Una última vez parte II

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—Guarden la calma, no sucede nada, solo...

El claxon pitando con una insistencia histérica acalló mis palabras, disminuí la velocidad y me apeé intentando ocultar mi nerviosismo latente.

En un principio los chicos me gritaban que acelerara que escapáramos, para este punto de mi vida, ya sabía que correr no era la forma de enfrentar los problemas, aunque, la posibilidad por supuesto que me tentó.

Descendí de la motocicleta, di media vuelta y me quité el casco.

Topé de frente para presenciar el momento exacto que la camioneta ingresó en el arcén, una nube de tierra se levantó, mi abuelo freno y bajo de un salto sin darle relevancia a que esta quedo mal estacionada entre la calzada y la hierba, emprendió carrera con una agilidad que desconocía aun conservara, al ver su expresión no pude sostenerle la mirada, mis piernas estaban entumidas, trague saliva y apreté la quijada, aguarde a la espera de lo peor, con una postura rígida, de pie junto a la motocicleta o más bien paralizado.

—Dylan hijo, ¿estás bien? —me tomó de los hombros —su tono de angustia me hizo sentir infame.

Me atrajo hacia él, sus brazos me rodearon con fuerza, como si tuviera que confirmar que era real, que no me desvanecería de un momento a otro. Lo abrace, en busca de que los latidos disparados de su corazón volvieran a la calma, que dejaran de resonar como una banda de guerra sin previo ensayo, que recobraran ritmo y cadencia.

—Estoy bien, estoy bien, abuelo —enfatice con un tono sereno, que buscaba menguar su exaltación.

Sin soltarme de los hombros, dio un paso atrás, me observó con detenimiento, no tuve más remedio que levantar mi mirada esquiva, tropecé con su expresión inicial una fusión entre el aturdimiento y la mortificación. La misma que en cuanto comprobó que me encontraba bien, se transformó en esa mueca severa, que hace tiempo no veía.

—Súbete a la camioneta, ahora mismo —ladró.

—Abuelo, no es lo que parece, por favor, solo cálmate —No me dio tiempo de completar lo que estaba por decir.

Su ceño se frunció más de lo que ya estaba, las arrugas surcaron su frente, las aletas de su nariz se levantaron y su voz estalló grave y autoritaria.

—¡Ah no es lo que parece! Debo estar alucinando —agitó las manos en el aire y apunto con el brazo hacía mi Silver —Entonces que me dirás que eso no es una motocicleta, que no acabo de verte pasar conduciendo como si la carretera fuera una pista de carreras. No te quieras pasar de listo ¿Qué te dije que sucedería si te volvía a ver arriba de una motocicleta? ¿lo recuerdas? ¡contéstame!

No supe que decir, tener publico diluyo cualquier argumento, mi mente era una pizarra en blanco.

Me tomó del codo y me quiso llevar a rastras, en un movimiento torpe quise frenarlo con la intención de que se diera cuenta de que no estábamos solos, fue cuando comprobé que con los últimos rayos cobrizos del sol desapareciendo también lo hizo, la paciencia de mi abuelo, soltó mi codo y sin más decidió llevarme de la patilla al instante que de un jalón tiró de esta hacia arriba sin piedad, en automático mis piernas se activaron, a toda prisa encarrere en la dirección que me llevaba de puntitas.

—Abuelo, no, no. Espera, ¡ay!, ¡ay!, que duele. Así no, por favor —supliqué a su lado, apurado para seguirle el paso, motivado porque no me arrancara el pelo, al tenerme frente a la puerta del copiloto, sus dedos viajaron a la manija, liberándome, por impulso llevé ambas manos al borde de mi oreja, masajeé con insistencia.

Todos sus movimientos eran intempestivos, coordinados por el enfado, en el momento que abrió la puerta, estaba dándole la espalda, aun concentrado en aminorar el dolor de mi patilla que irradio hasta mi oreja y verificando que no me hubiera arrancado pelo, «Oh, craso error» no debí bajar la guardia, menos darle la espalda, me tomó desprevenido cuando el impacto de su mano cayó implacable sobre mi pantalón, respingué, de un saltó giré y lo miré dolido, antes de que mi indignación pudiera salir a flote.

La cuna II parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora