Capítulo 64.

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Albert llegó casi una hora después cuando el sol ya se ocultaba tras las colinas y pintaba de dorado todo el paisaje, el otoño estaba cerca y el paisaje a su alrededor lo exponía en todo su esplendor como una pintura; llevó a Misterio hasta las caballerizas y después siguió hasta la casa de Delfina mientras sonreía sintiéndose muy feliz.

Entró mirando a todos lados pero no logró verla, caminó hasta el estudio suponiendo que estaría allí y al minuto salió pues se había equivocado, así que subió las escaleras de dos en dos peldaños, se moría por tenerla entre sus brazos y besarla. Cuando entró la vio sentada en el diván junto a la ventana, estaba tan absorta mirando el paisaje que ni siquiera se percató de su presencia, él aprovechó eso y camino despacio para sorprenderla, se detuvo detrás y con suavidad le depositó un beso en la mejilla.

—Te sentí llegar —susurró cerrando los ojos y disfrutando de ese dulce beso que Albert le entregaba.

—¿Sí? Pues parecía que hubieras estado soñando —dijo buscando su mirada mientras sonreía y el gesto se congeló en sus labios.

Delfina notó la reacción de Albert y de inmediato se obligó a sonreír, no podía dejarle ver nada todavía, intentaría mantener la felicidad que compartía tanto como les fuera posible. Le acarició el rostro y se acercó para darle un beso en los labios, sintiendo como temblaba ante el roce y su esfuerzo por mantener las lágrimas a raya.

—Es probable que lo hubiera estado... terminé el libro y ya se lo envié a mi editor, espero que le guste —comentó de manera casual.

—Eso es genial Delfi, estoy seguro que le gustará mucho... te he traído algo y creo que no puede ser más oportuno —esbozó, de pronto se sintió tímido cuando extendió el inmenso y hermoso girasol para entregárselo posando su mirada expectante en ella—. Para ti mi preciosa escritora.

Ella se quedó mirando embelesada la flor más bella que hubiera visto en su vida, y aunque no era la primera vez que veía un girasol para su corazón éste tenía un valor especial, sintió su pecho llenarse de emoción y esa vez no pudo hacer nada contra las lágrimas que la rebasaron.

—¿No te gusta? Eres... ¿Eres alérgica a los girasoles? — preguntó desconcertado por la reacción de ella.

—No... —negó con la cabeza mientras lloraba y sonreía a la vez—. Es hermoso, es hermoso en verdad Albert y me encanta. Muchas gracias —contestó recibiéndolo y de nuevo se acercaba para besarlo.

—De nada preciosa, lo vi y pensé en ti, hay un campo donde
seguramente disfrutarías mucho corriendo de un lado a otro —dijo acariciándole las mejillas para secar las lágrimas y la besó.

Delfina intensificó los besos moviéndose para tenerlos más cerca y cuando la tomó por la cintura para quedar él sentado llevando a ella a estar sobre él supo que había una manera de ganarle la batalla al dolor que la consumía.

Necesitaba que él le hiciera olvidar en medio de besos y caricias que cada minuto que transcurría era uno menos que les quedaba para seguir disfrutando de todo eso.

Cuando sintió el deseo instalado en Albert se separó de él muy despacio y dejó el girasol sobre la mesa de noche, justo del lado donde ella dormía, después regresó hasta él lo tomó de la mano y lo llevó junto a ella hasta el baño. Ahí le dieron riendas sueltas a la pasión una vez más y solo por esos breves y preciosos momentos Delfina fue libre de la pena que la embargaba y la felicidad la colmó de nuevo.

Esa noche cuando bajaron a la cocina Delfina no se quedó junto a él como acostumbraba, se excusó diciendo que debía revisar una vez más el documento y ver que todo estuviera bien antes de enviárselo a la gente de la editorial. Sin notarlo le dio a Albert una señal más de que algo ocurría, pues antes le había dicho que ya se lo había pasado a su editor y ahora se contradecía, además esa actitud cuando le dio el girasol no era lo que esperaba, deseaba que ella se emocionara pero no pensó que se pusiera a llorar y después de salir del baño buscó mantenerse alejada de él y siempre le rehuía la mirada.

Ríndete a mi.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora