Entre batas blancas

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POV Adán

De vuelta a casa, Jeimmy escapaba por la ventanilla, y yo decidí hacerme el dormido, no estaba de humor como para soportar el optimismo exagerado que mi padre se esforzaba por contagiarme, de modo que bajé el volumen de mis oídos al mínimo decibel e ignoré la conversación que mantenía con la madre de Jeimmy, respecto a mi cirugía.

Cuando por fin llegamos, le pedí a Robert que me acompañara a mi habitación para ayudarme a subir a la cama: quería tomar una siesta, estaba muy cansado, así me excuse.

La realidad era que me encontraba abatido, ni siquiera discutí por usar las muletas, dejé que Robert me condujera en la silla de ruedas, me cargara y me metiera a la cama.

Respiré aliviado cuando apago la luz y cerró la puerta. Necesitaba estar solo, sumí la mirada en mi guitarra recargada sobre el sillón ortopédico; y dejé que el micro cine privado de mi mente recreara las escenas de esa mañana, para analizar cada una, necesitaba ordenar mis ideas:

La primera parada a la que me condujo fue al consultorio de Matt, uno de los mejores amigos de mi padre y para mí, desde mi despertar el equivalente de Doctor malvado, de una película de terror de bajo presupuesto, con la bata llena de sangre, que más que médico parece un carnicero psicópata de ojos enloquecidos, quien hace de la afilada hoja del bisturí su arma predilecta.

¡Está bien, quizás papá tenga algo de razón y si soy un poquitín exagerado y tengo una imaginación psicodélica!

Pero, en mi defensa diré que de todos los especialistas Matt, el gastroenterólogo, era al que más detestaba tener que visitar, además de que, en una jugada sucia, papá no mencionó nada de que esta mañana ya me tenía una consulta agendada con él, debí suponerlo, antelarme y no ser tan ingenuo como para pensar que solo vería al neurocirujano, sino que esto sería toda una pasarela por los consultorios de mis especialistas.

Basto con que mi padre se encaminará a la puerta con la placa que rezaba "Matt Wendell Gastroenterología" para que yo frunciera el ceño y me quedará unos metros atrás, al lado de la madre de Jeimmy, cuando la puerta se abrió, mi padre me hizo una seña con la mano para que me aproximará, meneé la cabeza negando, provocando que su ceja se alzará y al darme esa orden hundiera su entrecejo.

—Adán, te estoy hablando, ven para acá, tenemos consulta con Matt —elevo la voz.

«¡¿Tenemos?! ¿Y cuándo pensabas decírmelo?, ¿Ahora?».

La mamá de Jeimmy, palmeo mi hombro «Vamos, cariño», me dijo.

No tuve más que avanzar, antes de que mi padre perdiera la paciencia y el mismo viniera y me condujera dentro.

Impulse yo mismo las ruedas de mi silla con las manos, como quien estoicamente se enfrenta con la cara en alto y la espada desenvainada al enemigo, me sonrió, el muy tirano, al tiempo que estrechaba la mano de mi padre, junto a quien me ubiqué, me mantuve cauteloso, sin perder valerosidad seguí cada uno de sus pasos, dio media vuelta, su espalda ancha y su estatura le concedía las dimensiones de un ropero, tomó asiento del otro lado del escritorio, con su complexión bien podría haber sido un guardia civil del presidente o un especialista de la DEA, pero no, para mi pesar, optó por la medicina.

Gocé de mantenerme detrás del telón durante los primeros minutos de estar en ese consultorio debido a la entusiasta y detallada presentación que mi padre hizo de la madre de Jeimmy, cuando finalmente ella dio la media vuelta y tomó asiento en la silla disponible a un lado de donde mi padre se ubicaría, Matt intercambio una mirada breve y discreta de aprobación con mi padre «supuse que debía haberle hablado de ella, me refiero a en otro contexto, que no fuera solo el de la madre de uno de sus pacientes o el de una gran amiga, imaginé que con alguien debía hablar de eso. En casa y conmigo se esforzaba por ocultarlo y si se lo preguntaba lo negaba, las ocasiones en que insistí, en parte por querer saber y también porque me divertía verlo perder su porte de "hombre cabal y dueño de la situación", todo lo que obtuve fue que esquivará la pregunta, lo negará a toda costa y sí me atrevía a insistir, frenará mi intento de averiguación con una nalgada demasiado pasadita de intensidad, que me llevo a entender que el hombre, aun no estaba listo para hacerle frente al hecho de que había sido flechado por Helen Douglas o quizás lazado sería la expresión correcta, me dije con sorna. Opte, por darle tiempo y de momento no intervenir.

La cuna II parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora