Delfina se sorprendió tanto ante el gesto de Albert que no pudo esconder de él su propia reacción, todo su cuerpo se tensó cuando la tomó de la mano para guiarla hasta el sillón, lo miró a los ojos como pidiendo una explicación, pero le rehuyó la mirada de inmediato. Inhaló intentando hacerlo de manera disimulada, buscando con eso controlar los latidos de su corazón, sentía que los metros que dividían el comedor del salón se le hacían eternos.
Tomaron asiento y un incómodo silencio se apoderó de ambos, él quiso hacer el momento menos embarazoso, llenando de nuevo sus copas de vino, le ofreció la de ella con una sonrisa, para después tomar la suya y beber un largo trago mientras buscaba las palabras en su cabeza que acabaran con el mutismo que los embargaba.
¡Albert di algo! ¡no eres un estúpido mocoso cullons! Vamos di algo hombre, lo que sea, estás quedando como un idiota ¿qué mierda tiene esta mujer que te hace actuar así? Ni que fuera la primera que has invitado a cenar...
¡Música! La música siempre te ha funcionado bien.
Pensaba mientras fingía degustar su trago de vino, viendo que ella al parecer también trataba de sacarlos de ese momento de silencio, tenía la mirada puesta en las llamas de la chimenea como si buscara algo en ellas, él dejó ver una sonrisa y colocó la copa sobre la mesa junto a la botella de nuevo, estaba a punto de pararse cuando Delfina habló impidiéndoselo.
—Hoy vi un capítulo de una serie donde trabajaste —esbozó de repente, no pretendía contarle nada aún, solo se le había escapado en vista que los dos se habían quedado callados, se volvió a mirarlo y él la veía fijamente, como intentando comprender, así que ella continuó—. Entré a almorzar en
un café y estaban pasando un capítulo de La conspiración, esa que está ambientada en mil setecientos, donde vos hacías de un sargento del ejército francés que ocupaba la región del Piamonte —explicó al ver que él tenía la mirada pérdida, como si no supiera de que le hablaba—¿No te acordas? No pudo haber sido grabada hace mucho... —decía cuando él la detuvo negando con la cabeza.—Sí, la recuerdo muy bien... tienes razón no fue hace mucho, solo un par de años atrás, no sabía que la estuvieran retransmitiendo —mencionó pensativo y después cambió radicalmente mostrándole una sonrisa a Delfina, se puso de pie y se encaminó hacia la consola encima de la chimenea donde reposaba su iPod—. Pongamos un poco de música, algo suave que nos permita hablar tranquilamente, veamos... —decía mientras encendía el aparato y buscaba.
—Lo haces muy bien... —mencionó ella colocándose de pie.
De pronto sintió que él la estaba esquivando y eso despertó aún más su interés, se acercó atraída también por los portarretratos colocados a un extremo de la estructura de piedra y madera donde el fuego crepitaba, obviamente se trataba de su familia.
En las fotografías había una chica, que no tendría más de quince años, le recordó a su hermana Josefina, también se encontraba un hombre que lucía mayor que Albert, quizás solo un par de años, seguramente sus hermanos por el parecido y los que debían ser sus padres, una elegante dama de cabellos oscuros como los de él, ojos claros y sonrisa amable y un señor que a pesar de estar ya cerca de la tercera edad seguía siendo muy apuesto, ella dejó ver una sonrisa.
—Sí, bueno eso parece... —esbozó él viendo que ella se había parado a su lado y veía las fotografías de su familia.
—Son hermosas... —dijo señalando las fotografías— ¿Puedo? — preguntó acercando su mano a una para agarrarlas.
—Por supuesto, es mi familia... mi madre insistió en que las trajese conmigo —contestó y su tono mostraba que estaba un poco apenado, como si le incomodase hablar de ellos.
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Ríndete a mi.
عاطفيةAlbert Baró y Delfina Chaves guardan un gran secreto. Ellos esconden dentro de sus corazones un gran amor que se quedó detenido en el tiempo y en un espacio que durante tres meses los albergó y los llevo a vivir la más hermosa e intensa historia de...