para mirar de cerca y asegurarse de que no se hubiera confundido de persona y cuando estuvo seguro, dio un paso hacia atrás, comenzando a alejarse al ver que bajaba del caballo y caminaba hacia ellos.

—Kuroko— llamó Furihata, haciendo que se detuviera en su partida—. No has de tener miedo, todos estamos aquí contigo, no puede pasar nada.

Estuvo tentado a creer en las palabras de su amigo, pero la imagen de Kagami acercándose cada vez más hacía que la angustia creciera en su interior.

—Furihata tiene razón— habló Takao, sonriendo conciliador—. Ya no puede hacerte nada malo, no solo ya sabe la verdad de todo lo ocurrido, sino que además no se atrevería con el rey aquí presente.

Dudó unos instantes más antes de rendirse al fin y respirar hondo, tomando asiento de nuevo y desviando la mirada, viendo cualquier cosa menos al hombre que se acercaba a ellos con la mirada fija en él.

Tú que decías confiar en mí (Saga Gaia's Tales II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora