Capítulo 8.

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Delfina había salido a correr como siempre lo hacía en las mañanas, se había colocado una meta: cada día sumar cinco setas a su carrera, había empezado con un tope de cincuenta, hoy debía cubrir sesenta y cinco. Con una gran sonrisa se detuvo justo en ésa, sintiéndose completamente satisfecha por el logro, cerró los ojos y se apoyó en el tronco, esperando a que su respiración agitada se calmara un poco para emprender el camino de regreso.

Llevaba los auriculares de su iPod puestos y en sus oídos resonaba a todo volumen Elevation de U2. Comenzó a seguir la seductora voz de Bono con el entusiasmo y la certeza de estar sola en medio de esa inmensidad que la rodeaba, elevarse como decía la canción.

I and I
In the sky
You make me feel like I can fly
So high
Elevation...

Una suave brisa le refrescaba el rostro y movía algunos mechones que se habían pegado a su frente, humedecidos por el sudor resultado del ejercicio, llevaba la larga cabellera en un rodete. Llevaba puesto su conjunto de hacer ejercicio y sus zapatillas de correr favoritas, había decidido que ese día sería especial, ya que desde que despertó se sentía particularmente entusiasmada, con una expectativa que la desbordaba. Abrió los ojos y fue cegada por los rayos del sol, escuchó un sonido extraño que era ahogado por los acordes de las guitarras y la batería de la canción.

Dio un paso al frente para descubrir de dónde provenía el ruido, pero apenas si tuvo tiempo de reaccionar y lanzarse hacia atrás, el movimiento le provocó un traspié haciéndola caer sentada al borde del camino, todo pasó en segundos.

Un auto que se desplazaba a una velocidad demasiado peligrosa, había estado a punto de arrollarla de no haber actuado con rapidez, dejándola envuelta en medio de una polvareda que le provocó un ataque de tos, comenzó a mover sus manos para limpiar el aire, pero era casi imposible, el inconsciente que iba en el auto se creía piloto de fórmula uno, había roto en un instante la perfección del momento.

Logró ver el color y el modelo del auto, era un Maserati negro, seguramente modelo del año, una verdadera belleza, pero quien lo conducía debía ser una bestia, aunque esos caminos estuviesen la mayoría del tiempo libre de tránsito, siempre se tenia que manejar con precaución. Si ella hubiera estado un metro más dentro del camino de seguro la había atropellado, dejándole a la policía la penosa labor de recoger sus restos esparcidos por todo el lugar, ya que a esa velocidad, como mínimo la hubiese roto en pedazos.

Llena de rabia contra la persona que manejaba, decidió retomar, estaba echa un desastre, tenía polvo hasta en las fosas nasales, sus ojos irritados, la garganta reseca, sólo esa mañana había lavado su cabello, ahora tendría que hacerlo de nuevo, perder dos horas bajo la regadera, sentía la piel grumosa y pegajosa.

—Roga a Dios que no te encuentre de frente, idiota —murmuró furiosa mientras avanzaba.

Ni ánimos tenía para volver trotando, sólo quería darse una ducha y recuperar la paz que instantes atrás tenía, todo había sido tan perfecto, pero tenia que aparecer alguien a cagarlo. Rogaba que la persona que manejaba no fuera uno de los huéspedes del conjunto.

—¡Ay Dios! Señorita Chaves ¿qué le pasó? —le preguntó Cristina, la conserje, en cuanto la vio llegar.

Delfina dejó libre un suspiro y cerró los ojos un instante para
controlar la rabia que había aumentado en ella a cada paso que daba, el trayecto le había tomado quince minutos y ya con el sol en lo alto, el calor había hecho estragos en su cuerpo y también en su estado de ánimo, intentó responderle a la mujer con el tono más amable que podía conseguir en ese momento, incluso procuró sonreír.

—No fue nada... estaba en el camino y un auto que pasó a toda velocidad creó una nube de polvo, yo quedé bajo ésta y... —se detuvo al descubrir el auto estacionado en el garaje.

Ríndete a mi.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora