Capítulo 130.

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Delfina corrió queriendo escapar de lo que estaba sintiendo, de ese dolor que había estado guardado dentro de ella por tanto tiempo, ese que apenas lograba soportar sin romperse y más allá de todo eso, necesitaba saber qué hacer con ese inmenso amor que sentía, que la envolvía, la aplastaba y la hacía depender de Albert como nunca lo había hecho de nadie más, lo amaba con tanta intensidad que le dolía.

Se dobló sintiendo que las piernas le fallaban y todos los sollozos salieron de ella de manera descontrolada, mientras las lágrimas bajaban copiosas por sus mejillas, se abrazó con fuerza a ella misma, consciente de que ya no tenía nada que esconder, había mostrado todo.

—Delfina... ¿Amor, qué te ocurre?

Escuchó la voz de Albert, la preocupación y el amor impresos en su tono la hicieron estremecer, llorar más y hasta sonreír. Había perdido la razón o quizás eso era el amor, los poetas decían que era locura, pasión, éxtasis; todo se resumía en eso, lo que deseaba, lo que sentía y lo que era. Se volvió a mirarlo y la verdad la golpeó con la fuerza de un rayo, supo que había llegado el momento de rendirse.

Corrió hasta él sin querer perder un segundo más, ya había esperado demasiado para decirle a Albert lo que sentía, pero la pasión le ganó la batalla al amor una vez más y cuando estuvo frente a él no pudo hablar, le lanzó los brazos al cuello para besarlo como hacía mucho no lo besaba, quizás como nunca lo había hecho y sonrió al sentir que él estaba algo perdido, así que con suavidad deslizó su lengua por los exquisitos labios del hombre que amaba y cuando al fin tuvo la libertad para apoderarse de su boca, fue como si alcanzase la gloria.

Albert no entendía lo que estaba sucediendo pero se dejó llevar, gimió al sentir la lengua de Delfina deslizarse sobre la suya y entrar a su boca, suave y tibia se paseaba por rincones que lo hacían estremecerse, tomó el rostro de ella entre sus manos para unirse a esa extraordinaria danza que despertaba sus sentidos, dándole las mejores sensaciones que hubiera experimentado en su vida.

—Te amo —susurró Delfina separándose apenas de él, ahogándose en sus hermosos ojos, sintiendo su corazón latir tan de prisa y se sentía tan bien al poder expresarlo, que lo hizo de nuevo—. Te amo Albert Baró—esbozó riendo y lo besó de nuevo.

Él sentía que la felicidad no le cabía en el pecho, eran como fuegos artificiales estallando en su interior, llenaban de luces y colores todo su mundo, enredó sus dedos en el cabello de Delfina para hacer de ese beso uno absoluto, para entregarle el alma y el corazón en éste. Sin embargo, quería darle más, quería que ella lo tuviera todo y se separó despacio para mirarla a los ojos, por Dios estaba temblando como si fuese un chiquillo o un hombre que estaba a punto de expresar la más grande de las verdades que guardaba dentro de él.

—Delfina eres... todo lo que deseo, lo que me enloquece... lo que amo, eres la mujer que amo preciosa. Te metiste en mi piel, en mi alma y nada ni nadie logró sacarte de allí en todo este tiempo... —le entregó la mejor de sus sonrisas, esa que iluminaba su mirada, le apretó las mejillas con malicia para después deslizar sus pulgares y secar las lágrimas, aunque él mismo estuviera derramando las suyas en ese momento, apoyó su frente en la de ella—. Te amo Delfina Chaves...
te amo con todo mi ser, con cada parte de mí...
T'estimo el meu amor. Tu ets la meva vida.

Delfina no podía dejar de llorar, ni de reír rebosante de felicidad, le ofreció sus labios y esa vez Albert no se entretuvo en preámbulos, no fue un beso mesurado; ya no habían dudas y la pasión tuvo riendas sueltas para galopar con absoluta libertad. Ese beso era completamente distinto a cualquier otro que se hubieran dado antes, era uno que no intentaba ocultar sus sentimientos, por el contrario, ese gesto los estaba liberando.

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Ríndete a mi.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora