Capítulo 32.

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—Bueno, igual no puedo decir que te gane en ello, yo también soy malísima para ese tipo de música, lo intenté en Puerto Rico, pero después de un día de clase entendí que sería imposible. Ahora, me encanta el tango y con éste sí tuve un mejor desempeño... quizás eso me ponga a un punto sobre vos— mencionó con suficiencia.

—Interpreté a uno de los mejores bailarines de tango para una obra de teatro sobre Carlos Gardel... fui Casimiro Ain —expuso sin poder esconder la sonrisa que se asomaba a sus labios.

—¡Sos insoportable! ¡Me voy! —exclamo sintiéndose frustrada.

—Delfina por favor... no seas infantil, a ver... seguro hay un montón de cosas que tú sabes hacer y que yo no —decía intentando no reír pues no quería que se sintiera mal.

—Sí, por supuesto... sé hablar catalán ¡Pero vos también! Sé también hablar francés ¡Pero seguro que vos también! Habló ingles ¡Y vos también! — exponía en una actitud completamente inmadura.

—Eso es excelente, tenemos muchas cosas en común... esto no es una competencia Delfina, no tienes por qué sentir que te he ganado, yo jamás busco competir con nadie más que no sea conmigo mismo... —explicaba cuando ella habló de nuevo.

—Eso es ser muy arrogante ¿Lo sabías? Es lo que dicen todos los que se consideran mejores que los demás "no compito con nadie" significa "nadie para mí es competencia" —indicó mirándolo.

—¡Un gran análisis gramatical señorita Chaves! —dijo
sonriéndole y se acercó a ella de nuevo—. Tienes una gran ventaja sobre mí en este preciso instante, te ves aún más hermosa cuando estás molesta... yo de seguro pareceré un ogro —esbozó y con suavidad le acarició la mejilla tentando por ese tono rosa que las había teñido en solo segundos.

Delfina sintió que se derretía ante ese gesto, cerró los ojos solo un instante, de inmediato cayó en cuenta que si se mostraba así ante él le dejaría ver que estaba rendida a sus pies, no es que lo estuviera completamente pero poco le faltaba, así que abrió de nuevo los ojos, respiró profundamente para calmarse y habló una vez más.

—Yo también canto... —susurró y se alegró de ver que él le sonreía.

Pero no de que alejara la mano de su mejilla.

—Lo sé... lo haces muy bien te escuché el otro día, aunque me hubiera gustado hacerlo con algo menos estridente que la música de Pink —señaló sonriendo al ver que ella ponía los ojos en blanco.

—Que malo sos para apreciar la buena música... pero ya que me brindaste una buena velada, esta noche te voy a complacer... —decía cuando cayó en cuenta de lo peligrosa que podía resultar esa frase, lo supo por la sombra que había cubierto un instante los ojos de Albert, buscó reparar su error de inmediato, caminó en dirección a la consola para alejarse de él y continuó—. Hay una canción de Joe... quizás no la tengas, es bastante vieja, pero es hermosa... ¿Puedo? —se volvió para pedirle permiso de buscar en su iPod.

—Por supuesto, tengo un amplio repertorio de su música, como te dije es la que uso para tocar el saxo —contestó manteniéndose en su lugar. Las sensaciones que ella había comenzado a despertar en su cuerpo lo desconcertaban un poco, reconocía el deseo, pero en el fondo había algo más, algo que hasta ahora él no había sentido.

—Acá está... —dijo escuchando las primeras notas, lo buscó y la cara de Albert era un poema, ella tuvo que luchar para no soltar una carcajada y empezar con la canción—. Who knows what tomorrow brings.
In a world few hearts survive? All I know is the way I feel. When it's real, I keep it alive. —dejó ver una sonrisa ante el ceño profundamente fruncido de Albert, le extendió la mano para invitarlo a seguirla, él negó con la cabeza y está vez fue ella quien lo invitó a bailar mientras le sonreía.

Ríndete a mi.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora