Delfina se encontraba una vez más con la mirada perdida en la hermosa panorámica a la cual tenía acceso desde su estudio, viendo el tráfico lento de los barcos que navegaban el río Chicago y seguían el curso de éste hasta su desembocadura en el Lago Michigan. Fue sacada de su estado de letargo por el par de golpes que dieron en la puerta de madera y retumbaron en el lugar, reconoció de inmediato de quién se trataba, tenía la particular cualidad de identificar el modo en el cual cada uno de sus conocidos lo hacía.
—Entra Jose —dijo sonriendo y se volvió para recibirla.
—Hola Del, pasé a visitarte y adivina qué —esbozó con una gran sonrisa abriendo la puerta y se quedó junto a ésta—. Traje a un amigo, pasa —pidió dedicándole el mismo gesto al español que se encontraba fuera del estudio y le hizo un ademán para que continuara.
Albert entró al lugar con ese andar sofisticado y seguro que lo caracterizaba y su mirada fija en Delfina que pareció petrificarse en cuanto lo vio, más su corazón apenas lo hizo, consciente de esa reacción, pues de inmediato se desbocó en latidos. La mujer ante sus ojos era sencillamente extraordinaria, todavía le costaba acostumbrarse a verla con el cabello corto, lucía hermosa, la prefería luciendo su larga cabellera castaña.
Ella no podía creer que él estuviera allí, en Chicago, en su casa y además estando tan lindo, no llevaba nada del otro mundo, un traje azul oscuro, con chaleco y camisa de lino blanca, pero la ausencia de corbata y el peinado ligeramente desordenado le daban un toque atractivamente salvaje, que hizo que su corazón se acelerara y las piernas comenzaran a temblarle. Le resultaba prácticamente imposible apartar la mirada de él.
—Albert está visitando Chicago, lo encontré por casualidad en el ascensor porque se queda en el hotel de la Torre y lo invité a venir —comentó Josefina de manera casual ante el pesado silencio.
—Espero no causarle molestias con mi presencia aquí —mencionó él mientras seguía deleitándose con ella.
Delfina tomó aire mientras buscaba desesperadamente las palabras para contestarle, se sentía abrumada por su presencia allí, pero no podía decirle eso y menos delante de su hermana.
—En lo absoluto... pase y tome asiento por favor, voy a pedirle a Rosa que nos traiga unas bebidas —dijo al fin e intentó huir de inmediato— ¿Desea algo en especial? —preguntó y hubiera preferido no hacerlo, pues la mirada que le dedicó Albert la puso a temblar el doble, lo esquivó para caminar hacia la puerta— ¿Agua, un jugo o tal vez algo más fuerte? ¿Un trago? —inquirió de nuevo sintiendo que justo eso último era lo que ella necesitaba en ese momento.
—Un trago puede ser... ¿De casualidad tendrá un Chianti? —preguntó mostrando media sonrisa.
Delfina lo miró sin poder creer lo que estaba haciendo, era un infeliz que deseaba poner sus nervios de punta y atormentarla hasta que se postrara a sus pies de nuevo, estaba realmente equivocado si creía que algo como eso sucedería.
—No, perdón, pero no tengo vinos en este lugar —contestó en un tono amable, pero su mirada quería asesinarlo.
—¿No? Es un poco extraño que alguien que sepa tanto de vinos no tenga una buena colección en su casa —señaló mientras le sonreía para provocarla, sintiéndose emocionado como años atrás.
—Ahora que lo dice... Albert tiene razón Del, vos en el libro haces que Manuel parezca realmente un especialista en vinos, pero no vi nunca en tu casa una botella de éste —comentó su hermana un poco contrariada ante el descubrimiento.
—Yo escribo ficción Josefina, todo eso lo saqué de la web —mintió y esquivó la mirada de Albert—. Igual puedo hacer que le traigan un trago de vodka si prefiere algo fuerte —sugirió con naturalidad.
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Ríndete a mi.
RomanceAlbert Baró y Delfina Chaves guardan un gran secreto. Ellos esconden dentro de sus corazones un gran amor que se quedó detenido en el tiempo y en un espacio que durante tres meses los albergó y los llevo a vivir la más hermosa e intensa historia de...