Capítulo 43.

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Los rayos de sol iluminaban toda la habitación cuando los párpados de Albert comenzaron a moverse con pesadez, no deseaba abrirlos, no quería despertar, se sentía exhausto y sus músculos, aunque relajados, mostraban la ligera y dolorosa tensión del ejercicio realizado la noche anterior.

Dejó ver una sonrisa cuando volvió su cara y sus ojos captaron a Delfina que dormía profundamente a su lado, boca abajo, con el rostro apoyado sobre una almohada, se le veía tan hermosa y tranquila, el cabello le caía con descuido sobre la mitad de la espalda, creando un hermoso contraste con la piel blanca y tersa de ella, los rayos de luz que entraban por la ventana jugaban con éste mostrando su verdadera tonalidad y la de su piel, que había conseguido un suave bronceado por la exposición en esos días de verano al aire libre.

Se acercó llevado por la tentación y deslizó un par de dedos por la espalda hasta llegar a la curva de su derrier, justo donde la sábana blanca que cubría la mitad de su cuerpo comenzaba, la sintió removerse y su sonrisa se transformó en una traviesa, se movía creando una caricia con su mirada que acompañaba sus dedos, dejó libre un suspiro extasiado por la imagen que Delfina le entregaba, ella no sólo era hermosa, podía jurar que era perfecta, su piel era maravillosa y su cuerpo era un pecado, tan natural y armonioso, sentía que no se cansaría nunca de disfrutarlo.

Sin embargo, debía dejarla descansar, ser un amante considerado siempre había estado entre sus prioridades, se acercó a ella muy despacio y dejó caer un beso sobre la punta de esa hermosa y perfecta nariz, sonriendo al ver que movía los labios formando una especie de mohín muy gracioso y a la vez atractivo, se alejó para no caer en la tentación de atrapar su boca, calmó su deseo dándole un beso en el hombro, la escuchó suspirar y repitió la acción, le gustaba ese sonido.

Consciente que no podía prologar más ese momento se puso de pie, salió de la cama dejando que los rayos del sol bañaran su desnudez, estiró su cuerpo tensando sus músculos y sus huesos crujieron como si fuera un anciano artrítico, sonriendo ante el efecto. Se dirigió al baño para prepararse y media hora después bajaba a la cocina dejando que ella descansara un rato más.

—Manos a la obra Albert, tienes que hacer el mejor desayuno que hayas hecho en tu vida, recuerda que lo prometiste. —mencionó en voz alta con una gran sonrisa.

Comenzó la labor, intentando hacerlo con agilidad y en el mayor de los silencios para que Delfina no fuera a despertarse, deseaba sorprenderla llevándole el desayuno a la cama, pues lo había planeado así, consciente que era la primera vez que hacía algo como eso para una mujer, se enfocó en prepararlo y no darle mucho valor a sus pensamientos, cuando le hacía cuestionarse ¿por qué actuaba de esta manera con Delfina? En realidad muchas cosas con ella eran nuevas y ninguna lo había incomodado hasta ahora, así que prepararle un desayuno delicioso y llevárselo a la cama, no debería implicar nada relevante o que diera pie a confusiones.

Ella era una mujer muy centrada e inteligente y de seguro vería esto como un gesto amable de su parte, sólo eso; ella se lo merecía después de haberle dado una de las mejores noches de su vida, había sido complaciente, tierna y apasionada, no se había quejado una sola vez, por el contrario había mostrado su mismo deseo, su misma necesidad, ambos estaban claros en las reglas de ese juego.

Después de unos cuarenta minutos tenía la bandeja con el desayuno de ambos lista, había realizado una apetitosa presentación con las rodajas de pan ciabatta, el queso mascarpone, la manteca, el jamón ahumado, brioches, mermelada de frutos rojos. Con cuidado tomó la bandeja y se dirigió con ella hacia la habitación, había dejado la puerta abierta por lo que entrar no representó un problema, dejó el desayuno sobre el escritorio junto a la ventana, y se acercó a la cama para despertarla ya que aún dormía.

Ríndete a mi.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora