La mansión de piedra caliza y grandes ventanales se mostró intimidante ante los ojos de Albert, nada tenía que ver con su tamaño o con el aspecto frío que podía apreciar en la misma, sino por saber que allí se encontrarían los padres de Delfina y que él entraría a ésta como un completo extraño, mientras que Ignacio Howard sería el yerno estimado y modelo de los esposos Chaves.
—Veni, la casa puede tener un aspecto sepulcral desde afuera, pero es linda por dentro y mis papás... bueno tampoco es que sean los peores del mundo, simplemente no comulgamos con las mismas ideas, pero son buenas personas —comentó Josefina animándolo con una sonrisa mientras lo tomaba del brazo para guiarlo.
Evidentemente ella no estaba al tanto de la relación que mantuvo Delfina con el tal Charles, ni del trato que le dieron sus generosos padres al pobre infeliz —pensaba, dedicándole una sonrisa para agradecerle el gesto, al menos Josefina lo había tenido ya que Delfina bajó del auto y caminó hacia la entrada de la casa sin siquiera volverse a mirarlo o invitarlo a seguirla por mera cortesía.
Una mujer de baja estatura y expresión amable los recibió en la entrada, saludando a las dos chicas con efusividad, pero manteniendo la distancia, obviamente se trataba del ama de llaves de la casa. Él entró y de inmediato su mirada se paseó con disimulo por el espacioso salón de paredes blancas y ventanales, que casi se extendían desde el techo hasta el suelo, tal como había dicho Josefna, el interior parecía más cálido, pero esa sensación desapareció casi por completo cuando los esposos hicieron acto de presencia contrastando con la imagen del salón.
—Buenas tardes, Delfina tanto tiempo querida te ves tan hermosa como siempre —esbozó Susana acercándose para abrazar a su hija.
—Gracias mamá, vos también estas muy linda... —dijo la escritora mirándola con una sonrisa.
—Josefina, que grata sorpresa tenerte acá hija —mencionó mirándola de pies a cabeza intentando que su rostro no mostrara el rechazo que le provocaba verla con esa facha espantosa.
—Hola madre, a mí también me alegra verte. —dijo sin mucha emoción, pero cumplió con darle un abrazo a su progenitora.
Albert e Ignacio se habían quedado detrás mientras la dueña de la casa saludaba a sus hijas, en cuanto la mujer se separó de Josefina caminó directo hacia su yerno, aunque al español no le pasó desapercibida la mirada desconcertada que le dedicó solo segundos.
—Ignacio querido es maravilloso tenerte de nuevo acá... ¿Cuánto pasó desde la última vez que viniste con Delfina? —inquirió después de abrazarlo mirándolo a los ojos.
—Susana, vos estás tan bella como siempre... Creo que unos seis meses —contestó sonriéndole a su suegra.
—¡Seis meses! Eso es demasiado tiempo, espero que cuando al fin logres llevar a esta hija mía al altar, las visitas sean más frecuentes —mencionó con una amplia sonrisa.
Albert sintió como si la elegante señora Chaves le hubiera dado una patada justo en su entrepierna, intentó mantener la expresión de su rostro impasible, pero por dentro sentía que la rabia lo estaba consumiendo y le exigió todo a sus dotes de actor para no demostrarlo, la mujer se dignó a mirarlo al fin.
Delfina acababa de separarse del brazo de su padre con una sonrisa, notó que su madre estaba junto a Ignacio y Albert, de inmediato comenzó a temblar, pero tuvo la fortaleza suficiente para caminar hasta ellos y hacer las presentaciones.
—Mamá... te presento a... —decía cuando la mujer la detuvo.
—Encantada, Susana Chaves—habló mirando fijamente al hombre frente a ella, que por una extraña razón la hacía estar alerta.
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Ríndete a mi.
RomanceAlbert Baró y Delfina Chaves guardan un gran secreto. Ellos esconden dentro de sus corazones un gran amor que se quedó detenido en el tiempo y en un espacio que durante tres meses los albergó y los llevo a vivir la más hermosa e intensa historia de...