Los Angeles - Marzo de 2018.
La tenue luz de las lámparas de noche iluminaban las dos estatuillas colocadas en las mesas a cada lado de la inmensa cama, donde Albert y Delfina, disfrutaban una vez más de la arrolladora pasión que los invadía cada vez que se entregaban y esa noche además, con un motivo muy especial.
Después de haber asistido un par de horas a la fiesta en la cual los ganadores eran agasajados, se retiraron para regresar a la hermosa propiedad que había comprado Delfina en esa ciudad. Habían vivido muchas emociones en los últimos días y tal como había previsto Guillermo Reynolds padre, cuando se reunió con ellos por primera vez en su despacho, Rendición arrasó con los premios más importantes ese año, resaltando las actuaciones de Kimberly y Albert, así como la adaptación del guión por parte de Patricia Jenkins y Delfina.
La historia se ganó no solo el aplauso del público, sino también el de los críticos que la catalogaron como una hermosa historia de amor, dentro de un marco donde ambos protagonistas habían logrado mediante la rendición, liberarse de las cadenas que realmente los ataban.
Sin embargo, Albert y Delfina seguían pensando que su historia real era mucho más hermosa; además que no tendría fin.
Lo único que había decepcionado tanto a fanáticos como a la prensa, fue ver durante la premier de la película que Delfina no lucía el vientre pronunciado que todos esperaban. Debido a la rapidez de su matrimonio muchos dieron por sentado que la pareja estaba esperando un hijo, pero una vez más los esposos Baró los sorprendían y quizás lo harían una vez más dentro de poco.
Habían decidido que era tiempo de tener todo lo que siempre quisieron, Delfina había casi cumplido cada una de las cosas que deseó en voz alta, aquella noche en la villa cuando hablaron sobre sus carreras, esa vez lo compartió con Albert sin sospechar que él sería quien la ayudaría a cumplirlos todos, aunque aún les faltaba uno, esa noche la dedicarían a hacer que se hiciera realidad.
—Si tenemos un nene, le ponemos Manuel —susurró recostada en el fuerte pecho de su esposo, escuchando sus latidos. Le gustaba hacerlo, la llenaban de calma.
—¿Manuel? —preguntó desconcertado y buscó sus ojos.
—Sí, me gusta tu segundo nombre —contestó con una sonrisa ante el ceño fruncido y subió sus labios para darle un beso.
—Pensé que te gustaría llamarlo Albert —expresó sin querer mostrarse muy afectado porque ella no quiera usar su primer nombre.
—No, no quiero llamarlo Albert... solo a vos quiero llamarte así —susurró mientras le acariciaba la mejilla con los labios, sintiendo la ligera aspereza de la barba que seguía usando—. Para mí tu nombre lo abarca todo, pero también tiene otro significado, uno más íntimo —mencionó dejando la idea en el aire.
Él la miró a los ojos intentando descubrir a lo que se refería y se perdió en esa hermosa mirada, se movió para ponerla bajo su cuerpo, quedando justo en medio de sus piernas y acoplándose de esa manera tan perfecta en la cual lo hacían.
—¿Cuál? —preguntó con una seductora sonrisa.
—Albert... es la única palabra que llega a mi cabeza cuando alcanzo el éxtasis, cada vez que me haces explotar de placer... cada orgasmo que me das, lleva tu nombre y quiero que siga siendo así siempre —esbozó sonriendo, moviéndose debajo de él mientras le acariciaba la espalda.
—¡Se llamará Manuel entonces! —exclamó con determinación y mostró una hermosa sonrisa de esas que iluminaban su mirada y creaban suaves surcos entorno a sus hermosos ojos miel— ¿Y si es niña? —preguntó entusiasmado con la idea de tener varios hijos.
—No la llamemos Delfina por favor —contestó con tono de pesar y al ver la confusión en él se dispuso a aclarar—. No me gusta mi nombre, nunca me gustó asi que ni loca le ponemos así. Tampoco podemos llamarla como nuestras madres, ni como nuestras hermanas porque causaremos celos en unas y otras... así que debe ser un nombre independiente de ambas familias — explicó con seriedad mirándolo, necesitaba un nombre que expresara todo lo que deseaba para su hija, algo que fuese perfecto para identificarla.
— Sarah —dijo Albert de la nada, fue como si alguien más lo hubiera susurrado para él, sonrió al ver que Delfina también lo hacía y supo que había acertado.
—Me encanta... es hermoso y tiene un lindo significado, significa princesa en hebreo —comentó emocionada y acercó su rostro a Albert para besarlo—. Elegiste un hermoso nombre para nuestra hija.
—Sí, solo que no había pensado en lo de los princesa, tendré que espantarle a los que se crean príncipes —expresó endureciendo su hermoso semblante y sintió cómo Delfina dejaba caer una lluvia de besos sobre su rostro—. Bueno, si cuenta con el encanto y la belleza de la madre... ¡Dios pobre de mí! Voy a tener el cabello blanco a los cincuenta —agregó poniendo una cara de terror.
Ella irrumpió en una carcajada, regalándole su risa favorita, esa que era hermosa y entusiasta, la misma que lo enamoró desde el primer día que se la escuchó. Tomó el rostro de ella entre sus manos y la besó con pasión, mientras sentía que todo su cuerpo se llenaba de una agradable sensación de calidez, mezcla de pasión y devoción.
—¿Continuamos con nuestra agotadora y maravillosa labor de crear un bebé? —preguntó en un tono suave mientras se movía acariciando con su cuerpo el de su mujer, disfrutando del gemido que ella le entregó y el leve temblor que la recorrió.
—¡Ay por favor! Acordate cuán feliz haría eso a nuestras mamás —esbozó con diversión y sonrió al ver que rodaba los ojos—. Te amo... te amo Betu —pronunció desbordando felicidad.
—Yo también te amo... muchísimo —susurró contra los labios de ella mirándola a los ojos justo antes de besarla.
El beso dio inicio a una entrega más, fundiéndose entre besos y gemidos que avivaban el fuego en su interior. Delfina se arqueaba sintiendo el placer que le brindaban las profundas y lentas penetraciones de su marido, vibrando junto a él en cada ir y venir de sus caderas, en cada beso y caricia.
Regresaron a la realidad manteniendo ese estrecho abrazo donde sus piernas también participan, entrelazándose hasta hacer que cada espacio entre ellos desapareciera. Y ya fuera en medio de un campo a cielo abierto o entre esponjosas sábanas blancas, el amor siempre era el mismo, abarcando cada espacio, haciéndolos inseparables, pero sobre todo, haciéndolos iguales.
Contando con todo el tiempo del mundo y una larga vida por delante, se entregaron al amor sin premura, solo dejándose llevar por el sentimiento que los embargaba. Con sus labios y sus manos recorriéndose enteros, disfrutando de cada pedazo de piel que ya conocían de memoria, dándose la libertad para vivir nuevas experiencias, donde el placer y el amor iban tomados de la mano.
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Apareci, no me maten 😬
~ Cap dedicado a las que pedían un feto
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Ríndete a mi.
RomanceAlbert Baró y Delfina Chaves guardan un gran secreto. Ellos esconden dentro de sus corazones un gran amor que se quedó detenido en el tiempo y en un espacio que durante tres meses los albergó y los llevo a vivir la más hermosa e intensa historia de...