Hogar, dulce... No tan dulce hogar.

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Pov Adán.

La carrera de automóviles deportivos se hallaba en el clímax, entre curvas angostas y caminos que parecerían imposibles de ser transitados sorteando infinidad de obstáculos, la persecución nos mantenía expectantes, frente al televisor de la sala. Esperamos dos semanas por esta película, de hecho, fue Jeimmy quien me contó que la vio anunciada y su entusiasmo se hizo también el mío. Jeimmy era todo un cinéfilo, y era común que, en nuestros tiempos libres, lo encontrara frente al televisor, desde un inicio esas imágenes me atraparon, no contaba con la mejor trama, pero que más daba, el impacto visual era impresionante: los paisajes, la velocidad, la escena del casino muy a lo James Dean, donde por supuesto no faltaron las armas y las mujeres que poseían cuerpos con más curvas de las que nunca hubiera visto en mi vida, lo angosto de sus cinturas era imposible en contraste con sus caderas y pechos redondos como toronjas , más allá de lo bellas, que eran, la que me robo el aliento, fue la protagonista: era intrépida, determinada «brava», me recordó a Aitana, suspiré y debí poner cara de tonto, porque Jeimmy, elevo una ceja y me miró extrañado. Relaje el rostro y a toda prisa, copie la expresión de interés absoluto que él ponía frente al filme, estaba por definirse que bando ganaría, nuestras respiraciones quedaron en pausa y nuestros ojos adheridos a la pantalla, de repente, unos pasos galopantes seguidos de otros firmes, aunque a una velocidad menos acelerada invadieron el pasillo que conectaban con el consultorio del primer piso de la casa, mi hermano iba a toda prisa con expresión ceñuda, no del mejor humor. Mi padre ya me había advertido de la posibilidad de esos cambios súbitos en su temperamento.

Llevaba una semana en casa y tenía estrictamente prohibido salir sólo.

«Por razones obvias».

En momentos, la mayoría, era complaciente y hasta cariñoso con mi padre, no tarde en darme cuenta que era una táctica para cumplir sus deseos, y al no funcionarle recurría al chantaje «que más tarde Tyler me explicaría era algo usual en una persona enganchada a una adicción, eso y la manipulación», armas que de por sí el ya dominaba desde niño. Sin embargo, en esta ocasión papá se mantenía firme y el resultado era que Marcus terminará reventando en furia "Como un hombre lobo encerrado en noche de luna llena, más bien un lobezno enano y terco», me dije.

—¡A dónde vas! Marcus está conversación no ha terminado. No corras, vuelve acá, ahora mismo jovencito —desde el lado contrario del pasillo llegó la voz de mi padre.

—Deja de seguirme y dejare de correr, y entiende que ya te escuché y no estoy de acuerdo en nada de lo que has dicho. No haré tu voluntad, no está vez —le riño. —Intento abrir las rejas que ahora protegían la escalera principal, al encontrarse con el candado, lo tomó y forcejeó.

Mi padre, no tardo estar detrás de él.

—Entiendo que pusieras esas rejas para que el tarado de Adán no se mate en las escaleras, pero porque aún, no me das un juego de llaves, mi habitación esta arriba y es increíble que no pueda subir y bajar con libertad a menos de que tú o el tal Robert me abran.

—En está casa no hablamos con majaderías, no usamos un lenguaje vulgar, y por supuesto no te permito que insultes a tu hermano, es una de las primeras reglas que te acabo de explicar. Te he soportado demasiado y no estoy dispuesto a más. Discúlpate ahora mismo con tu hermano.

—No lo haré —me miró con el ceño fruncido —Eres un tarado, solo así, se te ocurriría pasearte por las escaleras con muletas y ese par de hilachos que te quedo por piernas —escupió.

Años atrás, habría caído en la trampa, batiéndome en una pelea verbal de ofensas sarcásticas, que con agilidad mental siempre ganaba, y Marcus en su frustración infantil se me abalanzaba, yéndoseme a los golpes, él no era diestro en temas de puños, no solo por ser el menor, era, cómo decirlo «un llorón», al mínimo golpe, pegaba de gritos como sí le hubiera fracturado una pierna o si lo estuviera despellejando vivo «esos gritos alarmarían a cualquier padre», en ocasiones solo frenaba los golpes que me lanzaba y bastaba con que escuchara los pasos de mi padre para que chillara como un lechón acorralado a punto de ser asesinado, más tardaba mi padre en llegar y tomarlo en brazos, que él, en ejecutar su actos de pucheros, moqueos y balbuceos, señalándome como el culpable, era aterradoramente convincentes. Y ¿adivinen quién terminaba castigado y con el trasero adolorido?

La cuna II parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora