Verdades incomodas

136 15 33
                                    


Pov Helen.

Apagué el horno y cuando menos lo noté ya me encontraba atravesando el umbral de la puerta de mi habitación.

 Dylan sostenía la jeringa en la mano, dando vueltas frente a la cama con ojos de horror.

—¡Hazte a un lado! —le grite —empujándolo pues en ese estado solo entorpecía mis maniobras.

Un sonido gutural, me regreso el aliento. 

Suspiré y me giré para ver a Dylan en una esquina de la habitación, apretando la jeringa entre sus manos con los ojos fijos hacia nosotros.

—¿Mamá, qué esperas? ¡se está ahogando! —insistió con desesperación en su voz.

Caminé hacía él —Tranquilo Dylan, todo está bien, no se está ahogando a ver muéstrame la jeringa.

La retiré de sus manos temblorosas y cuando ese segundo ruido se escuchó.

—¡Ah! ¿No se ahoga? ¿entonces que es ese ruido? —replico angustiado.

Levanté la jeringa mostrándosela —Es aire en la sonda, cuando llenaste la jeringa dejaste aire, y al insertarla en la sonda de alimentación, el aire causa ese sonido, eso es todo —coloqué mi mano sobre su hombro para transmitirle paz.

Clavo los ojos en el piso, sacudía la cabeza negando —Soy un imbécil, un maldito imbécil, un inútil no es posible que no pueda ni siquiera alimentar bien a mi hermano —grito —airado tomándome por sorpresa y alejándose de mí.

—Oye. No te digas así, alimentar a Jeimmy es algo que en pocas ocasiones te he encomendado, las primeras veces incluso a mí me pasaba.

Se lanzó de espaldas en el sofá a un lado de la cama de Jeimmy, fijo sus ojos adoloridos sobre su hermano, resoplo un par de ocasiones, se encorvo y vencido apoyo los codos sobre sus piernas, masajeo sus sienes.

—Estoy harto —musito —cubriéndose el rostro con las manos.

Me coloqué detrás de él posando mis manos sobre sus hombros, los masajeé un poco, sintiendo un cosquilleo mientras toda su tensión acumulada recorría mis dedos.

Se puso de pie intempestivamente y con una voz oprimida, me frenó

—No lo hagas, por favor. No intentes consolarme, mamá. No me lo merezco, es más ya deja de fingir, sé que te has mordido la lengua por demasiado tiempo. Es tu silencio en parte lo que me está volviendo loco, solo dilo.

Su reacción arrebatada me descoloco. No entendía que esperaba que le dijera y ante mi desconcierto.

Chasqueo la lengua —No te me quedes viendo y menos así. Basta de ser tan condescendiente conmigo, no es propio de ti. Sé que todo esto es mi culpa, y que, aunque no lo digas lo sabes.

—No te culpo de nada Dylan, entiéndelo porque no es tu culpa.

—Entonces ¿De quién? —espeto con una mirada cansada, dando un par de pasos hacia atrás, evitando mi cercanía.

«No me rechazaba, era como si sintiera que no se merecía mi afecto.»

—Dime ¿De quién? —me grito con agonía y señalo hacia arriba —¿De Dios? ¿es culpa suya?, ¿de la vida?, ¿del destino? Dime ¿de quién mamá? para romperle la cara, para exigirle que nos devuelva a mi hermano, que intercambie lugares, que de ser necesario me postre a mí en esa cama y le devuelva la salud a él. Ya no puedo más con este dolor que me carcome a diario, me mata verlo así. se está apagando —señalo a la cama de mi hijo menor con los ojos empañados —Si no fuera porque a veces lo siento aquí con nosotros, juraría que allí dentro ya no hay nada, no te das cuenta o no quieres verlo, se está consumiendo en silencio y tú estás haciendo lo de siempre me mientes para protegerme, no más, dilo en voz alta, escúpemelo en la cara. Esto es mi culpa, mamá, y quiero que me odies tanto como yo me odio cada vez que me veo al espejo. 

La cuna II parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora