Albert no pudo conciliar el sueño después de aquella inesperada y veloz visita de Delfina, claro si a eso se le podía llamar así. Se bañó con rapidez y se colocó un conjunto casual para salir hacia el vestíbulo con la esperanza de encontrarla por allí, quizás se había reunido con la gente de producción en algún salón del hotel o hasta podía estar hospedándose en el mismo.
Al cabo de una hora tuvo que regresar a su habitación cuando vio que todos sus intentos por encontrarla eran en vano, incluso se arriesgó a sacarle información a la chica de recepción, quien era la misma que los había recibido a su llegada, usando sus encantos se acercó a ella para preguntarle en plan de curiosidad, si por casualidad Delfina se estaba hospedando en el mismo hotel.
Ella le confesó que sabía que él era actor y que había venido para el casting de Rendición, había atendido dos llamadas de la gente de la productora dirigidas a él, eso le facilitó el camino a Albert pues la muchacha se mostró dispuesta a darle la información que pedía, pero para su desgracia no era la que deseaba.
Le dijo que la escritora no se encontraba hospedada allí, que quizás había optado por un hotel más cercano a las instalaciones de The Planet o la habían hospedado en alguna casa particular para evitar el asedio de las fanáticas.
Albert tuvo que disimular la decepción que esa noticia le había causado, pero también una luz de esperanza se encendió dentro de él porque ella había ido allí precisamente para buscarlo, no se alojaba allí, ni había tenido una reunión, había ido por él, le dedicó una sonrisa a la chica y después de eso decidió regresar a su habitación e intentar ordenar sus pensamientos.
Solo habían pasado un par de minutos desde que revisó su correo por última vez, obviamente a la espera de algún mensaje de Delfina, pero como siempre no llegó ninguno, caminaba de un lado a otro de la habitación atento a cualquier ruido proveniente del exterior, parecía un cazador y eso empezaba a hacerlo sentir ridículo, así que optó por cambiarse de ropa y por hacer una rutina de ejercicios para liberar un poco la tensión que lo colmaba.
Entre abdominales, flexiones de pecho y sentadillas se le fueron pasando los minutos, estaba tan concentrado que apenas se percató cuando la puerta se abrió y Lucca entró junto a Lisandro en el salón que antecedía a su habitación, la misma donde él se encontraba haciendo una combinación de flexiones de pecho que también le hacía trabajar los músculos de la espalda y las piernas.
—¿Qué haces allí tirado? —preguntó Lisandro en tono divertido.
—No estoy tirado... hago flexiones —respondió de manera entre cortada por el esfuerzo que el ejercicio requería.
—Ya veo... ¿Sabes que el hotel cuenta con un gimnasio más equipado que cualquiera de Cataluña? —inquirió de nuevo.
—Lo sé... pero no quería ir al gimnasio del hotel... éstas rutinas puedo hacerlas en cualquier espacio...—respondió terminando la sesión de cincuenta que siempre hacía de esas combinaciones y se puso de pie, tomó una toalla que tenía cerca y se secó el sudor de la frente.
—Betu, a veces eres tan raro —esbozó su hermano mirándolo.
—Gracias tengo a quien salir, a ti —indicó con media sonrisa— ¿Cómo les fue? Imagino que encontraron algo, después de casi cinco horas de tiendas como mínimo tendrán un traje de alfombra roja —agregó caminando para tomar una botella de agua del mini bar.
—¡Última vez que salgo de compras con Lisandro! —exclamó Lucca mostrándose completamente agotado—. Se queja porque tú te demoras vistiéndote, pero él es una pesadilla escogiendo ropa, se probó más de veinte trajes... caminamos un montón de tiendas y en cada una perdimos casi una hora, yo escogí uno en la primera que visitamos y me hizo dejarlo pues según él debía ver más opciones, todo era un pretexto para arrastrarme hasta la última —se quejó el hombre dejando sobre el sillón las bolsas.
—Por favor Lucca, no seas tan exagerado, tampoco es que fue un martirio, bien contento que estabas con las vendedoras, todas se volvían locas cuando escuchaban nuestro acento y le confirmábamos que éramos españoles, al parecer toda la fama de Manuel Donatti se extiende a cualquier hombre que venga de nuestro país, las mujeres aquí están locas por conocer la Toscana — pronunció con picardía.
Albert dejó ver media sonrisa consciente de que era lo que las mujeres deseaban, no era solo conocer Toscana, era poder hacer y deshacer en ese lugar, tanto como los protagonistas de Rendición.
Si ellas supieran que Delfina no había colocado ni la mitad de todas las cosas que ellos vivieron, que quizás consciente de que ese libro iba a ser leído por su familia y amigos o porque le resultase un poco difícil exponerlo todo tal cual sucedió, había omitido muchos de sus encuentros, muchos de los más excitantes, aquellos que de solo recordarlos le calentaban la sangre y hacían que la deseara con locura.
Sus pensamientos fueron cortados por la voz de Lucca que se defendía de las acusaciones de su hermano.
—Bien, lo admito, hicieron más agradable la espera, pero aun así eso no justifica las cinco horas que perdimos entre tiendas —indicó haciéndose el ofendido.
—Claro que se justifican, mañana iremos a esa fiesta a la altura de todos los demás, acordes con la ocasión y con el protagonista de la cinta, así que deja de quejarte hombre —esbozó con una sonrisa.
—Solo espero que no me hayas arruinado —pronunció Albert queriendo jugarle una broma a su hermano.
—¡Por supuesto que no! Lucca no me dejó, pero encontramos dos buenos trajes de diseñador a un precio razonable y para que veas que tu hermano siempre se acuerda de ti, también te he traído algo, mira... —le dijo buscando en las bolsas—. Creo que ésta corbata quedará perfecta con el traje que piensas usar mañana... —decía cuando Albert lo detuvo.
—Te doy mi tarjeta para que te vayas de compras, ¿y me traes una corbata? ¿Te has vuelto ahora Julia Roberts en Mujer Bonita? —preguntó elevando una ceja y conteniendo la risa al ver la cara de Lisandro, estaba para mandar a enmarcar.
—Muy gracioso, pues ahora no te doy nada por malagradecido, igual también combina con mi traje —contestó alejándola de él.
—Solo fue una broma, deja de quejarte que yo siempre soporto las tuyas, a ver dame... —se la pidió con una mirada de inocencia que ni él se creía—. Tienes razón, me quedará perfecta, muchas gracias.
Se tomaron unos minutos para ver lo que habían comprado y después cada uno se retiró a su habitación, debían descansar pues el día siguiente estaría lleno de muchas emociones, sobre todo para Albert, que sabía perfectamente sería la mejor de todas.
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Ríndete a mi.
RomantizmAlbert Baró y Delfina Chaves guardan un gran secreto. Ellos esconden dentro de sus corazones un gran amor que se quedó detenido en el tiempo y en un espacio que durante tres meses los albergó y los llevo a vivir la más hermosa e intensa historia de...