La relación entre Albert y Delfina había llegado a un punto que parecía no tener retorno, los silencios que cada vez eran más habituales ya no resultaban cómodos como antes, la tensión hacía el ambiente entre los dos tan pesado que parecían vivir con miedo incluso de hablar, y cada vez que sonaba el teléfono de la casa de ella, que últimamente era con mucha frecuencia, ambos sentían que el aire desaparecía de sus pulmones. Ya Albert comenzaba a cansarse de esa situación, no había pasado por tanto, meses atrás para volver a tener ese sentimiento de zozobra que lo llenaba de ansiedad, eso era lo peor que podía pasarle y él muy bien lo sabía, fue eso lo que lo llevó a caer en su dependencia.
Estuvo a punto de decirle que tomara sus cosas y se fuera en una de esas tantas ocasiones cuando la llamada que recibió la mantuvo ocupada por una hora. Incluso se sintió tentando a aceptar cualquier cosa que ella le propusiera y ya después verían cómo se las arreglarían para mantener su relación, pero no soportaba ver como Delfina luchaba por no mostrarse ansiosa, eso solo la estaba desgastando y lo hacía sentir un miserable por ser el culpable que ella se mantuviera allí.
Pero entonces llegaban esos momentos perfectos cuando se olvidaban de todo, esos donde la pasión alejaba de ellos todo el miedo y las dudas que los azotaban, cuando reían viendo una película, cuando cocinaban juntos o la veía cabalgar tan hermosa y libre sobre Misterio, le había perdido de tal manera el miedo que ahora se lanzaba velozmente a través de las llanuras sin tener que llevarlo junto a ella, con la simple convicción de saber que su caballo nunca le haría algo que la lastimara.
Había cambiado tanto en los últimos meses, ya no era aquella mujer rígida que parecía estar siempre llevando el uniforme de la guardia real inglesa, había logrado descubrir a una Delfina maravillosa que lo tenía cautivado, una que la incertidumbre de lo que podía pasar entre los dos o con su carrera le estaba arrebatando, y eso lo enfurecía más que nada en el mundo, al punto que a veces él mismo se portaba como un miserable y un estúpido cuando le discutía por cualquier tontería, no sabía cómo manejar la situación, se le estaba escapando de la manos.
Y el punto de quiebre llegó esa mañana de principios de septiembre cuando Delfina en vista de su inminente separación, decidió que debían hacer algo, había llegado el momento de tomar una decisión así que se arriesgó, terminaban de desayunar y ella se encargaba de los platos mientras él organizaba la nevera.
—Albert... ayer estuve pensando que quizás nos cegamos demasiado e ignoramos un montón de posibilidades, no necesariamente tendríamos que separarnos... es decir, vos tenes una profesión que podes desarrollar en mi país, seguramente con tu talento y experiencia lograrías encontrar una oportunidad en alguna película o serie de televisión... yo tengo algunos amigos que nos podrían ayudar... —decía sin mirarlo directamente y solo probaba con la esperanza que él se mostrara interesado en su idea.
—Detente Delfina, no sigas porque no estoy en lo más mínimo interesado en algo como eso... toda mi vida he trabajado en mi país y pienso seguir haciéndolo, no me iré a Argentina a trabajar de chofer o de repartidor de pizzas a la espera que alguien tenga la amabilidad de fijarse en mí, y me ofrezca un papel en alguna estúpida película cómica o en alguna serie barata de adolescentes —mencionó colocándose de pie pues se había agachado para acomodar las verduras en la última gaveta.
—Nadie dijo que algo así vaya a pasar... ¿Por qué tenes que mostrarte de esa manera siempre que te ofrezco una salida? Te digo que tengo algunos amigos en el medio y ellos pueden ayudarte... Mariano, mi editor conoce a medio mundo, solo bastaría con que le hablara de vos para que te encuentre una cita con algún director o productor... tendrías que asistir a algunos casting y listo, eso no se llevaría más que un par de meses y no creo que te veas en la necesidad de buscar otro trabajo mientras ocurre, sé que tienes los medios para mantenerte y si las cosas se complican me vas a tener a mí para ayudarte, viviremos juntos y yo podría encargarme de todo hasta que encuentres algo que te haga sentir cómodo —dejó de hablar cuando vio que él se alejaba sin decirle nada y se disponía a salir de la cocina.
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Ríndete a mi.
RomantizmAlbert Baró y Delfina Chaves guardan un gran secreto. Ellos esconden dentro de sus corazones un gran amor que se quedó detenido en el tiempo y en un espacio que durante tres meses los albergó y los llevo a vivir la más hermosa e intensa historia de...