Delfina descansaba sobre el pecho de Albert, sumida al igual que él en sus pensamientos, dejando que el silencio reinara en la habitación y el único sonido en ésta fuera provocado por sus respiraciones.
—¿Por qué tan callada? —preguntó él deslizando su mano por la espalda.
—Pensé que te habías quedado dormido —mintió.
Delfina sabía que él estaba despierto por el ritmo de su respiración y los latidos de su corazón. La verdad era que no quería decirle el rumbo que habían tomado sus pensamientos, si le decía el motivo de su silencio, lo más probable es que él empezara con su interrogatorio, en ocasiones llegaba a molestarle que Albert la presionara y la obligara a exponer todo lo que pensaba o sentía.
—Sólo pensaba —mencionó él con la mirada clavada en el techo.
—¿En qué? —Delfina odiaba que él le hiciera preguntas de este tipo, pero no pudo evitar hacerlas ella, se reprochó internamente.
—Nada en particular... —él también mintió, le salía mejor por su experiencia como actor, sabía que ella lo había hecho antes.
Su cabeza era un caos desde que la lucidez regresó a él, no podía sacar de ésta las palabras de Delfina, ellos no debían enamorarse, ella tenía razón y él debía estar agradecido de que fuera ella quien lo dejara claro, así no recibiría reproches más adelante, ni se crearían entre ambos confusiones que pudieran hacer que su relación terminara mal. Tomar al pie de la letra la propuesta de ella era lo mejor que podía hacer, así que bloqueó cualquiera estúpido pensamiento romántico que quisiera colarse en su cerebro, lo desechó por completo y se obligó a darle a todo lo que sentía, el único carácter que debía tener, sólo era placer, únicamente placer y nada más.
Su mirada recorrió el hermoso cuerpo de la mujer a su lado, deleitándose en sus formas, en sus curvas y relieves, la suavidad de su piel y su calidez eran exquisitas. Disfrutaría de Delfina tal y como se había propuesto en un principio, sin compromisos, sin cohibiciones, ni remordimientos que lo atormentarían más adelante, sabía que podía hacerlo, después de todo ella no sería ni la primera ni la última mujer con la cual compartiera una cama sin involucrar los sentimientos.
—¡Déjame sueltas las manos y el corazón déjame libre! Deja que mis dedos corran por los caminos de tu cuerpo —recitó el inicio de uno de los poemas de Pablo Neruda que más le gustaba, al tiempo que sus manos acariciaban la espalda de Delfina.
—Seguí.. — dijo ella.
—La pasión: sangre, besos, fuego. Me encienden a llamaradas trémulas. ¡Ay, tú no sabes lo que es esto! En la tempestad de mis sentidos, doblegando la selva sensible de mis nervios. ¡En la carne que grita con ardientes lenguas! ¡Es el incendio! —Albert continúo dedicándole a Delfina el poema, mientras sus manos viajaban por ese cuerpo que tanto placer le daba.
Ella no podía menos que sentirse feliz, le encantaba la poesía, aunque nunca hubiera tenido la suerte y destreza que tenía con la narrativa, era uno de sus géneros favoritos y justamente el señor Neruda era uno de sus poetas predilectos, conocía muy bien su obra.
—¡Déjame las manos libres y el corazón déjame libre! ¡Yo sólo te deseo! ¡yo sólo te deseo! No es amor, es deseo que se agosta y se extingue. Es precipitación de furias, acercamiento de lo imposible, pero estás tú, estás para dármelo todo. ¡Y a darme lo que tienes a la tierra viniste, como yo para contenerte y desearte y recibirte! —culminó y sintió de pronto, que no era únicamente eso lo que dentro del pecho sentía, pero sólo a eso podía aferrarse, sólo al deseo que ella le despertaba.
La sonrisa permanecía en los labios de Delfina, más no en su mirada, ésta había sido cubierta por una sombra de desilusión cuando Albert le dejó claro a través del poema lo que sentía. Se recriminó por aspirar a algo más cuando ella misma le había dicho que no debían hacerlo, le había dicho que no debía enamorarse y él lo había comprendido muy bien, justo ahora se lo mostraba, no había amor entre ellos, sólo deseo, era lo único que podía tener cabida en la relación que se habían planteado, lo mejor era dejarlo claro para evitar situaciones complicadas más adelante, eso le ayudaba a no tener que enfrentarse a una experiencia como la vivida en el pasado junto a Charles, lo de ellos era mera cuestión de placer, nada más.
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Ríndete a mi.
Roman d'amourAlbert Baró y Delfina Chaves guardan un gran secreto. Ellos esconden dentro de sus corazones un gran amor que se quedó detenido en el tiempo y en un espacio que durante tres meses los albergó y los llevo a vivir la más hermosa e intensa historia de...