Escucharon la voz de Romina en la planta baja y el ruido de llaves lanzadas sobre la mesa de cristal. Albert maldijo en un susurro y Delfina apenas podía creer que eso estuviera pasando de nuevo, la rabia se apoderó de su cuerpo y se alejó de él.
—¿Qué hace ella acá? —demandó de inmediato mirándolo.
—Soy un imbécil... olvidé quitarle el juego de llaves —respondió sintiéndose apenado y se llevó las manos al cabello, un gesto que hacía cuando estaba nervioso, no quería arruinar todo de nuevo.
Delfina jadeó sin poder creer que de verdad hubiera sido tan... prefirió cortar sus pensamientos y respiró profundamente para no dejarse llevar por la ira que corría por sus venas, antepuso el amor que sentía por Albert y todo lo que él le había demostrado, no caería de nuevo en el juego de esa maldita arpía.
—Dame unos minutos y me encargaré de esto, te prometo que no volverá a molestarnos —mencionó acercándose a ella para que viera en sus ojos que no tenía nada de qué preocuparse.
Escucharon que Romina seguía haciendo ruido como si fuera la dueña de la casa y hasta música puso, era evidente que buscaba provocarlos, ella sabía que estaban allí, tuvo que haber visto la noticia en el diario y venía con la intención de arruinarles el momento.
—No va a volver a molestarnos eso te lo aseguro, porque seré yo quien se encargue de ella — mencionó caminando para salir de la habitación.
—Delfina por favor... no es necesario que te expongas, yo solucionaré esto y tú no tendrás que pasar un mal rato —dijo tomándola del brazo para detenerla, conocía a Romina y sabía de lo que era capaz.
—Bueno ya lo estoy pasando... por favor confía en mí, yo sé lo que hago —expresó mirándolo a los ojos y después caminó.
—Yo voy contigo —esbozó determinado a acompañarla.
Salió detrás de Delfina mientras rogaba que Romina no fuera a lanzar por tierra todo lo ganado hasta el momento.
Romina se tendió en el sofá como siempre hacía cuando llegaba allí, pero esta vez optó además por servirse una copa de vino, aunque odiaba el alcohol, el momento lo ameritaba porque echaría a la maldita de Delfina Chaves de ese lugar y luego celebraría.
—Mi cielo necesito que me des un masaje, el desfile en Milán me dejó completamente agotada — mencionó Romina con los ojos cerrados.
Delfina sintió la sangre comenzar a hervirle ante esa imagen, se decía que debía tratar ese asunto de manera civilizada, pero al escuchar las palabras de esa mujer y ver su actitud, todo pensamiento sociable se esfumó de su cabeza, caminó con rapidez y le arrebató la copa de la mano para dejarla en la mesa de centro.
—Levántate de ahí y sali de acá ahora mismo —le exigió mirándola.
—Pero qué carajos... ¿Quién demonios te crees para tratarme así y darme órdenes estúpida? — preguntó furiosa, no se esperaba esa reacción de la escritora, por el contrario suponía que la vería salir de allí llorando.
—Estúpida vos que no tenes un mínimo de dignidad y venis acá para rogarle a un hombre que te dedique un poco de atención —señaló mirándola con desprecio y elevó su rostro con gesto altivo.
—¿Por qué dejas que esta mujer me hable así Betu? —inquirió con la voz rasgada mientras lo miraba a él.
—Romina tú no tienes nada que hacer aquí... las cosas quedaron claras entre los dos hace mucho, así que deja las llaves, toma tu bolso y sal ahora mismo —le pidió intentando mantenerse calmado.
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Ríndete a mi.
RomanceAlbert Baró y Delfina Chaves guardan un gran secreto. Ellos esconden dentro de sus corazones un gran amor que se quedó detenido en el tiempo y en un espacio que durante tres meses los albergó y los llevo a vivir la más hermosa e intensa historia de...