Adán ¡retando al peligro!

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Pov Adán

Di un sin fin de vueltas sobre la cama, intentando dormir; me giré boca abajo, de lado, boca arriba, reacomodándome en la cama, doblando los edredones debajo de mi barbilla, después cubriéndome con estos hasta la cabeza, solo para terminar dándome por vencido. Manoteé al lado de mis costados, resoplé y en medio de esa oscuridad termine aceptando que: está noche sería imposible conciliar el sueño.

En las dos ocasiones que la puerta se abrió, me quede muy quieto con una respiración tranquila. La primera vez supe que era Robert, tenía los pasos pesados y siempre salía al balcón a fumar, así que al sentir la brisa de la terraza entremezclada con ese tenue olor a tabaco, me gire despacio entre los edredones para verlo recargado sacando vaho con algunos aros de humo de su boca, en cuanto sintió mi mirada dio media vuelta enfocando hacia mi cama, creí que había sido lo suficientemente rápido para volver a recostarme antes de que me viera pero no fue así, detestaba que fuera tan perceptivo

—Adán ¡duérmete! —me ordenó

Cerré los ojos quedando inmóvil, quizás si confirmaba que estaba despierto cumpliera la orden de papá, jamás le temí a las inyecciones pero ese somnífero dolía a posteriori, ya suficiente tenía con los dolores que a veces atacaban mis articulaciones como para sumar el de un inyección a mi trasero por lo que fingí dormir, preguntándome ¡¿Cómo jamás creí que al despertar del coma todos volverían a tratarme como si tuviera 10 años?! Cuando cerró la puerta corrediza de la terraza se detuvo al lado de mi cama, acomodándome los edredones

—Descansa gorrión, mañana tendremos un día intenso con la terapia.

Cuando la puerta se cerró y no lo escuche poner el cerrojo me entusiasme hasta que escuche la voz grave de papá

—Seguro qué está dormido.

—Eso o finge muy bien —respondió Robert.

Robert tenía 36 años y en la actualidad era mi mejor amigo, me cubría de papá demasiado a menudo, sincerándome conmigo mismo la realidad era que adaptarme de nuevo no era sencillo y si no fuera por él, ese pizarrón habría tomado lugar frente a mi cama desde la primera tarde que papá me corrigió.

Sí lo sé, era patético tener 22 años y que el mejor argumento de papá en los momentos que lo sacaba de balance fuera

"Pues tus 7 años dormido, no cuentan, cuando tomas esas actitudes para mi eres un niñito de 15" como lo detestaba cuando decía eso y peor aún era que con mis reacciones, yo mismo le daba la razón.

La última discusión había sido la noche anterior, después de caerme a la entrada de la terraza por querer cerrar yo mismo la puerta corrediza, el decreto a partir de ese momento fue que él me bañaría sí o sí todas las noches, ya que en su exageración juraba que una caída como la que me acababa de llevar en el baño podría ser letal.

¡A no, eso sí que no!¡Bañarme él! Eso jamás sucedería, cuando estaba en coma era una cosa, pero ahora el poco orgullo que aún conservaba hizo que me lo prometiera a mí mismo; de esa forma sabiendo que estaba en su despacho y era la tarde libre de Robert, me levante como pude aferrándome a la cama y trastabillando hasta el baño. Papá fue claro en que vendría a las 8:00 pm.

Una hora antes de que dieran las ocho entre al baño empecinado en recobrar parte esencial de mi autonomía y privacidad. Tome asiento sobre la tapa del inodoro para poder quitarme la ropa sin perder el equilibrio, que siendo sincero no era el mejor, durante todo el tiempo en coma se me habían realizado ejercicios de flexión y estiramientos en extremidades, aun así mis piernas se habían contraído por tantos años de no ser utilizadas, mis articulaciones se habían endurecido, los ligamentos se mantenían rígidos y esto acarreaba como consecuencia que mis movimientos fueran lentos y acartonados, recobrar la poca flexibilidad que ahora poseía había sido el resultado de 8 largos meses e innumerables horas de terapia en su mayoría dolorosas y con resultados contados.

La cuna II parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora