Albert sentía su pecho presionado y los latidos acelerados de su corazón parecían resonar en sus oídos, mientras la mirada miel de Delfina se encontraba fija en él haciéndolo sentir de cierto modo intimidado. Sabía que no sería nada fácil abrirse a ella y contarle todo, pero debía hacerlo, para bien o para mal, merecía darle la misma confianza y algo en el fondo de su pecho le decía que quizás podía terminar liberándose de parte de ese peso que lo atormentaba si lo hacía, que ella merecía que corriera el riesgo.
—Yo... empecé a trabajar en televisión desde que era un muy joven, apenas tenía trece años como ya sabes, desde ese momento mi carrera despuntó con un éxito que nadie se esperaba, los contratos de trabajo me llovían de todos lados, mi manager y los productores del canal donde inicié me instaron por supuesto a que aceptara tanto como pudiera, así fue como me vi saltando de un papel a otro sin descanso, los años pasaban y yo cada vez tenía más fama, cada vez era más reconocido y eso me gustaba... sentirme importante y poderoso era la sensación más increíble que puede experimentar un chico de veinte años —mencionó dejando ver la media sonrisa, pero esa vez el gesto denotaba más que arrogancia, una profunda amargura.
—Comenzaste a sentirte presionado —susurró Delfina llegando a esa conclusión, lo miraba y sentía que el corazón le dolía.
Delfina también sabía lo pesado que puede ser llevar sobre sus espaldas la carga de la fama, después que un nombre gana cierto reconocimiento las cosas no vuelven a ser iguales, todo el mundo cree tener derecho a exigir y juzgar, no puedes permitirte fallar una vez porque entonces todo lo bueno que una vez hiciste se esfuma y solo quedan tus errores, tus fracasos.
—La fama se convirtió en una carga muy pesada y que cada vez me exigía más y más. Mi vida personal era un desastre, las mujeres que deseaban estar junto a mi caían como lluvia, pero ninguna se esforzó en conocer lo que realmente necesitaba o quería, en un principio el sexo se volvió una vía de escape, me gané la fama de mujeriego a pulso no puedo alegar nada a mi favor en ese aspecto —mencionó y después se detuvo esperando alguna reacción de ella, pero se mantuvo allí, así que después de liberar otro suspiro continuó—. Las mujeres sólo aliviaban en parte la presión y la ansiedad a la cual era sometido a diario, la fama cada vez me sabía mejor, los premios me hacían sentir feliz, el reconocimiento era algo a lo cual no deseaba renunciar, así que seguí aceptando papel tras papel, me negaba a dar mi brazo a torcer y reconocer que estaba perdiendo el control... entonces mi "gran amigo" Stefano Ferreti me planteó la brillante idea de comenzar a tomar pastillas para calmar la ansiedad — esbozó y ahora la amargura no sólo estaba en sus gestos sino también en su voz, sentía que el odio por ese hombre no había menguado.
—¿Por qué no hablaste con tus papás? Tu mamá es psicóloga Albert ella mejor que nadie te hubiera entendido y te hubiese ayudado —esbozó Delfina sintiéndose molesta con él por haber sido tan terco, y al mismo tiempo aliviada porque hacerse adicto de ansiolíticos era algo bastante común, incluso ella los había tomado para tratar su problema de bloqueo.
—No quería que ellos supieran lo que estaba atravesando, me había mudado sólo un año antes y hacer que mi madre aceptara ese cambio había sido muy complicado, mi padre me había brindado un voto de confianza y no pensaba defraudarlo, así que acepte la idea de Stefano. Al principio encontramos las pastillas con un amigo suyo que las distribuía en las cadenas farmacéuticas, pero el hombre comenzó a ponerse pesado y hasta exigió un pago adicional por guardar silencio, por suerte mi nombre jamás se vio mezclado... pero preferimos buscar otro medio antes de que estallara un escándalo —se detuvo una vez más y cerró los ojos antes de continuar.
—Albert segui por favor —pidió ella animándolo, le tomó la mano para hacerle saber que estaba allí para escucharlo.
—Yo me porté como un verdadero desgraciado, comenzaba a desesperarme y llegué al punto de robar uno de los talonarios que usaba mi madre para recetar a sus pacientes, ella por costumbre los sellaba en cuanto le llegaban, así que yo tuve en mis manos cincuenta órdenes para comprar de manera "legal" las pastillas. Stefano se encargó de llenarlos, falsificar la firma de mi madre y recetarlos a nombre de personas que estaba en la guía telefónica —ahora la vergüenza cubría el semblante de Albert, no se atrevía a verla.
ESTÁS LEYENDO
Ríndete a mi.
RomansaAlbert Baró y Delfina Chaves guardan un gran secreto. Ellos esconden dentro de sus corazones un gran amor que se quedó detenido en el tiempo y en un espacio que durante tres meses los albergó y los llevo a vivir la más hermosa e intensa historia de...