Delfina sentía el viento desordenar su cabello, rozar su piel y la ligera blusa rosa que llevaba puesta, mientras montaba a Misterio sintiéndose en completa libertad, agradeciéndole a la vida por todo lo que le estaba entregando de nuevo, por haberla regresado a ese lugar y además hacerlo junto a Albert. Apenas podía con tanta felicidad, pensaba que antes había sido feliz y que después que se marchó de allí nunca más volvería a serlo, como lo era justo en ese momento, se volvió para mirar a Albert que cabalgada a su lado y fue bajando de a poco el trote de Misterio.
—No has perdido la práctica —esbozó él con la respiración agitada.
—Hay cosas que nunca se olvidan —señaló sonriendo, no pudo resistirse al verlo tan guapo y se acercó para besarlo — ¿Tenes pensado llevarme a algún lugar especial? —inquirió mirándolo a los ojos.
— De hecho, justo estaba por decirte que me siguieras —contestó riendo mientras le acariciaba el cuello y la besaba de nuevo.
Retomaron su camino haciéndolo de nuevo con velocidad, ambos sabían que no contaban con mucho tiempo y debían aprovechar cada minuto juntos, así que lanzándose a través de las suaves pendientes que formaba ese paisaje, llegaron a aquel campo de girasoles del cual Albert le había hablado a ella y al que nunca logró llevarla.
—¿Qué te parece? —le dijo mientras la bajaba del caballo.
—Es hermoso, impresionante... me encanta Betu, gracias por traerme —respondió apoyándose en él cuando sintió que la abrazaba.
Albert comenzó a dejarle caer en el cuello besos delicados que iban despertando la piel de Delfina a medida que avanzaba, sus manos también buscaron el camino que su instinto le dictaba, con lentitud comenzó a deshojar los botones de la blusa que ella llevaba, mientras la escuchaba suspirar y acariciarle los brazos, apoyando la cabeza contra su hombro para darle mayor libertad a sus labios de vagar sobre su piel.
La giró para tenerla frente a él y besar sus labios como tanto anhelaba, perdiéndose en la humedad de la boca de Delfina, que solo lo hacía consciente de ella, de sus manos que despacio iban abriendo los botones de su camisa y acariciaban la piel de su pecho en el proceso, ella comenzó a besarle el cuello haciéndolo estremecer aumentando el deseo en él.
Cuando al fin se encontraban desnudos se tendieron sobre la hierba, mientras el campo de girasoles los escondía del mundo, dándoles la libertad para amarse en medio de esa inmensidad verde esmeralda que los rodeaba, teniendo a ese cielo de un azul intenso como único testigo se entregaron una vez mas al amor que sentían.
Delfina podía sentir los rayos del sol calentándole la piel, mientras la suave brisa que recorría el lugar la acariciaba con la misma suavidad que lo hacía Albert. A pesar de estar corriendo el riesgo de ser descubiertos por los demás si llegaban y no los encontraban en la villa, en ese momento no le importaba mucho, solo quería que ese instante fuese eterno para que Albert siguiera mirándola así, con esos ojos que la miraban con tanta intensidad, que la hechizaban y la hacían sentir tan amada mientras le daban un placer infinito.
Sintió tocar el extraordinario firmamento sobre ella, girando dentro de un vórtice de emociones mientras repetía el nombre de él, aferrada a su cuerpo con brazos y piernas, sintiéndolo contraerse al tiempo que se movía dentro de su cuerpo luchando por alcanzarla.
Y cuando al fin lo hizo, todo fue maravilloso, ambos se quedaron suspendidos en el tiempo, mirándose a los ojos, brindándose besos y caricias mientras el ritmo de sus corazones se sosegaba lentamente. Se acostaron uno al lado del otro mirando el cielo, sin poder borrar de sus labios esa sonrisa que se había dibujado en ellos, no hacía falta que alguno de los dos hablase o estar abrazos para ser conscientes que estaban allí, solo la unión de sus manos entrelazadas bastaba. Pero de repente, Delfina sintió el deseo de hacerle saber lo que pensaba.
—Todos tenemos un paraíso en la tierra y éste es sin duda alguna el mío —esbozó con la mirada perdida en el cielo.
—¿Y por casualidad ese paraíso tuyo también me incluye? —preguntó moviéndose para quedar encima de ella y mirarla a los ojos.
Delfina asintió con una gran sonrisa mientras le acariciaba el rostro y después le ofreció sus labios. Estuvieron allí hasta que la luz del sol les anunció que debían regresar; al llegar, todo seguía normal, el equipo de producción aún no regresaba y su romántica aventura siguió en secreto.
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Ríndete a mi.
RomanceAlbert Baró y Delfina Chaves guardan un gran secreto. Ellos esconden dentro de sus corazones un gran amor que se quedó detenido en el tiempo y en un espacio que durante tres meses los albergó y los llevo a vivir la más hermosa e intensa historia de...