Capítulo 45.

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Decepción y furia, eran quizás las más poderosas de todas las emociones que corrían por su cuerpo y acentuaban su andar enérgico, llegó hasta su casa y una vez entró lanzó la puerta con la misma fuerza que azotara la de Delfina, le importaba una mierda si alguien se molestaba por ello, en esos momentos no podía ni le daba la gana de ser razonable o mesurado.

Su respiración agitada y el carmín que había cubierto su rostro, eran la muestra fehaciente de la rabia que lo colmaba, se sentó en el sillón apoyando los codos en sus rodillas, para intentar calmarse, pero nada menguaba lo que sentía, lanzó un par de almohadones contra la pared y se puso de pie de nuevo, le resultaba imposible quedarse allí, pasivo, hasta harto de todo esto, de este aislamiento y la soledad y sobre todo estaba harto de ella, caminaba de un lado a otro.

—Ella no quiere nada... bien, entonces no tendrá nada, hasta aquí he llegado contigo Delfina, me cansé de buscarte, me cansé de tener que aguantar tus arranques y que te hagas la importante siempre, de tus silencios y tu arrogancia, me obstiné de que seas tan infantil y caprichosa, que siempre tenga que ser yo quien deba ceder... ¿Por qué no lo haces tú? ¿Por qué no haces algo para variar? —cuestionaba en voz alta, caminó hasta la cocina, abrió la nevera y se sirvió un vaso con agua, lo bebió completo de un solo trago.

Apoyó las manos en la pieza fría de granito negro, que era parte de la isla en medio de la cocina, sus nudillos se pusieron blancos debido a la presión que ejercían sus dedos contra ésta. Dejó libre un suspiro intentando controlar la rabia que lo recorría, cerró los ojos y hasta su mente llegó la imagen de Albert, primero en su cama desnuda, bajo su cuerpo, entregada a él, a sus caricias y sus besos, tan hermosa y complaciente, pero después llegó la de minutos atrás, esa fría y distante que le bajó las ganas en cuestión de segundos, negó con la cabeza intentando liberarse de los recuerdos, no le resultó sencillo, por el contrario entre más se empeñaba en no pensar en ella, más presente estaba.

—¡Maldita sea! Hasta dejé el bolso en su casa... ahora no tengo ni siquiera un estúpido cepillo de dientes, pues me tocará quedarme así hasta que Cristina pueda ir por otro... no pienso regresar allá de nuevo, no voy a permitir que crea que me ha ganado, ya está bueno de ser tan pendejo Albert—esbozó irguiéndose.

Se llevó una mano a la nuca para masajearla y darle alivio a la tensión que se había adueñado de él, caminó para salir de la cocina, apagó las luces y luchó contra sus deseos de asomarse por la ventana y mirar hacia la casa de Delfina, dejó el salón también en penumbras y se disponía a subir las escaleras.

—¡Demonios! te desconozco Albert, de verdad das pena hombre... puedes tener a la mujer que desees entre tus brazos con sólo proponértelo... la que sea y estás evaluando en verdad ir a hablar de nuevo con ella ¿puede eso ser posible? ¿Qué carajos te pasa? —se preguntaba sin animarse a subir las escaleras.

Ríndete a mi.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora