El Rock Life

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Pov Matthew

De pronto a mitad de la cena una imperiosa necesidad por estar al lado de mi hijo, se apodero de mí. Helen había optado por acostar temprano a Jeimmy y tomar una ligera cena en la pieza que ocupaban, por lo que sin pensarlo me disculpé con Robert y Mary y me encaminé por el pasillo, todas las noches acostumbraba verificar que Adán se encontrara bien, que no necesitara nada, y porque no aceptarlo, comprobar que en un acto de magia no se le hubiera escabullido a Robert, para pasearse a sus anchas por toda la residencia.

Sin embargo esta noche en específico, la sensación era diferente «una ansiedad por cerciorarme de que estuviera a salvo me invadía», debía ser el resultado de este extenuante día que nos zambulló en múltiples citas con sus especialistas, los exámenes preoperatorios y todos los preparativos para su cirugía, que me tenía en este estado de estrés constante, al salir del Hospital me percate de lo agotado que mi hijo estaba, por eso entendí que quisiera irse a la cama apenas llegamos, necesitaba descansar.

«Sí lo dejaste ir a "dormir" es porque las preguntas que le realizo al neurocirujano te han dejado conmocionado, te enfrento con los riesgos que corre su vida con esa cirugía».

Al estar al pie de la puerta, inserté la llave y giré cuidando de no emitir sonido alguno para no despertarlo, por el filo de la puerta de su habitación a oscuras una luna llena revelo su silueta, inhalé y exhalé el aire de golpe, por primera vez en todo ese día mis hombros se destensaron un poco, estaba en su cama, en casa, conmigo, el alivio me colmo.

Me aproximé, lo cobijé y aproveche para recostarme a su lado de costado, pase mi brazo alrededor de su cintura, quería tenerlo entre mis brazos, necesitaba sentirlo cerca de mi pecho, seguro, a salvo de todo peligro, confiado de que Robert le había aplicado el somnífero, hablé en un susurro de mis temores, de los que no debía hacerlo participé, necesitaba de mi apoyo, no de mis momentos de flaqueza, el merecía la oportunidad de tener una vida normal, no le podía negar la posibilidad de la cirugía...

«Enfréntalo, A quien engañas. Nunca has querido que se operé. Por eso tenías esa responsiva médica oculta en tu bata. Sí, la habías firmado, pero planeabas quemarla en la chimenea, en cuanto tuvieras el valor».

Apreté los parpados, para apartar esa discusión interna que se agitaba en mi cabeza. Las respiraciones serenas de Adán me llevaron a dormitar, regresándome a la conciencia de forma violenta, las voces de las tribulaciones no me permitirían dormir, no esta noche y como lo último que deseaba era perturbar el sueño profundo y sereno que mi hijo exhibía, me incorporé lentamente y abandoné su habitación.

Subí las escaleras y entre la oscuridad de los pasillos, avancé en piloto automático casi sin darme cuenta llegué a mi despacho del segundo piso, al encender la luz sabía bien a donde me dirigía, tomé la llave que escondía dentro de mi diccionario de farmacología y abrí el cajón inferior de la esquina del librero, tomé un vaso, la botella de cristal cortado que contenía el whisky, y me serví medio vaso, coloque la botella en la mesa de al lado y me dejé caer en el sofá, después de darle un trago, recargue la cabeza en el respaldo y deposité la mirada en el techo, meditabundo.

Me esperaba una noche de insomnio, tenía que ser racional, ese siempre había sido el eje por el que me regía.

«Le debía este estado latente de inquietud al sentido de sobreprotección que desarrolle tras el coma de Adán, a lo delicado de la intervención, entonces porque tenía un mal presentimiento».

La explicación lógica era que, aunque Dan el neurocirujano previamente me puso al tanto en privado de los pros y los contras de la cirugía, mi temor se detonó en el momento que se lo expuso a mi hijo, eso cristalizó el peligro de este procedimiento, es cierto que le pedí que le hablara a Adán sin rodeos, que lo tratara como a un adulto, porque era su derecho, pero...

La cuna II parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora