Capítulo 44.

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Albert había llegado hasta la casa de Delfina cerca de las seis de la tarde, el sol aún se encontraba brillando en el horizonte, como era propio en los días de verano, pintaba de hermosos tonos naranja y dorado el extenso paisaje toscano, mientras una cálida brisa le rozaba la piel, el ambiente de lluvia había pasado y de nuevo la humedad hacía de las suyas, anunciando que esta noche sería bastante calurosa.

—Hola —lo saludó Delfina con una gran sonrisa y la mirada brillante, en cuanto abrió la puerta y lo vio en el umbral, casi había corrido hasta ésta apenas escuchó los golpes.

—Hola —respondió él devolviéndole la sonrisa, se acercó a ella deseando besarla.

—Pasa —le pidió Delfina haciéndole un ademán, deteniendo su acción para evitar que alguien pudiera verlos.

Albert no comprendió ese cambio y pensó que algo había sucedido durante el tiempo separados, temiendo que quizás ella se hubiera llenado de dudas y ahora quisiera terminar con lo que habían empezado, no estaba dispuesto a dejar que se alejara.

—¿Sucede algo? —preguntó sin rodeos, mirándola con el ceño fruncido, sintió como su rostro se tensaba, dejó el bolso de mano donde llevaba ropa y algunos objetos personales junto a la puerta.

—Nada... es sólo que no quiero que los demás se den cuenta de lo que hicimos... al menos no por ahora. —mencionó sonrojándose al recordar que le había dicho, muchas veces, a Cristina que Albert no era para nada su tipo, ahora quedaría como una mentirosa.

—¿Crees que no lo saben ya? —inquirió de nuevo con esa sonrisa ladeada y sensual que creaba un atractivo especial en él.

—Bueno... supongo que sospechan algo. —le contestó mordiéndose el labio y esquivándole la mirada.

La sonrisa de Albert se hizo perversa y su mirada se llenó de
intensidad, tomó la barbilla de Delfina entre sus dedos y le elevó el rostro para que lo mirara a los ojos.

—Anoche las luces de tu casa estuvieron todo el tiempo apagadas y siendo tan ordenada y rutinaria como eres, algo así jamás se te pasaría por alto, a menos claro está, que no hayas dormido en tu casa... créeme Delfina ellos saben perfectamente donde pasaste la noche y no son tan tontos como para no concluir haciendo qué. —mencionó con suavidad, apretó la barbilla y ella abrió ligeramente los labios, él pasó el pulgar por el inferior.

Ella se estremeció ante el roce, fue simple pero tuvo la contundencia de una ola cuando se estrella contra los riscos, el deseo le recorrió todo el cuerpo y se concentró en su vientre, dejó libre un suspiro incapaz de poder contenerlo.

—Le dije a Cristina que no eras mi tipo... siempre que ella me insinuaba algo... yo le decía que nunca tendría algo con vos. —confesó mirándolo a los ojos, sintiendo su corazón latir muy rápido.

Él dejó libre una carcajada arrogante que retumbó por todo el salón, sintiendo como el pecho se le llenaba de esa nueva emoción que Delfina le provocaba, tomó el rostro de ella entre sus manos y clavó su mirada en el par de ojos verdes que lo veían con una mezcla de desconcierto y molestia.

—Estamos a mano, yo le decía que apenas podía soportarte y que prefería hablar con Misterio así terminara loco, que hacerlo contigo porque eras exasperante... —expresó sonriente, divertido ante el cambio que habían dado las cosas, liberó un suspiro controlándose para no besarla, no antes de aclararle a Delfina como lo había afectado ahora, pues pudo ver como su semblante se había tensado.

Delfina se sintió contrariada por la reacción de él, algo dentro de su pecho se encogió pensando que quizás para él todo esto no había sido más que un juego, un reto que se dio el gusto de alcanzar y que ella como la más grande de las estúpidas se lo había puesto en bandeja de plata, quiso esquivarle la mirada, pero le resultó imposible.

Ríndete a mi.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora