Delfina sentía que la tensión apenas la dejaba moverse, todo su cuerpo estaba tan rígido que hizo que sus movimientos al bajar de la yegua fueran torpes, respiró profundamente para calmarse, sintiendo la mirada de Albert sobre ella.
—¿Qué está haciendo él aquí? —preguntó, aunque se había dicho que no la presionaría y tomaría todo eso como una situación que ella no pudo pronosticar, no logró hacerlo, las dudas y la rabia hablaron por él.
—Te juro que no sé... no hablo con Ignacio desde que él dejó mi casa el día que rompimos —contestó buscando sus ojos.
Ella se acercó hasta él y le acarició la mejilla para liberarlo de la tensión y la molestia que endurecían sus hermosos rasgos, lo vio cerrar los ojos mientras giraba el rostro para darle un suave beso en la palma de la mano. Ella llevó su mano libre a la espalda de él para acariciarla al tiempo que dejaba caer suaves besos sobre la piel expuesta de su pecho, podía sentir la tensión en sus músculos y el latir acelerado de su corazón, quería alejar de él esa sensación, quería hacerlo de ambos.
Albert sentía cómo esa imperiosa necesidad de saberla suya lo torturaba, así que sin poder contenerse la tomó entre sus brazos alzándola para apoyarla sobre la pared de madera, ella jadeó ante la fuerza de su arrebato y él aprovechó eso para atrapar su boca con un beso completo, la invadió con su lengua sin pedir permiso dejándose llevar por las ansias y el miedo que sentía al imaginar que podía perderla.
Ella apenas podía llevar el ritmo del beso, Albert no le daba tregua, podía sentir en cada movimiento que hacía la exigencia y el desespero, le acariciaba los hombros intentando relajarlo mientras dejaba que se apoderara de sus labios y su lengua con absoluta libertad, queriendo a través de ese gesto dejarle ver que no tenía nada que temer.
—Tú eres mía Delfina—pronunció con determinación mirándola a los ojos y la mantuvo en vilo sosteniéndola con sus caderas.
Sus manos libres se desbocaron en caricias sobre su cintura y los senos que subían y bajan por el ritmo acelerado de su respiración. Ella separó los labios para darle una respuesta, pero él no la dejó, callándola una vez más con un beso, sintiendo cómo el deseo se iba acrecentando en su interior y amenazaba con arrasar con todo, no dejar nada en pie.
Delfina estaba a punto de olvidarse de todo, había dejado de pensar y solo sentía cómo un torbellino de emociones la envolvía.
—Albert —esbozó cuando encontró su voz.
—Mírame —le exigió tomándola por el cuello para mirarla a los ojos, ella lo hizo y él la atrajo pegando sus frentes—. Te amo Delfina —expresó con la voz ronca por las lágrimas que intentaban ahogarlo.
—Yo también te amo mi anor... por favor confía en mí —rogó sintiendo que ella también estaba a punto de llorar.
Se besaron de nuevo esta vez sin premura, solo dejando que la ternura fuera sosegando de apoco sus latidos y reforzara el sentimiento que compartían. Albert la tomó con suavidad por la cintura para ponerla de pie nuevamente, sin dejar de darle toques de labios mientras la miraba a los ojos, pidiéndole a través de ese gesto una disculpa por sus acciones, se había mostrado como un desaforrado e inseguro, dejándose llevar por sus miedos que no tenían ningún fundamento.
—Lo siento preciosa, fui un bruto no debí tratarte de esa manera... —pronunciaba cuando ella lo interrumpió.
—Todo está bien —dijo con una sonrisa y le acarició el rostro—. Vos me gustas tal como sos, con esos arranques, con tu pasión y tu fuerza, no tenes nada que temer... yo soy tuya y vos sos mio —le confirmó mirándolo a los ojos y después lo besó de nuevo.
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Ríndete a mi.
RomanceAlbert Baró y Delfina Chaves guardan un gran secreto. Ellos esconden dentro de sus corazones un gran amor que se quedó detenido en el tiempo y en un espacio que durante tres meses los albergó y los llevo a vivir la más hermosa e intensa historia de...