Capítulo 113.

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Le daría un preámbulo como ella merecía y como él deseaba, la acercó al sillón en forma de para lentamente irla tendiendo en éste, mientras seguía besándola y acariciándola, gimiendo en cada ir y venir de sus lenguas que se rozaban amoldándose con la misma perfección de años atrás.

No podía darle tiempo a dudar, así que apoyó su cuerpo sobre el de Delfina dejando que apenas parte de su peso descansara en ella.

Delfina estaba siendo consciente de todo lo que ocurría, pero no tenía la voluntad para detener a Albert, solo podía besarlo y rendirse a sus caricias, a esa emoción que iba despertando su cuerpo con una contundencia que la hacía estremecer y aferrarse a los fuertes brazos de él, sintiendo la calidez de su piel, la fuerza de sus músculos que se contraían ligeramente soportando el peso.

Llevó una mano hasta la nuca de Albert y deslizar sus dedos en el cabello castaño de él fue exquisito, lo sintió temblar ante el roce y se aventuró a ir más allá, deslizó su otra mano por la poderosa forma de la espalda hasta anclarla en la pretina del jean que llevaba.

Sentía que él la tenía completamente atrapada en ese torbellino de placer, su sentido común se había esfumado y en su lugar solo quedaba esa emoción que era mucho más poderosa que el deseo, era locura y necesidad, era algo que no podía definir pero que la estaba llevando a un lugar donde todo era perfecto. Y en ese lugar solo existía Albert, él lo llenaba todo, él era todo lo que sentía, lo que anhelaba, lo que necesitaba para sentirse tan plena, tan enamorada que nuevas y viejas ilusiones comenzaban a hacer nido en su pecho.

Las caricias y los besos de Delfina estaban despertando su cuerpo, era como si el tiempo no hubiera pasado para ellos, la llama seguía más viva que nunca dentro de su pecho, deslizó una de sus manos por la larga pierna femenina y la movió para apoyarla en su cadera, abriéndose espacio entre las extremidades para que su pelvis rozara la de ella y quedar justo en ese lugar que lo volvía loco, en la calidez y la suavidad que albergaba Delfina en medio de sus piernas.

Ahogó con su lengua y un beso más profundo el gemido que ella liberó cuando la hizo consciente de su innegable erección, movió sus caderas una vez más, gimiendo esta vez él al sentirla temblar y sus deseos de darle riendas sueltas a la pasión que bullía en su interior lo rebasaron.

Llevó una de sus manos por debajo de la ligera camiseta que Delfina llevaba y le acarició primero el estómago,
luego las costillas hasta llegar a su turgente seno derecho que abarcó por completo.

—Albert —susurró ella cuando él liberó sus labios para viajar hasta su cuello dejando caer besos húmedos y cálidos, haciéndola sentir el calor de su respiración y su aliento justo lo que había deseado antes.

—Delfina —susurró él contra la delicada piel nácar de su garganta.

—No... no podemos... no me hagas esto, por favor —pidió con voz temblorosa pero seguía acariciándole la espalda porque no podía estar sin tocarlo, necesitaba hacerlo, deseaba hacerlo.

—Lo deseas tanto como yo Delfina... te estás quemando al igual que me estoy quemando yo, solo abrázame, bésame... siénteme y hazme sentirte preciosa, haznos arder como años atrás — susurró contra sus labios mientras la miraba a los ojos, rozó sus cuerpos y cuando la vio cerrar los ojos supo que se había rendido ante él una vez más.

Estaba a punto de besarla cuando una melodía llenó el ambiente, Delfina se tensó de inmediato abriendo los ojos, en ellos estaba reflejado un sentimiento que él no logró definir en ese instante, pero que evidentemente había reemplazado la pasión que segundos atrás la dominaba. El sonido continuó y él buscó el lugar de donde provenía, su mirada se topó con el bolso de ella tirado cerca de ellos.

Ríndete a mi.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora