Albert vio el auto avanzar dejando tras de sí una estela de polvo que desdibujaba el paisaje, su mente no terminaba de asimilar que la mujer que iba dentro había sido aquella que lo hizo tan feliz durante los últimos tres meses, la que le había dado un sentido distinto y maravilloso a su vida, ella le había enseñado ese sentimiento que llamaban amor y que él durante tantos años buscó en vano en otras mujeres hasta darse por vencido y pensar que no estaba hecho para vivir algo así. Delfina le demostró que estaba equivocado, que ella podía darle mucho más de lo que una vez soñó tener, pero ahora que ella se había marchado dejándolo solo y sintiendo que en el lugar donde debía estar su corazón solo había quedado un inmenso vacío.
No tuvo ni siquiera el valor para mirar la casa que había ocupado Delfina, siguió de largo hasta la suya ignorando las miradas de Jacopo y Cristina que se hallaban sobre él, giró el pomo y abrió la puerta, entró y después la cerró detrás de él. Justo en ese momento su mundo se derrumbó cuando fue consciente de la gran soledad en la cual Delfina lo había dejado, una soledad plagada de recuerdos de ella que aparecían en su mente como los cuadros de una película cada vez que miraba a cualquier rincón de esa casa, se dejó caer al suelo deslizando su espalda por la hoja de madera pulida hasta quedar sentado, recogió sus piernas acercándolas a su pecho y apoyó los codos en las rodillas mientras las lágrimas se acumulaban en sus ojos y el dolor pujaba con fuerza dentro de su pecho buscando una salida.
—¿Por qué me dejaste? —un sollozo rompió su garganta antes que pudiera controlarlo, se llevó las manos a la cara para ocultar su dolor.
Su cuerpo se estremecía con fuerza a causa del doloroso llanto que brotaba de él, nunca en su vida se había sentido tan vulnerable y perdido, ni siquiera esa mañana cuando despertó en casa de sus padres y todo se había descubierto, aquel dolor aunque poderoso no se comparaba con el que le estaba provocando Delfina. Cada recuerdo que llegaba hasta ella venía acompañado de una nueva oleada de lágrimas que se empeñó en contener en un principio, pero terminó por rendirse al ver que no tenía caso luchar contra ellas, ni tampoco con los recuerdos de la mujer que amaba y que le hacían trizas el corazón.
Se puso de pie sintiendo la rabia y el dolor correr de manera desbocada por su cuerpo, caminó hasta la cocina y saco de la cava de vinos una botella, la abrió con rapidez para después llevársela a los labios y darle un gran trago que no aplacó en nada el sentimiento que lo embargaba, así que bebió otro más y a ése le siguió otro, pero el dolor y el rencor no disminuían, al contrario parecían ganar más terreno a cada minuto que pasaba.
Se llevó las manos a la cabeza y empezó a negar en un vano intento para liberarse de los recuerdos de Delfina, quería borrarlo todo, olvidarse de sus ojos, de sus sonrisas, de sus besos y sus caricias, de esa maldita y exquisita manera que tenía de entregarse por completo y llevarlo a él hasta ponerlo de rodillas.
—Tengo que sacarte de mí... tengo que hacerlo Delfina, tengo que olvidarte —esbozó en medio de sollozos mientras se limpiaba las lágrimas con brusquedad y de nuevo dejó que el vino invadiera su boca.
Albert sabía que esa quizás no era la mejor manera para olvidarla, pero al menos esperaba que la borrachera que se disponía a conseguir lo alejara de los recuerdos de ella, que lo anestesiara al punto de no sentir ese dolor que amenazaba con partirlo en mil pedazos. De nuevo la imagen de ella entrando al auto y largándose de allí sin siquiera volverse a mirarlo lo torturaba, quería odiarla con todas sus fuerzas, pero entre más se esforzaba por hacerlo más sentía que crecía su amor por ella.
Se dejó caer sobre él sofá mientras su cuerpo entero se convulsionaba ante los sollozos que brotaban de sus labios, se llevó el brazo a los ojos para cubrirlos pues aunque se encontrase solo, no podía con la vergüenza que sentía al estar llorando de esa manera por una mujer para la cual no significó absolutamente nada. El cazador terminó cazado por la única mujer a la que jamás creyó capaz de algo así, se suponía que Delfina sería su juguete de verano, la mujer que le calentaría la cama, la que lo entretendría para no sentirse tan solo en ese lugar.
—Te volviste mi debilidad... y quiero odiarte, juro que deseo odiarte... pero sé que si en este instante entras por esa puerta sería el hombre más feliz del mundo, que la puta alegría no me cabría dentro del pecho y terminaría rogándote que no vuelvas a dejarme... que no lo hagas nunca más —esbozó con tanto dolor que su voz apenas se reconocía, se llevó la botella a los labios una vez más.
La tempestad que se desataba en el interior de Albert le impedía contener las lágrimas, cada recuerdo que llegaba hasta su mente de Delfina solo aumentaban el dolor y la amargura en su interior. Se suponía que debían terminar como amigos, se suponía que las cosas podían continuar, que él se tomaría un tiempo para organizar su vida ahí aún seguía siendo un caos y después, cuando todo estuviera más calmado viajaría hasta Argentina e incluso podía acompañarla en el lanzamiento de su próximo libro, ese del cual él había sido parte pues había estado junto a ella en el proceso de creación.
Todo eso le diría de camino al aeropuerto pues lo había planeado todo muy bien, pero Delfina sencillamente lo sacó de su vida sin miramientos, lo había abandonado y quizás en otro tiempo eso hubiera causado una herida en su ego, pero en ese momento su ego valía mierda porque el verdadero golpe lo había recibido su corazón y no por el momento no sabía cómo hacer para sanarlo, así que siguió bebiendo.
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Ríndete a mi.
RomanceAlbert Baró y Delfina Chaves guardan un gran secreto. Ellos esconden dentro de sus corazones un gran amor que se quedó detenido en el tiempo y en un espacio que durante tres meses los albergó y los llevo a vivir la más hermosa e intensa historia de...