Albert reía burlándose de Lisandro que le relataba su odisea en el concierto de Fiorella Mannoia, al cual había asistido la noche anterior en compañía de Victoria y sus suegros. Ese fue el motivo que le impidió acompañarlos al club. Seguía lamentándose pues pasó todo el espectáculo sonriendo y simulando que conocía las canciones.
—No te rías idiota... ¿Tienes idea de lo que es estar en un recital de más de dos horas deseando que termine de una vez, y escuchar al público pedir otra y otra cada vez que la mujer disponía a irse? —preguntó con los ojos muy abiertos para transmitirle su desespero.
—Todo es tu culpa, debiste al menos comprar el disco una semana antes y escucharlo —señaló secándose los lagrimales.
—Me queda de experiencia para la próxima. Tú en cambio te notas muy feliz, te vi en la primera plana de todos los diarios junto a mi linda cuñada... por cierto, ¿dónde está? Pensé que la encontraría aquí hoy —mencionó paseando su mirada por el lugar.
—La llevé de regreso al hotel esta mañana, fue a buscar sus cosas y quedó en llamarme para que la fuera a buscar, se quedará aquí —contestó con una gran sonrisa que iluminaba su mirada.
—¿Ya? ¿No crees que vayan muy rápido? Según tenía entendido querían esperar un tiempo para anunciar su relación... lo de anoche estuvo bien para que todos vayan haciéndose a la idea. Pero... ¿No sería arriesgarse a un escándalo si descubren que ya están viviendo juntos? —preguntó con ese sentido de protección que se activaba para su hermano.
—No será vivir juntos del todo, solo durante los recesos por ahora, pero planeo pedirle que se quede conmigo al terminar la grabación de la película —respondió mirándolo a los ojos.
—¿Le vas a proponer matrimonio? —inquirió un tanto asombrado.
—Sí, nosotros nos amamos y no queremos separarnos de nuevo, así que no hay razón para darle más vueltas a esto, le pediré que se case conmigo —confirmó sonriendo ante la sorpresa reflejada en la mirada de su hermano, solo era sincero, quería una vida junto a Delfina.
—Bueno, qué puedo decirte... no te felicitaré hasta que me digas que ella te aceptó, para no arruinar tus planes —esbozó siendo práctico.
—¡Vaya gracias por los ánimos! Pues para tu información me aceptará, esta mañana después de lo de Romina me dijo que no deseaba que nos separáramos de nuevo, así que estoy seguro que dirá que sí.
—Suerte con eso, yo sigo prefiriendo las relaciones libres. No siento que sea necesario pararme frente a un altar y jurarle a Victoria un "te amaré hasta que la muerte nos separe" cuando se lo demuestro todos los días —mencionó levantándose de la silla donde se encontraba.
—Lo que pasa contigo es que le tienes fobia al compromiso... pero vas a tener que superarla algún día o de lo contrario, terminarás quedándote con las manos vacías —le advirtió mirándolo con seriedad.
—Eso no sucederá... yo también estoy muy seguro de lo que mi mujer siente por mí y créeme cuando te digo que Victoria, no me dejaría por nada en el mundo —esbozó desbordando confianza.
—Yo que tú no me dormiría en los laureles, uno nunca sabe lo que pueda suceder con el paso del tiempo Lisandro —indicó.
—¡Vamos! Ahora como tú te casarás también quieres que yo lo haga y abandone mi soltería... ¡Olvídalo! —señaló riendo y caminó en dirección al baño de visitas que quedaba al final del pasillo junto al salón.
—Ojalá y no tengas que aprender como lo hice yo Lisandro. Eso es algo que no le deseo ni a mi peor enemigo —mencionó para él mismo.
En ese momento escuchó el sonido del timbre y le sorprendió, pues no esperaba visitas, su madre había hablado con él por teléfono y Lucca también, Lisandro que siempre lo visitaba estaba allí, así que no tenía ni idea de quién pudiera ser y lo único que rogaba es que no se tratara de Romina de nuevo porque ya no tendría paciencia con ella.
—Buenas tardes —habló mirando a la mujer de espaldas a él con un largo y abundante cabello rojizo que le caía en capas sobre la espalda.
—Buenas tardes señor Baró—giró Delfina para saludarlo, se quitó las gafas y le guiñó un ojo disfrutando de haberlo sorprendido.
—¿Delfina? ¿Qué haces con esa peluca y aquí? Habíamos quedado en que me llamarías para ir a recogerte, ven pasa —mencionó invitándola, no salía de su asombro mientras sonreía.
—Decidí venir por mi cuenta y evitar ser presa fácil de los paparazis —dijo pasando mientras rodaba la pequeña maleta Louis Vuitton y la dejó junto al sillón— ¿Te gusta? —preguntó llevándose las manos a la larga peluca pelirroja al ver que él no despegaba la mirada de ésta.
—Te ves distinta... pero hermosa como siempre —contestó con una gran sonrisa y cerró la puerta, hasta eso había olvidado.
—Me alegra que te guste porque compré varias, todas distintas... —indicó mirándolo y dejó ver un fingido gesto de cansancio—. Pero apenas puedo soportar este abrigo, hace un calor agobiante en la calle —dijo abriendo los botones de la elegante gabardina Burberry negra que le llegaba a las rodillas, y soltó el cinturón tomándose su tiempo.
—Ya sé que eres friolenta, pero ¿no crees que exageraste un poco usando eso en pleno verano? —indicó con una sonrisa.
—Ya sé pero fue lo único que encontré a mano que podía combinar con esto —respondió abriendo la chaqueta por completo para mostrarle el sexy conjunto de lencería que compró horas antes.
—¡Delfina! —exclamó con una sonrisa que casi dividía su rostro en dos, al ver lo sensual y hermosa que lucía cubierta apenas por las delicadas prendas de satén gris con elaborados encajes de color negro.
—¡Cuñada! —expresó Lisandro que entraba al salón quedando cautivado por la imagen de la argentina.
—¡Ay por Dios! —exclamó ella cerrando con rapidez la gabardina.
—¡Date la vuelta Lisandro! —le gritó Albert que se había olvidado por completo que él estaba allí.
—Tranquilos, no he visto nada —esbozó girándose, pero la sonrisa en sus labios decía todo lo contrario, aunque por respeto a su hermano intentó borrar la maravillosa imagen de la escritora de su cabeza.
—¿Por qué no me dijiste que él estaba acá? —demandó Delfina en un susurro, sintiendo el rostro en llamas.
—Porque no esperaba que tú hicieras algo así —se defendió mientras sentía que los celos y la diversión luchaban dentro de él.
Delfina hundió su rostro en el pecho de Albert sintiendo que se moría de la vergüenza, él la abrazó para reconfortarla y eso alivió en parte la pena que sentía al haberse mostrado así. No quería separarse de él ni ver a Lisandro a la cara nunca más, mucho menos quería imaginar todo lo que estaría pensando su cuñado, comenzó a cerrar los botones del abrigo ayudada por Albert, que no podía esconder su sonrisa.
—Bueno, creo que es mejor que me vaya —mencionó Lisandro intentado que su voz sonara casual sin volverse a mirarlos.
—Perdón por todo esto —comentó Delfina excusándose.
—No te preocupes amor, que de seguro él no lo siente —indicó Albert mirándolo con seriedad, pero no podía molestarse con su hermano, solo había sido un testigo casual.
—¡Me ofendes! Delfina es tu mujer y eso lo respeto —dijo mostrándose indignado, pero después dejó ver una sonrisa perversa mientras se encogía de hombros—. Aunque eso no quita que tenga una figura despampanante —agregó con picardía.
—¡Sal de aquí! —le gritó Albert tirándole uno de los almohadones.
—Ya... me voy... me voy —decía riendo al ver el sonrojo de ella y le regresó el almohadón a Albert—. Me retiro para que ustedes hagan lo que tengan que hacer. Por cierto, un maravilloso gusto para la lencería cuñada —indicó con una gran sonrisa.
Salió con rapidez mientras reía antes de que su hermano fuera a lanzarle el sofá completo, sintió que otro almohadón se estrellaba contra la puerta en cuanto la cerró y eso lo hizo soltar una carcajada, después se fue por el pasillo silbando, manteniendo la sonrisa en sus labios y la alegría que le provocaba ver a Albert por primera vez en su vida enamorado hasta la médula, como ese adolescente que nunca fue.
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Ríndete a mi.
RomanceAlbert Baró y Delfina Chaves guardan un gran secreto. Ellos esconden dentro de sus corazones un gran amor que se quedó detenido en el tiempo y en un espacio que durante tres meses los albergó y los llevo a vivir la más hermosa e intensa historia de...