Delfina se cepillaba el pelo después de un relajante baño en la tina con agua caliente y esencias, que le quitaron todo el cansancio acumulado durante el día, se sentó en el sillón tomando su portátil para revisar sus correos cuando escuchó la melodía que Albert le dedicara en el avión, y ella había seleccionado para identificar sus llamadas.
—Hola... ¿Por qué me llamas a esta hora? —preguntó en voz baja, entre sorprendida y preocupada.
—Necesito que bajes.
—¿Ahora? ¿Dónde estás? —respondió con preguntas mientras se ponía de pie dejando su notebook de lado.
—Estoy aquí abajo, en el jardín... sal por la puerta de la cocina.
—Albert en serio, te volviste loco —esbozó sonriendo, se asomó a la ventana, lo vio haciéndole señas en medio de la oscuridad y eso hizo que su corazón se lanzara en latidos desbocados.
—Eso no es novedad Delfina, baja ahora.
—No puedo salir, si bajo y abro la puerta alguien podría escuchar... ¿Y para qué queres que lo haga? —después que hizo la pregunta supo que había sido muy tonta.
Albert rodó los ojos y elevó su mano enseñándole el juego de llaves, después señaló con la cabeza la casa que ocupaban Cristina y Jacobo, ella sabía que ellos se habían ido, pero nunca se le pasó por la cabeza que le dejaran las llaves a él. La emoción no la dejó actuar enseguida, solo cuando vio la hermosa sonrisa que él le entregó pudo salir del trance pues sabía lo que eso significaba, asintió en silencio y corrió hasta el armario para buscar algo más decente que ponerse.
—¿Qué haces?
Escuchó que le preguntaba Albert, aún mantenía la llamada, aguantó el teléfono con el hombro mientras removía los pijamas.
—Buscando algo que ponerme, ya me había cambiado para dormir —contestó tomando uno de camisa y pantalón de seda en tono marfil.
—No te cambies quiero ver lo que llevas puesto.
—No puedo bajar con esto Albert, apenas voy vestida.
—Delfina Chaves baja en cinco minutos o seré yo quien suba.
—Quédate ahí, ya bajo... —dijo tomando un grueso cárdigan.
Al menos eso lograría cubrirla y siempre podía decir que salió a tomar un poco de aire o mirar las estrellas o lo que sea, si alguien la veía.
Corrió por el pasillo llevando las pantuflas y el teléfono en la mano, bajó las escaleras cuidando de no hacer ruido mientras miraba a todos lados mientras se dirigía hacia la cocina, cuando estuvo frente a la puerta mostró una sonrisa triunfante, giró el picaporte y lo jaló hacia ella pero este no cedió, lo intentó un par de veces más negándose a creer que eso estuviera sucediendo.
—¡Mierda! —exclamó por lo bajo y apoyó la frente en el frío cristal de uno de los paneles, reaccionó recordando que siempre colocaban las llaves junto al perchero a la izquierda de la puerta principal, así que corrió de regreso al salón para buscarlas.
No podía culpar a las chicas encargadas de la casa de cerrar con llave, porque sabía que era una costumbre, ella misma durante los primeros meses allí lo hacía, la paranoia argentina de ver psicópatas en todos lados. Intentó primero probar a ver si la de la entrada principal estaba abierta, tampoco, así que buscó el perchero pero se encontraba vacío.
—No puede ser... no puede ser —se repetía intentando no caer en la desesperación. Suspiró sintiéndose derrotada y se dispuso a regresar hasta la habitación para informarle a Albert lo que sucedía.
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Ríndete a mi.
RomanceAlbert Baró y Delfina Chaves guardan un gran secreto. Ellos esconden dentro de sus corazones un gran amor que se quedó detenido en el tiempo y en un espacio que durante tres meses los albergó y los llevo a vivir la más hermosa e intensa historia de...