Capítulo 9.

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Delfina entró a la casa que ocupaba con andar relajado y distinguido, absolutamente tranquila, para hacerle ver a ese hombre que no la había alterado en lo más mínimo. Sin embargo, en cuánto la puerta se cerró a su espalda, dejó libre un grito de frustración, sin darle sonido, sólo lo esbozó en silencio para que su "vecino" no la escuchase; sentía la necesidad de golpear algo, o mejor dicho a alguien, precisamente a ese español arrogante, no podía creerlo, burlarse de ella de esa manera, la llamó ciega, loca... bueno eso último no, pero lo insinuó y eso la enfurecía.

Subió hasta su habitación y se encaminó
directamente al baño, abrió el grifo para que el agua tomara una temperatura agradable, cerró los ojos y se esforzó por olvidar la sonrisa odiosa de aquel hombre, sentía que lo detestaba.

Se quitó su conjunto deportivo con más fuerza de la necesaria, descargando en éste la rabia que sólo aumentaba a medida que pasaban los minutos. En ese momento escuchó que alguien llamaba a la puerta, y pensó que seguramente era la señora Cristina para ofrecerle sus disculpas por el comportamiento del español, la mujer no tenía la culpa de nada y ella no debía hacerla sentir responsable por la actitud de su otro huésped, así que armándose de paciencia una vez más, se puso una bata y decidió bajar.

—Si alguien debería disculparse es él, no sólo por querer atropellarme sino por ser tan grosero, pero es evidente que no lo va a hacer, es un caso perdido, y pensar que todos los españoles que había conocido me caían bien —hablaba para ella misma.

Delfina abrió la puerta sin mirar antes por el ojillo, se había acostumbrado a que sólo estuvieran los conserjes y el nieto de ellos; pero su sorpresa fue mayúscula al encontrarse con una amplia espalda masculina, que se mostraba sumamente atractiva bajo la camisa azul que le quedaba a la medida. De nuevo se quedaba muda ante la imagen del español, y sintió un calor recorrerle el cuerpo, a medida que su mirada bajaba por la figura del hombre frente a ella, paró de golpe su recorrido, reprochándose por verlo de esa manera y le echó la culpa a la sorpresa de encontrarlo allí, era lo último que esperaba, bajó la guardia un minuto pensando que quizás venía a disculparse, pero igual no se la pondría fácil.

—¿Qué desea? —consiguió decir al fin, con un tono de voz muy flojo para su gusto, deseaba que fuera cortante y no lo fue.

—Señorita Chaves... —Albert se volvió para mirarla.

Él se encontraba observando el paisaje después de tocar la puerta y casi se retiraba al ver que ella no atendía. Cuando se giró sus ojos se posaron en la figura de la chica, esta vez no pudo evitar que sus ojos la recorrieran. Se había quitado la ropa de ejercicio y ahora se encontraba sólo en una mullida bata de baño.

La abertura le permitió ver el nacimiento de los senos de ella, un par de pechos turgentes, blancos y suaves a simple vista, que hicieron que un deseo primitivo se despertara en él. Sin embargo, mantuvo su autocontrol, no era la primera mujer con senos hermosos que veía en su vida, aunque eso no limitó su deseo de bajar su mirada para estudiar el resto de la figura femenina, pero el gesto de la mujer al cerrar su bata, y la impaciencia reflejada en los ojos de la castaña hizo que desistiera de ello, así que se enfocó en lo que había ido a hacer.

—Le pregunté qué desea —repitió de nuevo esta vez con un tono glacial, la inspección de él la había ofendido.

Albert dejó ver una sonrisa ladeada y disfrutó de las pocas pecas que adornaban el rostro de la chica, y se habían hecho más visibles gracias al sonrojo que ella mostraba, estaba muy enojada y eso de un modo u otro lo hizo sentir contento, le gustaban mucho los retos y ella definitivamente era uno, así que se animó a continuar.

— Vine porque deseo dejar por la paz lo qué pasó, usted dice que yo intenté atropellarla y yo sigo en mi postura de no haberla visto en el camino, como evidentemente ninguno de los dos le dará la razón al otro, lo mejor será olvidar este asunto... —mencionaba con una inocencia asombrosa, pero ella no lo dejó terminar con sus discurso, elevó una mano para detenerlo.

Ríndete a mi.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora