El despertar del monstruo puberto

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POV Dylan

¿Has tenido esa sensación, de no estar seguro de si lo que estas viviendo es real o si es que solo se trata de un sueño?

Pues eso fue exactamente lo que me sucedió en los primeros segundos que cobré razón de mí existencia; y me vi en la cocina del apartamento con un trapo rojo en mi mano de frente a la mesa limpiándola, fácilmente lo habría podido confundir con un sueño vívido de no ser, porque yo recordaba este día.

¿Era un sueño? Sí lo era, me había quedado dormido durante el relato de papá. Aunque esta realidad tenía la particularidad de hacer que los sueños se sintieran como si en ese momento los estuviera viviendo...

Ese grito colérico que emergió desde la sala, robo por completo mi atención,

—Maldito libro de algebra, te detesto, te odio

Al escucharlo actúe por impulso, creyendo que algo grave le sucedía salí de la cocina por la puerta lateral del pasillo que era la más cercana a la mesa del antecomedor, fue instintivo y una terrible idea, lo supe cuando apenas dando un paso y asomando el rostro entre el marco de la puerta; ese grueso libro de algebra que parecía propulsado por una velocidad que era difícil de creer, que un chico de trece años fuese capaz de imprimir, en una mili fracción de segundos, se estrelló sobre mi nariz, normalmente mis reflejos eran rápidos sin embargo en esta ocasión no fueron suficiente como para esquivar esa arma, confeccionada de una dura pasta y miles de hojas. Mis parpados se cerraron al momento del acérrimo impacto y miles de luces blancas y plateadas centellaron dentro de mis ojos, agache la cabeza llevándome las manos a la nariz y entonces lo escuche con un tono angustiado

—Dylan, Didi perdóname hermanito, yo no te quería pegar, ¿por qué sales así, de la nada? —se excusó preocupado

Retire una de mis manos de mi nariz abriendo los ojos, viendo aún algo borroso, no lo podía creer acaso me estaba reclamando. Negué con la cabeza intentando controlarme, pero el dolor sobre el tabique de mi nariz cobro reparo en mi respuesta

—Será porque la última vez que atravesé el pasillo, este no era un campo de guerra con libros dirigiéndose como proyectiles directo a mi cara —le reclamé con severidad

Fue justo en ese momento que sentí ese sabor metálico en la parte trasera de mi lengua y al retirar mi otra mano de la nariz comprobé que la sangre comenzaba a fluir, detestaba ese sabor, la sensación espesa y caliente bajando por mi garganta me asqueaba, pero si algo ponía a Jeimmy pálido y desmejorado de un segundo a otro eso era: ver sangre. Volteé a verlo como se cubrió la boca con ambas manos e invadido por la culpa

—señalo —No puede ser, estas sangrando y fue mi culpa, en verdad Dylan fue un accidente, tienes que creerme hermanito, repetía angustiado.

Mientras yo avanzaba con apremio hacia el baño y procuraba contener el sangrado. Él, no perdió tiempo y me siguió el paso, busque despreocuparlo

—Lo sé bicho, ya cálmate, mejor corre y tráeme una toalla del baño, yo voy detrás de ti —le asegure al verlo tan afectado.

Jeimmy hecho a correr y cuando, yo estaba entrando al cuarto de baño se giró entregándome la toalla, mantenía los ojos abiertos como dos platos atentos a como me lavaba y de vez en cuando levantaba la cara viéndome en el espejo para evaluar el daño, la sangre no dejaba de correr mezclándose con el agua del grifo abierto

—No para, ¿Didi por qué no dejas de sangrar? —me pregunto mordiéndose el labio inferior. Mhhh, ya se iré por el botiquín médico, no te preocupes yo te curare.

Estaba a punto de decirle que ya había hecho suficiente en su intento de reconstruirme la nariz con su libro de álgebra, pero antes de poder terminar de diseñar aquella respuesta sarcástica en mi mente, su voz se abrió paso con un timbre alegre:

La cuna II parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora