Capítulo 67.

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Albert se encontraba allí y en cuanto sintió que Delfina abandonaba el lugar salió de su escondite, la había escuchado entrar y de inmediato entró en la cuadra junto a la de Misterio, se reprochó el ser tan cobarde. Después de pasar la noche lejos de ella supo que debía hacer algo para recuperarla, pero no sabía por dónde empezar, ni cómo aproximarse sin empeorar la situación, ya que después de analizar bien las cosas comprendió que las heridas habían sido infringidas por los dos.

—¿Qué puedo hacer amigo? Nunca había tenido tantos sentimientos encontrados ni tantas dudas... si me voy junto a ella nada me asegura que lo que tenemos aquí se mantenga intacto, además está mi familia a la que prometí no defraudar... ¿Qué se supone que estaría haciendo si de un momento a otro les digo que los dejaré para irme a Argentina junto a Delfina? ¿En qué lugar quedarían ellos que siempre me han apoyado, que han creído en mí incluso cuando no lo merecía? Y lo más importante de todo ¿podré yo soportar la presión que implica entrar a un mundo de
leones como lo es la industria argentina? —comenzó a cuestionarse en voz alta mientras miraba a la nada, sin poder evitar que las imágenes de su familia y la mujer que lo había acompañado en los últimos meses le colmaran la cabeza, inclinando la balanza hacia un lado y hacia otro.

—Si las exigencias que tenía en España me llevaron a casi provocarme la muerte, no quiero ni pensar lo que haría mi afán por intentar sobresalir y demostrarle a Delfina que soy capaz de adaptarme a su mundo, podría terminar mucho peor... en el fondo sé que mi estabilidad pende de un hilo muy delgado y que se vería expuesto a zarpazos por doquier estando en su país—su corazón latía con un golpeteo fuerte que parecía resonar en cada rincón del lugar.

Luego de unos minutos decidió salir de allí y buscar a alguien que le pudiera ayudar a aclarar la situación, la imposibilidad de Misterio para esbozar palabra lo eliminaba de los candidatos, pensó en llamar a su madre pero desistió al comprender que ella no sería neutral, por el contrario se enfocaría en ponerlo a él como la víctima y a Delfina como la tirana, si debía ser sincero quizás ella era la menos culpable.

Por descarte optó en ir a ver a Cristina, llegaría para mencionarle algo casual, tal vez con relación a Misterio o para charlar con Jacopo sobre vinos, a lo mejor le diría que el paisaje le resultaba mucho más hermoso en otoño, la verdad era que no sabía cómo empezaría la conversación pero esta debía llevarlo a preguntarle que les había mencionado Delfina durante su vista esa mañana, pues estaba al tanto de la misma.

No pasaron quince minutos cuando se enteró de algo que preferiría nunca haber descubierto, dejó a Cristina con la palabra en la boca y salió prácticamente corriendo hasta la casa de Delfina mientras el aire frío que precede a la tormenta se estrellaba contra su cuerpo. Se detuvo ante la puerta de la casa que ocupaba la escritora y se cuestionó por un par de minutos lo que estaba haciendo allí, el motivo que le daría para ir a buscarla; ella le había dejado claro que no deseaba que se le acercara de nuevo y quizás era lo mejor.

—No, ustedes no pueden quedar así, no puedes dejar que aquella discusión sea su despedida, ni el recuerdo que Delfina se llevé de su relación —respiró profundamente para llenarse de valor y llamó a la puerta con un par de golpes.

Delfina casi sintió que el corazón le saldría disparado del pecho cuando escuchó el par de golpes que daban en la puerta principal, se disponía a subir las escaleras pero sus pasos se congelaron en el primer peldaño, le llevó varios segundos y una nueva llamada reaccionar.

Caminó intentando hacerlo despacio mientras le exigía a sus piernas que dejaran de temblar, aunque era todo su cuerpo él que lo hacía, tomó aire lentamente y lo soltó despacio, cuando sintió que estaba un poco más calmada giró la perilla y abrió la puerta encontrándose con Albert.

Ella se mantuvo en silencio y él también, solo conseguían mirarse a los ojos, queriendo decir tantas cosas pero de sus bocas no salía ningún sonido por pequeño que fuera. Él suspiró mientras paseaba su mirada por el rostro de ella sintiendo como si hubiera transcurrido mucho tiempo desde la última vez que la vio y en realidad solo habían pasado horas, al fin reunió las palabras y habló.

—Me ha dicho Cristina que te vas mañana —intentó mostrarse relajado, pero el tono de su voz delató lo que sentía.

Ella asintió en silencio y le esquivó la mirada, no quería que viera los estragos que las horas de llanto habían causado en ella y mucho menos que verlo frente a su puerta la había llenado de una felicidad que no podía permitirse, no volvería a comportarse como una estúpida, se aclaró la garganta con disimulo antes de responder.

—Sí, así es... salgo mañana temprano, voy a tomar un vuelo desde Florencia hasta Toronto y ahi haré una escala para después tomar otro hacia Buenos Aires —esbozó de manera casual, pero seguía sin mirarlo.

—Entiendo... —murmuró él aún desde el umbral de la puerta.

Su mirada alcanzó a ver las valijas que se encontraban en un rincón dentro del salón, la imagen hizo que el corazón se le encogiera y la garganta se le cerrara, tragó para pasar la sensación e intentó mostrarse igual de casual que Delfina.

—Puedes dejar mis cosas aquí y yo pasaré a buscarlas luego... — mencionó regresando la mirada a ella.

—No va a ser necesario ya las junte a todas, pasa y te las doy — indicó aun consciente que esa invitación podía tener consecuencias.

Él lo hizo sin plantearse siquiera la idea de seducirla, sabía que podía hacerlo pero no deseaba solucionar las cosas con Delfina mediante el sexo, eso no haría ninguna diferencia porque lo suyo hacía mucho había pasado esa etapa donde solo se limitaban a entregar sus cuerpos. Había sentimientos de por medio y aunque no sabía cómo definirlos aun o mejor dicho no se atrevía a hacerlo, debía reconocer que lo que sentía por ella era distinto a todo lo que sintió antes.

Delfina podía sentir la poderosa mirada de Albert sobre ella, él
siempre había tenido ese poder de envolverla y dominarla con solo verla, pero esa no sería la ocasión para que ella se rindiera. Había tomado una decisión y debía cumplirla, tomó el bolso luchando porque sus movimientos fueran causales y no mostraran el temblor que la invadía.

—Toma, acá está todo... son pocas las cosas que tengo fuera del equipaje, así que no se queda nada tuyo en esta casa —su tono de voz no fue duro, pero al ver el gesto en el rostro de Albert supo que sus palabras sí, igual ya no tenía caso continuar tratando esa situación con guantes de seda, ya todo había quedado claro.

—Gracias... Delfina ¿no te parece que es muy pronto para marcharte? Sé que quizás te sobren los motivos para irte pero...

—Me sobran... créeme Albert que es así, además es lo mejor después de todo ¿qué gano quedándome? —preguntó lanzado su estocada, si él había llegado hasta allí con la pretensión que podía jugar con ella a su antojo le demostraría que estaba equivocado.

—Bien... —dijo sin mucho énfasis y tomó el bolso que ella le entregaba. Se mantuvo allí un instante solo mirándola, deseando decirle tantas cosas pero las palabras sencillamente se le atascaban en la garganta.

Supo que era una lucha perdida así que se dio media vuelta y caminó de nuevo hacia la salida, giró el pomo y abrió la hoja de madera llevándose una sorpresa al ver que estaba lloviendo a cántaros. Un suspiro sonoro escapó de sus labios al ver que incluso la naturaleza le impedía terminar con todo eso que no lo llevaba a ningún lado, no le importó la idea de mojarse y estaba por salir cuando ella lo detuvo.

—Hacelo mejor por la puerta de la cocina, está más cerca de tu casa.

Albert asintió en silencio y caminó en dirección a ésta, ya no tenía nada que seguir haciendo allí así que ni siquiera se volvió para mirarla, sabía que hacerlo solo aumentaría el dolor que le laceraba el pecho, suspiró y sin más salió del lugar sintiendo el choque de las gotas de agua helada que lo empaparon en segundos.

Ríndete a mi.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora