Aitana o Dasha

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Adán

Con el paso de los días, aunado a las advertencias de Aitana "sólo eres mi paciente, no intentes cruzar esa línea" y su trato "profesional", en palabras suyas que se encontraba en una incómoda zona entre cortés y presta en cuanto a mis necesidades físicas e indiferente y esquiva, a todo lo que concernía a Adán como ser humano, acepté que para ella, yo, no era más que trabajo.

«Le interesaba conocerme tanto, como a un carnicero, le importaría saber cualquier dato de la res que convertía en filetes para vender».

La desilusión de ese primer amor imposible, no me generó un impacto tan grave, gracias a Dasha, que pronto se convirtió en una amiga y cómplice, me visitaba a diario y se tomaba unos minutos de su tiempo de trabajo para preguntarme si necesitaba algo, si todo marchaba bien, y la pregunta más importante

¿Cómo te sientes?

Que por increíble que suene, le hace la diferencia a alguien postrado en una cama, pronto comenzó a quedarse después de su hora de salida, para platicar conmigo en los días que Marcus no acudía, buscaba formas en las que me distrajera más allá del alterón de libros que Matthew me dejó, que al cabo de una semana devore por completo, y la televisión que al segundo día descubrí detestaba los programas matinales, respecto a las películas de acción que me interesaban las transmitían a partir de las nueve de la noche, hora en la que ya dormía a causa de los analgésicos.

Dasha comenzó a traer juegos de mesa, pasábamos horas sumergidos en juegos que iban desde maratón, damas chinas, hasta algunos más infantiles como serpientes y escaleras, el juego de mímica que ella actuaba, de un modo tan cómico que desembocaba que yo terminará sucumbiendo a reír de forma descontrolada, su compañía, y sobre todo su alegría, hizo que la tristeza no me arrastrara.

Mi padre que todas las noches se quedaba a dormir en la cama contigua de la habitación, y que la mayoría de las veces llegaba para acompañarme a cenar, sonreía cuando la encontraba en la habitación, e insistía en que se quedará para acompañarnos, solicitaba al restaurant del hospital una cena extra para ella; Aitana en dichas ocasiones al entrar y vernos, le daba a mi padre los pormenores del día, en ocasiones quejas, miraba de reojo a Dasha y se retiraba «en vista de que me encontraba bien acompañado y ya no se requería de su presencia», decía con un dejo de molestia.

Mi padre la invitaba a quedarse, pero ella siempre declinaba la oferta haciendo alusión a que estaba muy cansada y en casa, aun le aguardaban muchos pendientes.

«Llegué a no tener duda, de que me repelía como a material radioactivo, y apenas podía desafanarse de mí, salía huyendo».

Una de las noches que Dasha se quedó a cenar con mi padre y conmigo, aproveche un momento en el que nos encontrábamos solos para preguntarle porque Aitana se ofreció para ser mi enfermera, o sea ya sin sutilezas

—¿Para que necesitaba el dinero?

—Si te cuento no puedes decirle a nadie, ella es muy orgullosa y celosa de su vida personal.

—Mi boca es una tumba —prometí.

—De acuerdo, te contaré, sólo porque sé que no preguntas por entrometido y ¿quién sabe quizás se te ocurra una forma de hallar una solución?

—Conozco a Aitana desde la secundaria, era una chica alegre, estaba en el grupo de teatro y en el coro, todavía que será, hace unos tres años, más o menos, era usual escucharla tarareando una canción al hacer la ronda... luego su madre, enfermo de ELA, parte de su luz se apagó al poco tiempo, no la juzgó, esa enfermedad no se le desea a nadie, menos para un ser amado, ella, se partía en dos para trabajar medio turno y el resto del día dedicarlo a cuidarla, cuando la enfermedad aisló a su madre del mundo. Aitana en su desesperación creo un sistema de comunicación por medio de tarjetas con imágenes y letras que su madre respondía con parpadeos, lo sé, porque en un inicio ella misma me lo mostró con una actitud optimista, pero poco a poco conforme su madre iba apagándose, Aitana lo hacía también, su padre que adoraba a su esposa, buscó y costeó cuanto tratamiento pudo, su situación financiera cada vez se veía más apretada, los medicamentos eran muy costosos, al final su padre tuvo que declarar su empresa en quiebra, el orgullo le impidió pedir ayuda, eso es algo que Aitana le heredo, cuando se lo contó al Doctor Matt ya era muy tarde, incluso para qué él, pudiera hacer algo para ayudarlo.

La cuna II parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora