Rompecabezas

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Cumpleaños quinceavo de Jeimmy

El vuelo de Houston a Denver se me hizo eterno y el trayecto del aeropuerto a la cabaña del lago nunca me pareció interminable.

Cuando el abuelo estacionó la camioneta, por primera vez no me lancé desenfrenado corriendo al muelle, me quedé a su lado absorbiendo con cada uno de mis cinco sentidos, esta visión; la cabaña y el cobertizo resplandecían con los últimos vestigios dorados de luz, el sol flotaba a poca altura un tanto difuso y brumoso entre espesas nubes, las más altas ennegrecidas, que presagiaban la llegada de una lluvia intensa, podía oler la humedad descendiendo sobre el follaje de los pinos y extenderse bosque adentro, en el muelle las olas batían los pilotes de madera y estallaban incesantes a la orilla sobre las rocas, levantando nubes de roció.

Parpadeé un par de veces asimilando todo a mi alrededor

—¿Hijo, te sucede algo? —me preguntó mi abuelo frunciendo el ceño

Me giré para verlo —Sí, estoy feliz de volver y necesito decirte tantas cosas abuelo.

—Me alegra escuchar eso, aunque han sido muchas emociones por un día; además pasan de las tres de la tarde, quizás necesites dormir un poco.

—¡Ah! No. Ahora sí, que yo no vuelvo a tomar siestas, ya me dieron el alta, además tenemos mucho trabajo por hacer y el tiempo encima —argumenté.

El abuelo se cruzó de brazos y fingió una mueca seria «que no le compraba».

—Mira hijo puede que estés a unos meses de cumplir dieciocho años y que te hayan dado el alta, pero si te veo cansado, yo mismo te llevo a dormir la siesta hoy, mañana o cuando lo considere que para eso soy tu abuelo —me aclaro.

Sé que no se esperaba mi reacción, me lancé a su pecho, apoyé mi barbilla sobre su plexo solar, abrazándome a su cintura aproveché, para decirle todo lo que sentía

—Gracias por quedarte a mi lado, por ayudarme con las faenas más desagradables que nadie hubiera hecho, dónde solo tú me dabas la confianza de no sentirme el ser más inservible del planeta y repulsivo cuando tenías que ayudarme en las cosas más básicas, gracias por estar allí para contenerme en tus brazos cuando tuve que lidiar con la desesperanza, la frustración, la ira y la impotencia; a veces con palabras de consuelo y otras siendo determinante y severo como es la vida, hablándome con la verdad... Por hacerme ver mis errores y regresarme a punta de nalgadas al Hospital, para que terminara mi rehabilitación, sin ti, hoy yo no estaría de pie. En fin, gracias abuelo, por no rendirte conmigo.

Escuché como trago saliva pesadamente y sentí unas cálidas lágrimas aterrizando sobre mi cabello, seguidas de un par de besos sobre mi cabeza y frente

—Mi muchacho, mi sangre, hijo, no tienes idea de cuánto te amo —dijo con una voz rasposa y grave presa del sentimiento.

Intenté levantar mi mirada para conectar con la suya, pero me aprenso a su pecho, entendí que estaba llorando y no quería que yo lo viera así, lo complací quedándome justo donde estaba

—Yo también te amo abuelo y estoy muy orgulloso de ti, por haber cambiado, por romper con siglos de educación y liberarte de ideas de antaño.

Emitió una risotada nerviosa y jocosa a la vez.

—No de todas, hijo, pero lo hice por una única razón, para cuidar de ti en la forma que lo necesitabas y no en la que yo podía hacerlo —carraspeo evitando verme saco su pañuelo.

Yo me incorporé, mirando por la ventanilla, dándole la privacidad que requería, cuando escuche, como aclaro nuevamente la garganta. Giré la manija abriendo la puerta

La cuna II parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora