Capítulo 127.

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Romina llegó dispuesta a hacer una entrada triunfal y cobrarse la ofensa de que no la hubieran invitado, esperaba que Albert fuera a su departamento a buscarla ese día, pero en vista de que él no se había dignado en aparecer, ni siquiera en llamarla decidió tomar el asunto en sus manos. Y ahora que era el hombre más deseado en todo mundo por haber obtenido el protagónico de Rendición, no dejaría que se le escapara de las manos, daría su brazo a torcer y buscaría ella la reconciliación, sabía que Albert la aceptaría, pues no existía nadie mejor para presentarse ante los medios internacionales como su prometida, esa sería su condición para volver con él, tenía que de una vez por todas anunciar su compromiso y por supuesto regalarle el anillo de compromiso más hermoso y costoso de todas para poder restregárselo a sus "amigas".

—Señorita Ciccone, buenas noches —la saludo el ama de llaves.

—Isabella, encárgate de esto... —le hizo entrega de un abrigo.

Caminó hacia el grupo donde se encontraba Albert y su sorpresa fue mayúscula al ver a esa mujer también allí. No quiso hacer caso a su sexto sentido, que le revelaba la verdad que se escondía tras las últimas palabras que le dijo Albert para justificar su interés por ir al casting de Rendición, suponía que hablaba desde la arrogancia.

Pero ver a la escritora allí despejó sus dudas y la llenó de rabia, se negó a ser desplazada de esa manera y menos por una insípida como Delfina Chaves que no le llegaba ni a los talones.

—¡Betu mi amor! —exclamó y se le colgó del cuello al tiempo que lo besaba en los labios repetidas veces—. Te extrañé tanto mi vida, estuve a punto de tomar un avión para ir a América a buscarte —agregó mientras lo miraba con devoción sin darle importancia al asombro que él mostraba, se giró para dedicarle una sonrisa a los demás—. Perdonen que llegue tan tarde es que el vuelo desde París tuvo un retraso y estoy verdaderamente exhausta, pero no podía pasar este día lejos de la hermosa Julia y darle la bienvenida a mi adorado Albert como se merece — mencionó con una sonrisa que casi le dividía el rostro.

Delfina sencillamente no podía creer lo que estaba viendo, sintió su corazón hacerse un puño y golpear con fuerza dentro de su pecho, un nudo se formó en su garganta impidiéndole respirar de manera normal y podía jurar que sus ojos se habían colmado en lágrimas.

—¿Qué estás haciendo aquí? —inquirió Albert mirándola con rabia e intentó alejarse de ella, pero Romina no cedió.

Él no supo cómo reaccionar en cuanto fue abordado por ella, su primera reacción fue mirar a Delfina en lugar de quitársela de encima, lo que vio en la mirada verde le causó miedo y dolor.

—¡Oh, por Dios! No puedo creerlo, tú debes ser Delfina Chaves —esbozó obviando la pregunta de Albert y le extendió la mano a la escritora—. Encantada, Romina Ciccone... muy pronto de Baró—señaló con una sonrisa radiante.

—Un placer —pronunció Delfina como pudo recibiendo la mano.

—Tu libro es maravilloso —dijo disfrazando su falsedad con una sonrisa y se negó a dejar que Albert la sacará de allí, dirigiéndose a la actriz que la miraba con cara de pocos amigos—. Felicitaciones eligieron a los actores perfectos... Kimberly. ¿Te puedo tutear verdad? Me encanta tu trabajo, solo te advierto que seas muy profesional con mi novio —indicó en tono de broma mientras la miraba.

—Gracias, puedes tutearme y no te preocupes que todo lo que hagamos Albert y yo será actuado. Somos profesionales —contestó y el tono de su voz fue duro, la insinuación de esa rubia espantosa la había ofendido, no podía creer que el español tuviera tan malos gustos.

—Delfina, te molestaría si te pido que firmes mis libros ahora —habló Amelia para intentar salvar la situación.

—En lo absoluto, estaría encantada de hacerlo —comentó Delfina dedicándole una sonrisa, aunque sus ojos mostraban un gran dolor.

Albert intentó hablar para detenerlas, pero su madre le indicó con la mirada que no lo hiciera y que en lugar de ello sacara al esperpento de Romina Ciccone de su casa. Esa mujer nunca le había caído bien, era una arribista que solo buscaba escalar posición valiéndose de la fama que el nombre de su hijo tenía, luciéndolo como si fuera un trofeo.

—Necesito hablar contigo —le hizo saber a Romina y la jaló por el brazo sacándola del lugar.

Julia que había estado aburrida toda la noche sentía que la velada comenzaba a animarse, y como la buena observadora que era sabía que algo sucedía entre la escritora y Albert, la actitud de su familia ante la llegada de Romina, así como la de la argentina los dejaron en evidencia, además ese repentino pedido de su madre para que le firmara los libros solo afianzaba su teoría, pero como siempre a ella la dejaban al margen de todo, igual terminaba enterándose y de eso también lo haría.

Albert casi arrastró a Romina fuera de la casa, la miró con rabia al tiempo que la soltaba con brusquedad.

—¿Se puede saber qué demonios haces aquí? —preguntó mirándola.

—Vine a la fiesta de cumpleaños de mi cuñada —contestó alisándose el vestido y le dedicó una sonrisa.

—No estabas invitada Romina —indicó furioso.

—¿Ah no, y quién lo estaba? ¿La insulsa y estúpida de Delfina Chaves? —inquirió sin poder ocultar más su molestia.

—Vuelves a llamarla de esa manera y...

—¿Y qué? ¿Acaso no es verdad? ¿No es tan desabrida y poca cosa que tuvo que escribir una pésima novela para atraer tu atención de nuevo? de verdad me dan pena, no sé cuál de los dos es más patético si tú o ella... —decía destilando todo su veneno.

—¡Cállate Romina! Te vas ahora mismo de aquí —dijo tomándola del brazo para llevarla al estacionamiento.

—Armaré un escándalo como se te ocurra sacarme de aquí. Yo soy tu novia y no dejaré que me humilles por esa... ¡Albert! —exclamó al ver que en serio él la llevaba hasta el estacionamiento.

—Tú y yo terminamos hace más de un mes y no quiero volver a verte, pensé que podíamos quedar como amigos, pero ya veo que esas no son tus intenciones, así que te quiero lejos de mí y de los míos —le dijo con severidad y abrió la puerta del auto para meterla en éste.

—Ni sueñes que te vas a librar de mí tan fácilmente Albert, yo sé muchas cosas que te arruinarían, empezando por la manera en cómo conseguiste este maldito protagónico... si la prensa se llega a enterar que lo hiciste acostándote con ella, estarás acabado y esa mujerzuela también.

—Te voy a decir esto una sola vez Romina, no se te ocurra hacer nada para dañar a Delfina, porque vas a conocer una parte de mí que te juro no te gustará... ahora lárgate de aquí y no vuelvas a molestarnos —la amenazó mirándola a los ojos.

—Y yo te digo que el capricho no te va a durar mucho... si ella llega a perdonar el que la hayas engañado diciéndole que estabas soltero —esbozó mientras reía con sorna—. Cuando aún seguías conmigo, dudo mucho que esté dispuesta a arriesgar su reputación por ti... y si sabe lo que le conviene regresará a su país mañana mismo o de lo contrario deberá atenerse a las consecuencias, y lo mismo va para ti —señaló poniendo el auto en marcha.

Aceleró de manera amenazante antes de perderse en el camino dejando tras ella un silencio que le provocó una extraña sensación de miedo en el estómago a Albert. Se obligó a creer que todas eran amenazas sin sentido y además, primero tenía que buscar a Delfina y hablar con ella, explicarle la situación antes de que pudiera formarse una idea equivocada de todo eso.

Caminó de regreso a la casa ignorando las miradas cargadas de interés de los demás invitados que eran en su mayoría familiares y se dirigió hasta el estudio donde debía estar Delfina junto a su madre.

Ríndete a mi.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora