Marcus II

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Pov Marcus.

Entre sueños estrambóticos sin sentido, me deslice por un arcoíris que en la pendiente se transformó en una cascada de pastillas brillantes multicolores, estampe de frente en mí siguiente parada, como el protagonista de uno de esos comerciales antidrogas donde me abrí el cráneo y con un bisturí diseccioné un trozo de mi propia materia gris, me recoloqué la tapa de los sesos, y ahí dentro de ese baño donde aparecí, me incliné y sobre el inodoro cerrado, me hice una línea de sesos y sangre con ayuda de un billete enrollado esnifé, al terminó la leyenda "ESTO ES LO QUE LE HACES A TU CEREBRO CUANDO TE DROGAS". Encendió en luces rojas como un anuncio luminoso bizarro.

Últimamente el sentido de culpa me perseguía hasta dormido, incluso existía esa imagen en mi cabeza, tamborileando con dedos hostigosos: ¡Adán me sostenía en sus brazos! ¡Vaya locura! ¡Quizás esta vez, sí me excedí con la dosis de mis golosinas psicodélicas!

Me removí, y cometí el error de abrir los ojos, la realidad me recibió con su agreste falta de amabilidad, una luz blanca se clavó como un par de dagas al rojo vivo en mis iris, giré la cara para cubrirme, el tacto de la almohada me llevó a creer que me hallaba en mi habitación; no sería la primera vez que, no recordaba cómo había llegado a casa "sentido de orientación detrás del telón", así lo llamé, aunque en esta ocasión, algo era distinto, aun encapsulado por un sentido de irrealidad, mi cuerpo se sentía entumecido y adolorido, estaba exhausto, la cabeza me palpitaba con demencia, llevé una mano a mí frente, y cuando con cuidado me aventuré a abrir de nuevo los ojos, me recibió su expresión aprensiva acompañada de un ensayo de sonrisa de apoyo.

—¿Tú qué rayos haces aquí? En mi habitación —dije a la defensiva.

—¡Tu habitación! —exclamó —alzando una ceja y mirando a nuestro
alrededor

Quise seguir el andar de sus ojos, pero apenas moví un poco la cabeza, el mareo y una nueva punzada que arremetió con fuerza en mi frente me hizo apretar los parpados.

—¡Vaya! al parecer sigues colocado — Alcance a ver por las ranuras de mis parpados entreabiertos, como meneó la cabeza con desaprobación —Estas en el Hospital, Marcus. No en tu habitación —aclaró con la voz grave «de mi padre».

Con las ideas apelmazadas y la cabeza aun enturbiada, dude de quien tenía enfrente de mí ¿era mi padre rejuvenecido o el imbécil del tullido de mi hermano Adán que hace menos de un año resucito del coma? La posibilidad de seguir en mi viaje, parecía la única lógica posible a que me hiciera un cuestionamiento tan absurdo.

—¿Marcus me escuchas? Has un esfuerzo para focalizar. Tenemos poco tiempo, papá no tarda en venir y antes de que eso suceda necesitamos hablar a solas.

«Era Adán».

—Entonces es cierto... ¿estuviste en los edificios?, ¿Tú me ayudaste? ¡Pero cómo! —lo interrogué e ignoré el dolor de cabeza.

En un breve escaneó sobre la línea fluorescente del techo por lámpara, el piso blanco y... ¡la puerta cerrada con la mirilla de acrílico! —¡Oh! No, maldita sea, me trajiste al hospital donde trabaja Matthew —brame y con apoyó de mis antebrazos me incorpore de súbito.

—¡Ey! ¡Qué haces! No intentes levantarte, estás muy débil —Aunque hubiera querido replicar, el mareo me sobrecogió con una zarandeada que me obligo a guardar silencio y sujetarme la cabeza —estiró la mano y alcanzó un par de muletas, que descansaban a los antebrazos de la silla desde la que me hacía compañía, con apremio se puso de pie; cuando rodeó la cama y tomó la almohada del otro lado de la cabecera, quede atrapado en sus movimientos pausados y vacilantes, se detuvo a mi costado y deposito la almohada a los pies, en una pausa para coordinar los brazos con las muletas y a la vez sus pasos, con una sola mano se asió a una de las muletas, mientras que, con la otra, apoyo el codo para equilibrarse y tener la mano libre para sujetar de nuevo la almohada, —Tómalo con calma —me dijo —al colocarla con un movimiento de cabeza me indico que recostará la cabeza, no me opuse, ese intento de ponerme recto, por mis propios medios, me fatigo sobre manera y lo único que logré fue que los brazos me hormiguearan y la vista se me nublara, recosté la cabeza en la torre de dos almohadas que Adán edifico, ahuecando y amoldando de forma dedicada, deje reposar mis brazos laxos y en esta nueva posición la bruma de mi mente comenzó a disiparse.

La cuna II parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora