Capítulo 66.

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Las palabras de Albert seguían resonando en sus oídos incluso horas después mientras se obligaba a dejar de llorar, no había hecho más que el ridículo al pensar que a él le importaba la relación que tenían, incluso al creer que eso en verdad era algo serio, todo no había sido más que un juego para él, la aventura que lo entretuvo durante el verano y que comenzaba a aburrirlo, por eso estaba desesperado por librarse de ella y no había encontrado una mejor manera que menospreciando todo lo que le ofrecía. Había sido tan cruel, cada una de las palabras que le dijo, intentaba entenderlo poniéndose en su lugar y analizando todo con cabeza fría, pero entre más vuelta le daba a su discusión más dolorosa le resultaba la verdad.

La tarde comenzaba a caer cuando en un arranque de rabia tomó su teléfono y llamó a su agente, para su alivio Jaqueline le atendió y acató todas sus órdenes sin hacer muchas preguntas, incluso la escuchó aliviada cuando le confirmaba que volvería a Argentina; que necesitaba que ella le hiciera la compra de los pasajes de avión y que estos salieran desde Florencia, no quería ni siquiera llegar a Roma. Una hora después Delfina recibía la llamada de Jackie que le anunciaba que todo estaba listo para su retorno a casa, su pasaje tendría como ruta la ciudad donde se encontraba y la de Toronto, de allí debería tomar otro vuelo, no pudo conseguir uno directo para los próximos días por el mal tiempo que estaba azotando a su ciudad.

Eso no representó para Delfina la alegría que se suponía debía sentir, y aunque intentó transmitírselo a Jaqueline apenas si consiguió esbozar algunas palabras sobre sus deseos de reencontrarse de nuevo con ella y su familia, además que en lugar de alivio al saber que dejaría detrás todo lo que había representado Albert, su corazón se llenó de tristeza cuando Jackie le dio la fecha de su vuelo:

Dentro de dos días.

—Bueno Delfina ya está hecho, en el fondo sabes que esto es lo mejor —mencionó intentando infundirse valor para no terminar llorando de nuevo, posó su mirada en el paisaje que mostraba ya los colores del otoño y un suspiro trémulo escapó de sus labios—. Es lo que debiste hacer hace mucho, así que no hay motivos para sentirte triste y mucho menos que estás traicionando a nadie, él tomó su decisión y vos tomaste la tuya, es así de simple.

Cada minuto que pasaba tenía que luchar contra los recuerdos de Albert, no había rincón de la casa donde no mirase y le pareciera que podía aparecer en cualquier momento, caminó hasta el estudio que era donde más tiempo había pasado sola, y se concentró en revisar los manuscritos de proyectos que había empezado allí pero que había dejado de lado porque no la convencían. Cada cierto tiempo miraba el reloj en la parte baja de la pantalla de su portátil y se sobresaltaba ante el más mínimo sonido que provenía del exterior, aunque esperaba que fuera la puerta principal de su casa la que se abriera y escuchar la voz de Albert llamándola, le había dicho que no lo deseaba cerca, pero se moría porque él llegara hasta allí; le dijera que había sido el más grande de todos los imbéciles y necesitaba que ella lo perdonara.

—¡Por favor Delfina! Eso es patético, sabes perfectamente que él jamás va a ser algo así, es demasiado orgulloso y testarudo para dar su brazo a torcer, entre más ilusiones te hagas más duro será tu regreso a la realidad. Albert no quiere solucionar nada con vos, si fuera así te hubiera seguido cuando lo dejaste en el jardín o hubiera esperado un par de horas a que todo se calmara un poco e intentar una reconciliación, pero es evidente que nada de eso le importa... que vos no le importas, así que no tiene que dolerte en lo más mínimo ni preocuparte como se sentirá cuando descubra que volves a tu país en dos días.

Y no se equivocaba, esa noche le tocó dormir sola y la cama donde tantas noches habían estado juntos ahora sin Albert se le hacía inmensa y fría, no importaba que la noche afuera siguiese manteniendo la calidez de finales de verano, el aire que la envolvía a ella se sentía gélido y las sábanas heladas sin el calor del cuerpo de él. Una vez más el llanto la doblegó e hizo estragos en ella hasta entrada la madrugada cuando al fin el cansancio y la desolación la anestesiaron hasta dejarla sumida en un profundo, pero inquieto sueño plagados de recuerdo del español que ni aun en esos la dejó en paz.

Ríndete a mi.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora