Capítulo 35.

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Todas las sensaciones y emociones que había descubierto y estaba viviendo en los últimos días, eran tan maravillosas como aterradoras para Delfina, sentía que estaba siendo arrastrada por una corriente tan fuerte, que le resultaba imposible luchar contra ésta, sobre todo si ese torrente la llevaba al extraordinario océano que eran los ojos de Albert, aquellos de los que no podía escapar por más que lo intentara y sabía que si al final naufragaba en ellos, lo haría sintiéndose inmensamente feliz. Se encontraba en el estudio, intentando avanzar de la tercera página que había
escrito después de meses sin lograr plasmar nada, pero cuando intentaba concentrarse, a su mente sólo llegaban los recuerdos de sus encuentros con el español, éstos se empeñaban en mantener su cabeza saturada de imágenes de Albert, sus sonrisas, sus miradas, sus gestos tan particulares.

Había descubierto el significado de varios, cuando se ponía nervioso por algo se frotaba el tabique, cuando dudaba movía sus pupilas con rapidez y siempre terminaba desviando la mirada, cuando se molestaba tensaba la mandíbula y el tono de sus ojos se oscurecían, también lo hacían sus labios, pero su piel se tornaba pálida. Él era un excelente actor, pero ella tenía un talento especial para descifrar el lenguaje corporal de las personas, eso lo había heredado de su mamá y de su papá la suspicacia.

—Delfina tenes que intentar controlarte, pareces una adolescente, tenes veintitrés años, sos un mujer adulta, responsable, centrada... no podes dejarte dominar de esta manera, es genial que sean amigos, él es un chico extraordinario, muy distinto de lo que te imaginaste en un principio... pero no por eso tenes que pasar día y noche pensando en él o esperando la más mínima oportunidad para verlo... —se decía cuando su mirada captó la hora en el reloj de su portátil, abrió los ojos alarmada— ¡Ya empezó el capítulo de La conspiración! —exclamó poniéndose de pie con rapidez, guardó el documento y dejó la máquina en reposo, antes de salir habló de nuevo como si alguien estuviera allí escuchándola—. Vuelvo después a seguir con esto, el anterior quedó demasiado emocionante, ya quiero saber lo que sigue —se justificó saliendo.

Casi una hora después Delfina se encontraba hipando mientras una abundante cantidad de lágrimas tibias y pesadas descendían por sus mejillas, se encontraba sentada con la piernas cruzadas sobre el sillón, tenía una almohada en su regazo que apretaba para drenar un poco la impotencia que sentía, al ver esas escenas tan injustas y crueles.

Sentía que el corazón se le saldría del pecho, que las emociones que la embargaban eran muy poderosas, aunque era consciente que todo eso era ficción, que ella misma formaba parte de ese mundo que los escritores y guionistas se inventaban. ¡Era una de ellos por Dios! Cómo no podía
separar la realidad de la fantasía, lo que sucedía en esa pantalla era solo actuación. Sin embargo, no lograba soportar como el personaje de Albert era golpeado salvajemente.

—¡El condenado es tan buen actor que mira cómo te tiene Delfina! — se reprochó sorbiendo las lágrimas, después se pasó las manos por ambas mejillas para secarlas.

Aprovechó cuando enviaron a publicidad para correr hasta su habitación y buscar en esta, la caja de pañuelos desechables, estaba segura que los necesitaría, todo parecía indicar que el personaje que interpretaba Albert llegaría a su fin, que tan mal gusto tienen para hacer los finales trágicos. Pensaba mientras bajaba las escaleras con rapidez y cuando llegó aún daban propagandas.

Lo que sería la última parte del capítulo de ese día inició, los franceses que tenían en cautiverio a Raoul, nombre del personaje de Albert, habían decidido llevarlo a la horca para crear escarmiento entre los revoltosos. La imagen del orgulloso sargento estaba tan maltrecha, que la cara de rabia e impotencia de los demás personajes, era muy parecida a la que tenía Delfina en ese momento, de nuevo las emociones la rebasaban al verlo con el cabello desordenado, el rostro tan maltratado, la ropa desgarrada y sucia. Más sin embargo, la llenaba de orgullo ver que aún mantenía su habitual soberbia, esa que tantos enemigos y admiradoras le había conseguido.

Ríndete a mi.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora