Viaje astral

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Dylan

Hace cuatro días y tres noches que papá zarpó y hasta el momento no teníamos ni la más diminuta referencia de su localización, el radio con el que se había estado comunicando de forma entrecortada y plagada de sonido blanco desde el inicio de su travesía; no era capaz de ponernos en contacto desde hace dos días, sin importar la persistencia que poníamos en ello, ni la estrategia que implementamos de llamarle a diferentes horas del día y la noche, nada funcionó.

De nuevo se encontraba extraviado, y yo, necesitaba estar a solas para pensar, despejarme, ya que a cada segundo sentía como si las paredes de la cabaña se redujeran más y más, hasta el grado de creer que los muros terminarían por lapidarme.

Por lo que en contra de las recomendaciones con tintes de exigencias del abuelo Orson, alrededor de las siete de la noche, abrí la puerta, seguida de la verja recubierta por el mosquitero y me encaminé al muelle, tras unos cuantos azotes de la verja provocados por el viento, escuché los refunfuños del abuelo, no detuve el paso, de reojo sobre mi hombro alcance a ver que arrastraba una silla del comedor y la atrancaba frente a la puerta, donde se acomodó.

—No estaremos aquí, hasta muy tarde, como ayer que no entraste hasta pasada la medianoche a más tardar a las diez, entraremos a la cabaña —me advirtió con firmeza.

«Para este punto, era evidente que él también se encontraba angustiado».

Asentí, evitando discutir, el hecho era que lo único que deseaba ahora, era sacar el bote de remos e ir a buscar a mi padre sin importarme el tinte oscuro entretejido por la noche que comenzaba a descender sobre el lago, me incliné a la orilla del muelle tomando asiento en el borde, decaído y ansioso intentaba no dejarme llevar por el desconsuelo.

"Él había prometido volver y lo haría, esta vez, sí lo cumpliría ¿o no?"

Mis ojos llenos de impaciencia se ubicaron fijos en el horizonte y a la vez perdidos en la nada, se estacionaron más allá de las montañas; el tiempo se volvía un adversario hosco e insensible que transcurría con una irritante pasividad flemática.

Las preguntas oprimían mi pecho, formando un vacío, pensar en las posibilidades de lo que podía haberle sucedido me estremecía aún más que mantener mi mente en blanco, el refugio donde me encontraba suspendido se diluía con las nubes grisáceas del cielo teñido de una acuarela purpurea, el único ruido que nos acompañaba era el vaivén del agua calma nocturna y el canto apacible de un coro de grillos oculto entre la hierba que crecía alrededor de los pilotes que sostenían el muelle

De pronto, desde la lejanía me pareció escuchar el ruido de un motor surcando el lago, busqué entre las penumbras alumbradas de forma escasa por esa luna menguante, ladeé la cabeza e intenté agudizar mi oído, las tablas a mi espalda crujieron, me giré para encontrarme con el abuelo de pie a pocos pasos de mí.

—Mira muchacho, mira allá a lo lejos, es tu padre, ha vuelto. —elevaba el brazo y lo agitaba.

Me puse de pie de un solo impulso, achiqué los ojos y entonces virando detrás del sendero de pinos apareció la proa del bote, el pequeño faro que lo guiaba y los ladridos escandalosos y animados de Boly, me di la vuelta abrazando al abuelo Orson.

—Es él, es tu padre, lo logró, regreso ¡Lo alcanzas a ver! Nos está saludando desde la cabina.

—Sí claro que lo veo —contesté con la voz reanimada.

—Muchacho, yo te lo dije, que volvería —respondió palmeándome el hombro.

Desde que me había sentado al borde del muelle percibí un sabor amargo, como si un líquido se diseminara en mi boca, incluso comencé a experimentar nauseas, no le había prestado atención, ya que se lo adjudique a la angustia de la incertidumbre, a la desesperación de que mi padre no regresara, por eso que persistiera ahora que el júbilo me embargaba, me pareció extraño, el gusto que impregnó a mi lengua era semejante al que queda tras varios días de tomar medicamentos.

La cuna II parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora