Marcus en el hospital

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Pov Marcus

—¿Quiero llamar a Meredith? —pronuncie, la petición iba dirigida a mi padre, al que le daba la espalda sin deseos de enfrentar su expresión, permanecí recostado de lado en la cama con la vista puesta en Adán, meneó la cabeza ligeramente, sus ojos me apuntaban con fijeza me advertían que dejara de presionar de insistir con hacer esa llamada.

Por su parte, mi padre, no tardo en dar media vuelta y rodear la cama, dispuso de la silla al lado de mi hermano, la acercó, tomó asiento y permaneció unos segundos en silencio con las manos entrelazadas sobre el vientre, sentía su mirada puesta en mí, de modo que la clave en las líneas del piso y continué:

—Es solo una llamada, todo hombre tiene derecho a una.

Emitió un suspiro cansado.

—Tú lo has dicho "hombre" No un adolescente emberrinchado que lo único que busca es manipular a su madre para que venga a armar un escándalo, pasarle todo por alto y llevárselo a casa como si nada hubiera sucedido. En esta ocasión no se hará lo que el niño caprichoso quiera.

Levanté la mirada, enfadado, su manera autoritaria de hablarme, no me intimidaría, me dije, ni siquiera sus apelativos al referirse hacía mí como un niño «Qué le sucedía», no obstante, al querer enfrentarlo y encontrarme con sus ojos duros y determinados debí pasar saliva. —prosiguió —Creí que estabas muy cansado, pero sí tantas ganas tienes de charlar porque no empiezas por decirme ¿Qué había en esa bolsa transparente que encontraron los enfermeros en tu abrigo?, mejor aún ¿Desde cuándo ingieres pastillas? O ¿Por qué no me dices cuando pensabas ponerme al tanto de los exámenes extraordinarios?

«¡No podía ser! Estaba al tanto de mis materias reprobadas. Menos mal aún no se enteraba de que hace dos meses, no me paraba por la facultad de medicina y que lo más seguro era que las mil y un mentiras de mi madre enferma a la que debía cuidar y por la que mis inasistencias se acumulaban una tras otra ya no servirían más, no cuando el decano me dio el ultimátum; que se cumplía hoy, esté era el día que todo mi futuro se decidiría, mi última oportunidad y que había hecho, arruinarlo una vez más, al dejar las obligaciones de lado e irme a los viejos edificios para ingerir LSD y mezclarlo con oxicodona. Un cosquilleo incomodo se apodero de la boca de mi estómago.

«Todo se derrumbaba sin más, tarde que temprano tendría que hablar, confesar, pero, yo no contaba con él valor para enfrentarlo... y ahora que diría ¿Otra mentira?».

—¿Qué pasa, Marcus? De repente se te han ido las ganas de hablar.

Cerré los ojos y me tapé con las mantas hasta la frente.

—Una actitud muy madura, hijo —soltó el aire por la boca de forma audible.

—Ya papá, déjalo. Está cansado y tú solo lo consternas más, con todas esas preguntas. Ya hablaran a su debido tiempo —tercio Adán.

—Tienes razón, hijo —respondió. En cuanto a ti Marcus Mc Neil, vas a pasar la noche aquí y los días que sean necesarios hasta que te recuperes, bajo mi supervisión y cuidados, respecto a tu madre ya está al tanto de tu estado de salud y coincidió conmigo, en que lo mejor es que te quedes en el Hospital.

Me destapé y lo miré angustiado.

—¿Ella dijo eso? —lo cuestioné sin poder ocultar la angustia en mi voz.

—Sí, y te advierto que muchas cosas van a cambiar, creí que tu madre podía hacerse cargo, estar al pendiente de ti, que tú contabas con las bases para conducirte con madurez, que con darte tu mesada e ir a comer una o dos veces al mes porque te creí cuando me decías "siempre estar muy ocupado con los estudios" te permití me que me dejaras al margen de lo que sucedía con tu vida, ahora entiendo el porqué. Fue un error enorme y asumo mi responsabilidad, pero aún estamos a tiempo.

La cuna II parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora